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Special



Publicado originalmente en noesporno.

Apaga el pucho sin apuro, que ya colilla queda arrugado entre los demás muertos, en el cenicero repleto. Tantea el bolsillo izquierdo, no, el derecho, para ver si sigue allí. Sí. Se levanta de la misma mesa de siempre del mismo café de siempre, Corrientes y Esmeralda, esquina porteña, y deja pago con unos morlacos el último café. Se despide como siempre y para siempre de Domingo, viejo amigo y fiador de penas. Sale a la calle y da una bocanada de aire asfaltado, del bullicio de la gente.

Un canilla queda mudo y con la mano en alto: lo ve al tipo entre la muchedumbre triste, pero este no está triste; es un finado, un finado andante. Lo ve y lo sigue hasta doblar la esquina, para olvidarlo y arrancar un nuevo pregón.

El tipo mientras continúa su último regreso, mirando la baldosa rota, ahogado entre el cuello rígido del sobretodo y el sombrero Fedora, vuelve a tantear el bolsillo izquierdo, no, el derecho (sigue allí), con esa caricia rítmica que se repitió con locura durante la última hora. Pensando en nada, si se puede, pensando en todo, si se puede. Silbando bajo, un poco en secreto y un poco en silencio, cansado de llantos sin dolor.

Bajo el umbral se detiene, descubriendo la puerta, cacho de madera sólida, impenetrable, vetas entrelazadas, nunca las había visto, hermosas y marrones gritándose entre sí. Y el picaporte, tan dorado, tan brillante bajo el gris, tan deslumbrante. Busca la llave, tantea el bolsillo derecho, no, ahora sí era el izquierdo, y abre otra vez la puerta, su puerta, la impenetrable. Otra vez como tantas, otra vez como pocas, o como ninguna.

Después, el cruficijo en la sala de estar, los sillones gastados, la baranda a encierro, a viejo. La repisa, los libros del Partido, la foto de Estela, las cartas a Francia, las sonrisas de pibe, los sueños adolescentes. No se detiene en nada de eso, no está, eso o él; nada, pero nada. Se quedó en la puerta, en la madera. Impenetrable. Sigue allí.

Deja sus huesos sobre la silla de mimbre, que crujiendo se queja de soportarlo. Entra luz por el ventanuco. No importa. La cocina, todo. El almanque viejo, envuelto por el rosario, Sagrado Corazón de Jesús, las hornallas oxidadas, la heladera vacía, el mate lavado, los cacharros sucios, los vasos marcados de vino, damajuanas vacías.

Y las deudas del escolaso en la mesa, bajo la pava. Tantea el bolsillo izquierdo, no, ahora sí el derecho. Sigue allí. El frío percutor del Special sigue allí.


El que sigue es: Divague >>
<< Sin Título (IV) es el anterior