El viento frío cesó y seguís ahí, envuelta en tus tetas y tu perfume barato; aroma agrio, fragancia de muerte. Un surco negro dejó el maquillaje cuando pasó por tu mejilla la última lágrima, rastro seco de llorar sin dolor.
Desde el otro lado desean tu sexo, tus labios irritados de besos sin amor, que sentís en carne, estúpida flor. No te acerques a la reja, por favor. Te van a agarrar y te van a tocar y te van a coger de formas que ni siquiera imaginaste. Quedate conmigo, yo te presto mis pantuflas gastadas, no son lindas, pero son lo único que tengo. Tomá mis pantuflas. Después, cuando duermas, te voy a cantar al oído esa canción que te gusta, para que no escuches a las bestias que se pajean desde afuera. Y vas a soñar de amor y alegría, de risas y ojos verdes y de pies calientes.
Pero no te acerques a la reja. No lo olvides. Quedate acá conmigo. Por favor.
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