Miedo a perder. Y a ganar. Y ya que estamos, a empatar también. Miedo a amar, a que nos traicionen, a jugarse al pedo, a quedar en rídiculo. Miedo al “no”. Miedo al “sí”. Miedo a que me quieras demasiado. Miedo a quererte demasiado. Miedo a decir lo que pensamos, lo que sentimos, miedo a que al otro no le importe. Miedo a ser lastimado. Miedo a lastimar. A que las cosas no se den como esperábamos. O peor aún, a que las cosas se den exactamente como esperamos.
Miedo de ser mediocre, de no tener talento, de pasar desapercibido por todo y todos. Miedo a fracasar, a no ser nadie. Miedo a que te olvides de mí. Miedo a que nadie me recuerde si la muerte pisa mi huerto. Miedo a vivir con miedo.
Estoy rodeado de miedos. Viven conmigo y los descubro a diario en tus ojos. Y a decir verdad, me inflaron las pelotas. Tal vez éste sea tan solo un iluso exorcismo. Tal vez tenga la (por qué no patética) esperanza de que el hecho de someter estos temores a la desnudez de la palabra haga que queden adheridos en el lienzo virtual y nunca más regresen. La cuestión es que lo estoy intentando. Día a día intento dejar sus condicionamientos, tomando mis decisiones y elecciones por fuera de ellos.
Fantasmas, son sólo eso. Como esas sombras gigantes que se dibujaban en las paredes de mi pieza durante años ya olvidados, dejándome paralizado y aterrorizado. Son sólo eso. Ilusiones, sombras, estructuras, fantasmas. Su existencia tiene sentido solo en mi cabeza, y así como esas sombras de la niñez se desdibujaban cuando la vista se acostumbraba a la oscuridad, los miedos pierden presencia en cuanto son revelados. O al menos eso espero.
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