Amares de la vida cotidiana, para inventar el mundo cada día.
Charlamos, comemos, fumamos, caminamos, trabajamos juntos; maneras de hacer el amor sin entrarse, y los cuerpos se van llamando mientras viaja el día hacia la noche.
Escuchamos el paso del último tren. Campanadas de la iglesia. Es medianoche.
Nuestro trencito propio se desliza y vuela, anda que te anda por los aires y los mundos, y después viene la mañana y el aroma anuncia el café sabroso, humoso, recién hecho. Se te sale por la cara una luz limpia y el cuerpo te huele a mojadumbres.
Empieza el día.
Contamos las horas que nos separan de la noche que viene. Entonces nos haremos el amor, el tristecidio.
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