Un año entero compartiendo cuarenta minutos entre sombra y sol. Un año entero esperando la estación Coghlan para verte subir al dragón, con esa modorra y esa cara de dormida que me hace nacer unas impetuosas ganas de abrazarte, de que descanses en mí por el resto del viaje. Pero ni me mirás. Y yo lo noto. Noto también el anillo, que enrieda tu dedo anular de la mano izquierda. Y lo odio a él porque te descubre antes que yo todas las mañanas, porque sobre él descansás. Él cubre mi deseo imposible de esconderme en tus huecos, de conocer tus esquinas. Te suena el celular. Lo mirás y, dispuesta a atender, siento el desvanecimiento de mi cuerpo ante el inminente descubrimiento de tu voz desconocida, el cierre total de este silencioso amor absoluto que te profeso.
– Hola…
Parecés el Coco Basile dandole indicaciones al equipo. Que manera de arruinarme la fantasía.
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