Si después de escribir esto no vuelvo a aparecer por acá, ¿cómo saber si a la salida del locutorio no me pisó un bondi, o tal vez decidí suicidarme, o alguien decidió quitarme la vida a la vuelta de la esquina, o simplemente, tal vez, no tenga nada que escribir?
Quizás esté muerto mientras leas esto. En este mismo momento, mientras tus ojos pasan por acá, podría estar desangrándome sobre el asfalto (a propósito, si algún familiar llega a leer esto a tiempo, prefiero la cremación al entierro).
¿Con cuántas personas que conozco me comunico únicamente online? ¿Cuándo se enterarían ellas de mi defunción? Tardarían meses, años en darse cuenta que mi muñequito rojo del messenger nunca más va a ser verde. O incluso nunca lo sepan. Al final, esta hiperconectividad, esta comunicación constante, la socialización online, resultó ser una mentira. No sabemos cómo usarla. Y no estoy exento, me hago totalmente cargo: ¿cuántos de mis contactos habrán muerto? ¿Tendría que escribirle un mail a todos y cada uno, preguntando “¿estás vivo?”? Ahora tiene sentido que aquella chica con frecuentes jaquecas no se conecte más. Que en paz descanse. Es macabro, pero posible.
Estás enterado, entonces: si todos tus contactos están desconectados tené cuidado, quizás afuera se haya desatado el holocausto nuclear y ya no quede nadie. No se te ocurra salir a la calle a comprobarlo. No sea cosa que justo en ese momento se conecte alguien.
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