Tres días de parto y el hijo no salía.
– ‘Ta tranca’o. El negrito ‘ta tranca’o” -dijo el hombre.
Él venía de un rancho perdido en los campos y el médico fue, maletín en mano bajo el sol del mediodía el médico anduvo hacia la lejanía, hacia la soledad, donde todo parece cosa del jodido destino. Y llegó, y vió. Después se lo contó a Gloria Galván:
– La mujer estaba en las últimas pero todavía jadeaba y sudaba y tenía los ojos muy abiertos. A mí me faltaba experiencia en cosas así. Yo temblaba, estaba sin un criterio y en eso, cuando corrí la cobija vi un brazo chiquitito asomando entre las piernas abiertas de la mujer.
El médico se dio cuenta de que el hombre había estado tirando. El bracito estaba despellejado y sin vida. Un colgajo sucio de sangre seca. Y el médico pensó: “no hay nada que hacer”. Y sin embargo, quién sabe por qué, lo acarició. Rozó con el dedo índice aquella cosa inherte y al llegar a la manito, súbitamente la manito se cerró y le apretó el dedo con alma y vida.
Entonces el médico pidió que le hirvieran agua y se arremangó la camisa.
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