Nadie se escandaliza si un hombre se detiene durante horas a mirar un Rembrandt. Ninguna mujer pone el grito en el cielo si alguien se queda embobado ante la visión de una escultura de Miguel Ángel.
Un tipo que pierde el habla en un suspiro porque por su mirada se cruza una estilizada damisela no es un pajero. No señores. Es un observador profundo de la forma humana, casi comparable a un artista del Renacimiento. Prescinde de su discurso al verse subyugado por la belleza ajena. Un tipo que pone en juego su seguridad personal, al renunciar su vista del camino para voltear su cabeza y mirar la parte posterior de una mujer, no es un baboso, señores, no. Es alguien que arriesga su vida por el arte, por captar, aunque sea por un segundo, un verdadero milagro de la naturaleza. El chofer que chifla desde un camión o esboza un piropo al pasar no es un alzado. Es un músico contemporáneo, un poeta incomprendido, que ante la visión de la pura hermosura, sobresaltado de inspiración exhala su admiración en forma de sonido.
Vengo a reivindicarlos, a todos estos amantes modernos del arte que nos rodea día a día. Y ustedes, mujeres, sepan comprenderlos y comprendernos, estamos embobados por sus cuerpos, por sus caminares, sus voces y risas, sus labios, cabellos, sus ropas y no tanto, sus seres. No hay nada más lindo- ¿Qué? ¿Que pare? ¿Estoy quedando como un pajero más? Bueno, bueno, supongo que con eso se entendió a qué iba. Chau.
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