Es de noche. Estoy en el andén de la Estación Saavedra. El mismo está repleto, cubierto de gente que genera el bullicio típico de una multitud informe. Un tipo está parado en el medio del andén, con unas planillas y una tablita, como si fuera un encuestador. Está haciendo anotaciones con un lápiz. Es una audición. Todos los presentes nos estamos postulando para un papel en un espectáculo. O al menos eso supongo.
El tipo da vuelta una hoja, y grita a viva voz:
– ¡Guitarra para Dust in the Wind!
Silencio en la multitud. Desde el fondo del andén, en penumbras, se abre paso un flaco. No llego a verle la cara. Alguien le alcanza un banquito. Él toma asiento y pela una terrible ejecución de la canción de Kansas, hermosa, brillante. La gente llora, saca carilinas y se suena la nariz. Cuando termina, todas las cabezas giran hacia mí. Transpiro. Me siento húmedo, resbaloso. Agacho la mirada porque no quiero verlos. Me dan miedo. Tengo la trastera y las cuerdas bajo mis manos. Respiro hondo y comienzo la ejecución.
Un sonido horrible y desafinado sale del instrumento. Me detengo en seco y vuelvo al principio. Otra vez, sólo ruido. Empiezo a gotear como una canilla con el cuerito roto, se hace un charco a mi alrededor y la gente se abre. Tengo los dedos agarrotados, las manos no me responden, van solas y tocan cualquier cosa, como si no fueran las mías. La multitud comienza a murmurar, en desaprobación. Arranco dos, tres, cuatro veces, y nunca sale. Ya el murmullo me tapa completamente, y lo sigo intentando, pero no hay caso.
El flaco que había tocado anteriormente aparece de nuevo en escena, y se manda un solo a lo Steve Vai que resuena en todo el andén, el piso tiembla, es como si la música saliera de todas partes. La gente está con la boca abierta, nadie lo puede creer. Termina con un agudo infinito y cara de situación, y la multitud lo adora, lo aplaude, lo ovaciona en un único grito de felicidad.
Yo bajo por el andén con las manos en los bolsillos, hasta el paso a nivel. Es ahí cuando lo veo a Miguel que se acerca, arrastrándose en un carrito. Le faltan las piernas.
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