Nos enseñan a lavarnos las manos antes de comer, y a cepillarnos los dientes después. Que dos más dos son cuatro y el orden de los factores no altera el producto. Que mamá perfecta se queda en casa haciendo los quehaceres del hogar y papá perfecto trabaja en la oficina para que podamos comer. Nos enseñan a ir a misa todos los domingos. Que mentir es malo y masturbarse también. Que existe el cielo y el infierno. Que hay que dar la vida por el prójimo (pero no hables con desconocidos).
Nos enseñan que sin un papelito enmarcado no seremos nadie en la vida. Nos enseñan lo que hay que hacer para triunfar (pero lo importante es competir). Que la felicidad es terminar de pagar la hipoteca y tener un auto. Nos enseñan que el amor dura toda la vida. Nos enseñan cuentos de príncipes azules y princesas. Que las parejas felices dicen “te amo” y “yo también”, y una vez por mes van al supermercado a hacer las compras.
Pero por suerte también aprendemos. Aprendemos que no hay nada como jugar un partido de fútbol en el barro. Que mamá y papá no son perfectos, pero hacen lo que pueden. Aprendemos que tal vez la parroquia no sea la casa de Dios (¿acaso no está en todas partes?). Que quizás no sea tan malo mentir para el bien y ni hablar de masturbarse. Que también tiene importancia lo que hay de la muerte para acá. Que no hace falta exagerar y dar la vida por el otro; hay gestos cotidianos y mucho más pequeños que a veces dejamos pasar.
Aprendemos también que, valga la redundancia, lo importante es aprender, y aceptar que no todo lo sabemos. Que la felicidad es verte sonreír. Aprendemos a amar y a olvidar. Aprendemos de dolores y tristezas, pero también de alegrías y satisfacciones. Aprendemos que algunos cuentos tienen mucho sexo y poco amor. Que las parejas felices no necesitan decirse nada, con solo mirarse a los ojos desaparecen juntos de este mundo.
Que bueno ser autodidacta.
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