Pensaba hacerme el profundo y descargame como lo hice aquella vez pero siento que no tiene sentido, y que lo mejor para el momento de mierda que estoy pasando es que quede registrado para siempre como me siento, aunque USTEDES vayan a leerlo.
Cecilia. Así se llama mi novia. Estamos saliendo hace dos años, y nuestra relación, como todas, sufre altibajos. A veces he llegado a sentir que tal vez no nos conectemos en ciertas cosas, gustos culturales y demás boludeces.
Ahora entiendo la razón por la cual se supone que un amigo vale más que una mujer. Pero la entiendo no porque mi mujer me haya fallado, sino al revés. Es la primera vez que me pasa, y les puedo asegurar que se siente como la mierda. Pasadas las amistades “adolescentes”, de esas que se juran fraternidad por siempre y el famoso “que no se corte”, uno, casi por decantación queda con dos o tres amigos. Pero dos o tres amigos que sabés que son de fierro, que nunca te van a fallar. O eso pensás.
Espero sinceramente que nunca te pase, pero en cualquier momento puede llegar. Que un amigo te falle es lo peor que le puede pasar a la integridad y los sentimientos de una persona. Mezcla de bronca, amargura, impotencia y las sensaciones de mierda que quieras adosarle. Los “perdón” que vengan después van a ser como escupidas en la cara.
Y hoy no estoy triste por que me hayan fallado. Donde ellos no estuvieron, ahí estuvo Ceci.
Me siento como la mierda por haber sido tan soberbio de pretender trivialidades de ella en vez de abrir los ojos y darme cuenta que siempre me dio todo. Cecilia, así tan simple como es, tan humilde, tan bondadosa, tan tierna, tan dulce, tan sensible, tan frágil, tan hermosa, lo tiene todo, y yo como un estúpido me quejo porque no puedo hablar con ella de “cosas profundas”. Y una mierda. No sé nada de cosas profundas. Ella es más profunda y más maravillosa que cualquiera de las estupideces que pude aprender en estos 22 años de vida. Ella sabe de verdaderas cosas profundas. Sabe de ternura y de amor.
Ceci se dio cuenta de todo. Sin que yo dijera una puta palabra, mientras la abrazaba me dijo suave al oído, como hace siempre, con esa voz tan dulce y tan tierna que me encanta:
– Marce, aunque me digas que no, yo sé que estás triste, y no me gusta que estés así. Pero no tenés que pensar en los que se fueron, tenés que pensar en Raúl y en Claudio, en Pato y en mí, que nos quedamos ahí con vos.
Y me abrazó fuerte. La puta madre, Ceci, si no hubiera sido tan ciego. Gracias por estar conmigo. Y mierda, es lo único que me queda y yo me quejo. Y encima le fallo. Le fallo a quien realmente nunca me ha fallado en la vida y a la que da todo porque me sienta bien, sin esperar nada a cambio.
Hoy, Ceci, me diste otra lección. Siempre pensé que yo podría enseñarte a vos, pero pasa el tiempo y me seguís demostrando todo lo que tengo para aprender. Y me gustaría estar llorando ahí sobre tu pecho, calentito, mientras me abrazás y me hacés caricias para calmarme, y me decís “te amo”, y me hacés chistes para que me ría y me susurrás cosas lindas, pero elegí (mal, como siempre) hacerlo solo mientras me saco toda la mierda escribiendo.
Me chupa un huevo que haya quedado desprolijo, me chupa un huevo que lo lean quienes no quisiera que lo lean y me chupa un huevo todo, menos vos.
Espero no perderte nunca. Perdón por todas las estupideces que dije.
Estoy hecho un maricón. Mágicamente, acabo de terminar de escribir esto y las lágrimas dejaron de caer. La nariz la tengo taponada, pero por lo menos también dejaron de caer los mocos.
Funcionó. Ahora, a empezar de nuevo.
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