No sé que mierda me anda pasando. Nunca quise que esto se convirtiera en el diario íntimo de una colegiala, pero no puedo evitarlo, perdonenme. Decía, no sé que me pasa. Durante estos últimos días he estado introspectivo, reflexivo, sensible… maricón, básicamente. Lo grave del caso es que no sé qué diablos es lo que me llevó a esta situación. No hubo ningún hecho claro como para afirmar el motivo de este volátil estado anímico, ninguna noticia, ninguna tragedia. Todo sigue, no sé si bien, pero al menos como antes.
Y no tan como antes. No paro de pensar en todo, una y otra vez: las decisiones pasadas, las que vendrán, pienso en mi futuro, en mi pasado, en mi presente… y hasta acá, dirán, ¡buenísimo! Bien pibe, dale importancia a esas cosas, ¡ERROR! Me carcomen la cabeza y no puedo dejar de pensar, no hay un segundo donde pueda liberar mis neuronas de mis putas trivialidades que, a esta altura, unas vacaciones podrían tomarse, carajo.
Últimamente también, me quedo hasta tarde, absorbiendo una buena dosis de rayos catódicos. Pensando, por supuesto. Y escuchando música. La cuestión es que el shuffle del Winamp trajo a mis oídos la música del hijo de puta este, Astor Pantaleón Piazzolla. Un terrible hijo de puta, resultó ser Astor. No quiero ser un careta más del tango pero hay que decirlo:
Adiós Nonino no es una canción, es un pedazo de alma hecho partitura.
Cada vez que lo escucho, cierro fuerte los ojos. Los aprieto como cuando de pibe escuchás un ruido en la noche, y lo único que querés es que pase ese momento horrible; los aprieto fuerte, fuerte, para sentir como de a poco las notas-tristeza me invaden, desgarrando. Y aprieto los ojos. Fuerte. Duele, y es triste. Tan triste como la muerte, como el dolor de un amor perdido, como la pérdida de la infancia. Triste. El violín se desangra a cada nota, el bandoneón anda goteando tristezas, y el piano derrama su melancólico llanto. Y aprieto los ojos.
Casi me hace llorar el hijo de puta este, Astor Pantaleón Piazzolla. Un terrible hijo de puta, resultó ser Astor. Podría haberse guardado su tristeza, pero no, no señor. Se cagó en todos y escribió Adiós Nonino. Se cagó en todos. “Esto es tristeza”, dijo, “así duele. Siéntanlo ustedes también”. El muy hijo de puta.
Astor llora conmigo cada vez que lo escucho. Parecemos dos maricones. Le cebo un mate y me cuenta cuánto lo extraña a Nonino, y yo le digo que ya lo sé, que lo entiendo. Él no me cree, por supuesto. Dudo que entienda algún día. Es que fue tan grande su talento que logró plasmar no solo su tristeza, sino todas las tristezas del mundo en una única melodía. Qué digo melodía; un pedazo de alma hecho partitura. Por eso lo entiendo.
Astor, la concha de tu madre, nosotros te extrañamos a vos.
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