Desconozco tu edad, tu ocupación, no sé tu número o dirección, tampoco sé de esos abrazos que anhelás, o de esas ilusiones que dejaste o te dejaron tirada en el camino.
Y aún en mi ignorancia, me quedo con tu recuerdo para llevarlo conmigo entre las sábanas, en esta noche fría que no perdona tristezas. Conservo tu sonrisa, entre el humo y las luces, tu sonrisa incrédula ante mis palabras, mis gestos. Me deslizo en sueños con tu mirada, tu mirada triste de alcohol y pena, ojos que me miran de cerca, cerca. Me llevo tus palabras al oído, tus movimientos, tus lecciones de baile, tus manos que me buscan y rechazan al mismo tiempo y acomodan en una caricia el pelo que cae sobre la cara.
Y me guardo tu nombre, con la certeza de que tal vez nunca vuelva a pronunciarlo, de que nunca vas a leer esto que te escribo, de que fue la primera y última vez que nuestras bocas se saludaron. Y todavía, creéme, todavía siento tus besos, que me arrancaron impunes un pedacito de vida, me sacaron del olvido, apenas un momento eterno en el medio de la noche.
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