Si alguien tuvo la suerte (¿suerte? sí, ¿por qué no?) de rendir un examen universitario, o presentar alguna entrega, sabe y experimentó en carne propia lo que intentaré exponer a continuación.
Único es el momento en el que con un suspiro se dejan las tímidas hojas en la mesa de examen, es una milésima de segundo en el cual el papel desciende por el aire hacia la solidez de la madera, y en ese dejo dejamos partir también las horas de estudio, las pestañas carbonizadas, los ojos derruídos en llanto y sequedad ocular. Es orgásmico, dejame de joder, no puedo encontrarle otra analogía.
Y no puedo imaginar, si es que alguna vez llega, lo que debe sentirse en ese último examen final, pendenciero escalón de tan larga carrera. Años enteros de vida, millares de hojas, cientos de lapiceras caídas en cumplimiento del deber, kilómetros de escritura, esfuerzo y sudor concentrados en un instante, único, irrepetible. Un orgasmo tántrico después de cuatro, cinco, ocho o diez años de eyaculación intelectual retenida.
La realización en estado puro.
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