Clara se derrumbó en el asiento individual del colectivo, sin poder contener las lágrimas. Las tiras de cuerina marrón que habían estado bajo el sol
(caliente)
se le pegaban en la espalda como cintas adhesivas desgarrando su piel. Y lloraba, mientras sujetaba su bolso con ambas manos sobre el cierre, éste a su vez descansando en su regazo. Tenía la mirada perdida, y se sentía perdida, como en medio de un desierto infinito.
De pronto como si fuera una ráfaga de electricidad, aparecieron en su cabeza
(la tristeza)
imágenes de un tiempo atrás, perdido en su memoria, tal vez vivido, tal vez no, que creía olvidado.
Ve a su madre planchado humildemente, moviendo en constante vaivén una plancha
(caliente)
humeante de vapor. “No lo entiendo” dice Clara, y reclama explicaciones. Zzssss, zzzsss. La plancha va. Zzssss, zzzsss. La plancha viene. “Mami, no lo entiendo” vuelve a decir la pequeña Clara. Mamá deja la plancha suavemente, mientras esta sigue humeando, como solicitando atención, y sujeta con las manos los extremos de la tabla de planchar. Baja la cabeza. “¿Qué es la tristeza?” se anima a preguntar Clara una vez más, en apenas un susurro, casi inaudible. Ahora recuerda por qué había olvidado. mamá incorporó la cabeza, y mirandola fijamente, con un hilo de voz, “Papá es la tristeza”. Los ojos de su madre, congelados, temblando, derramando lágrimas.
(la tristeza)
Los ojos cansados y opacos, sin brillo, tal vez muertos. Para Clara en ese entonces el concepto de “papá” era tan endeble como el de tristeza, pero los ojos de su madre, dos lágrimas, y el humo del vapor fueron suficientes como para que no volviera a preguntar.
Volvió a sentir el sol quemando a través de la ventanilla, volvió a sentir el asiento, volvió a sentir la realidad.
(la extraño)
Todo había terminado. Con manos temblorosas sacó un papelito arrugado de su bolso. Por alguna extraña razón había decido no entregarlo al destinatario. Era una cartita, tierna y sincera, casi adolescente, donde le agradecía a él este año maravilloso que habían pasado. Había dibujado con rasgos infantiles un hombrecito y una mujer, tomados de la mano, sonriendo.
Ella no sonreía. La parejita de papel parecía mofarse de ella, en una mueca que ahora se le antojaba horrible, macabra. Todo había terminado.
(la tristeza)
Ese día, en lugar de festejar su primer aniversario, todo había terminado.
(el dolor)
No volvería a verlo nunca más.
Clara volvió una vez más a esa imagen que creía perdida, y esta vez, muchos años después, no necesitó volver a preguntar. Entendió. Los ojos de su madre ahora eran los suyos.
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