No va más. Se te ve la hilacha. Aguanté todo lo que pude, ¿sabés? Pero cuando salgo a la calle con vos la gente mira mal, estás deslucida, opaca. Ya no atraés las miradas que admiraban el brillo que dejaba tu caminar, allá en los primeros años. Ya no lucís fuerte y resistente, arrolladora. Te ves caída y translúcida, siento que cualquier movimiento brusco que haga puede destrozarte en mil pedazos. Es por eso que esto tiene que terminar. Cariño, me acompañaste todo este tiempo y mirame ahora, sin saber qué decir. Hoy es adiós.
No llores, por favor. No llores. Te voy a guardar lisa y hermosa separada de las demás, de los otros recuerdos. Siempre serás mi preferida. Hasta tal vez alguna noche nos volvamos a encontrar y brindemos por los viejos tiempos, y rodemos nuevamente sobre el colchón que nos ha visto a solas una y otra vez, tu cuerpo pegado al mío, encajados de forma perfecta, vos hecha para mí y al revés, y caer agotados los dos, finalmente vencidos por el sueño, cubiertos del sudor que nos hacía uno, arrugados y felices.
No creas que hablo en vano. Estoy escupiendo el alma de a pedazos. Yo sé que vos sabés que no fuiste la única, que estuve con otras, innumerables (no sé por qué seguís celosa de la colorada esa) pero nunca con ellas me amalgamé como lo hice con vos, como lo hicimos juntos. Por eso por favor, solo te pido: no me olvides. No me prives tu recuerdo. Yo jamás voy a hacerlo.
Te voy a extrañar. Sos la remera blanca más hermosa que tuve.
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