Introducción. Un email, varios testigos y una frase que no era privada
La frase “A vos no te tengo que dar explicaciones” no fue dicha en una discusión íntima, ni en un momento de enojo pasajero, ni en un intercambio informal.
Fue escrita por una madre al padre de su hijo en un email formal, con copias explícitas a ambas abogadas (una por cada parte) y al terapeuta del niño, contratado por ella misma.
Es decir: fue pronunciada a sabiendas de que quedaba documentada, leída por profesionales del derecho y de la salud mental, y situada en un contexto donde lo que estaba en juego no era una disputa narcisista entre adultos,
sino el bienestar de un niño.
El contenido previo del intercambio era simple y legítimo:
el padre expresó preocupación por su hijo, que pasa largos períodos aislado, tirado en la cama, conectado al celular.
No hubo acusación, no hubo amenaza, no hubo exigencia de control.
Hubo una preocupación parental básica, de esas que cualquier adulto mínimamente involucrado podría formular. La respuesta, sin embargo, no abordó el tema del niño, no explicó decisiones, no ofreció contexto ni argumentos. Respondió con poder. Con cierre. Con desautorización. Y lo hizo, además, performativamente, frente a testigos institucionales, como si esa frase fuera no solo una respuesta sino una demostración de jerarquía.
Ver también: LA VIOLENCIA FEMENINA
Ese gesto no es anecdótico. Es estructural.
Una violencia que no siempre grita ni golpea, pero que domina el relato, invalida al otro y se ampara en una legitimidad cultural incuestionada.
Y también enlaza con “Abajo el matriarcado (cuando el amor materno se convierte en poder)”: la idea de que la maternidad, investida socialmente como sagrada, puede transformarse en una posición de poder inmune a crítica, incluso cuando empieza a dañar. Desde ahí hay que leer ese email. No como una frase suelta, sino como un síntoma.
“No te tengo que dar explicaciones”: la clausura narcisista del diálogo parental
“A vos no te tengo que dar explicaciones” no es una frase informativa.
Es una clausura.
No describe una realidad: la impone.
En términos psicológicos, no es un límite sano sino una maniobra de desubjetivación.
El otro progenitor deja de ser alguien con quien se dialoga y pasa a ser alguien que debe ser ubicado en un lugar inferior.
Y esto es clave: la frase no aparece ante una intromisión abusiva, sino ante una preocupación razonable por el hijo.
Ese desplazamiento —convertir el cuidado en ataque— es característico del funcionamiento narcisista.
Ver también: Consecuencias de una relación de manipulación narcisista (ft. Déborah Murcia)
En el narcisismo patológico, el problema no es el contenido de lo que el otro dice, sino el hecho mismo de que el otro exista como interlocutor válido.
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Por eso la respuesta no entra en el tema del niño, del celular, del aislamiento o de las rutinas.
Entra directamente en el plano del poder: quién puede hablar y quién no.
Cuando una madre dice eso en privado, ya es problemático; cuando lo dice en un email con abogados y terapeuta en copia, se vuelve aún más revelador.
No está perdiendo el control: lo está ejercitando.
Está mostrando que puede desautorizar al padre incluso en un espacio supuestamente técnico y neutral, y que ese gesto, además, suele ser tolerado o minimizado por el entorno.
Este tipo de violencia no encaja en los moldes clásicos.
No es física, no es explícamente insultante, no es escandalosa.
Por eso es tan eficaz. Porque se apoya en una premisa cultural muy arraigada: la madre no se cuestiona.
La madre “sabe”. La madre “intuye”. La madre “protege”.
Entonces, cuando una madre invalida al padre, la sociedad tiende a leerlo como carácter, firmeza o instinto, no como abuso de poder.
Hay una dificultad cultural para reconocer que una mujer —y particularmente una madre— puede ejercer violencia simbólica, emocional e institucional sin levantar la voz.
Coparentalidad, mito materno y la deslegitimación sistemática del padre
¿Cómo se piensan que esta madre es más apta que el padre para criar un hijo?
Es una pregunta política, cultural y psicológica.
Vivimos en una matriz donde PAPÁ = INÚTIL y MAMÁ = DIOSA funciona casi como axioma. No se evalúan conductas concretas, capacidades reales ni disposición al diálogo. Se asignan roles por género.
El padre es, por default, sospechoso, torpe o secundario. La madre es, por default, autoridad moral.
Esa asimetría no solo es injusta para el padre; es peligrosa para el niño. Porque concentra el poder de decisión en una sola figura y convierte la coparentalidad en una ficción.
Ver también: Hijo: “TU PAPÁ ESTÁ LOCO”
Dar explicaciones, en este marco, se vive como una humillación para la madre, cuando en realidad es una obligación inherente a la responsabilidad compartida.
No se trata de pedir permiso, sino de justificar decisiones que afectan a un hijo que no pertenece a uno solo. Negarse a explicar no es autonomía: es unilateralidad.
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El problema del “matriarcado doméstico” no es la presencia fuerte de una mujer, sino la ausencia de límites a ese poder cuando se lo reviste de amor materno.
El amor, cuando se vuelve incuestionable, deja de ser amor y se transforma en herramienta de control.
Y en ese esquema, el padre no es un co-cuidador, sino un intruso.
Ver también: AMOR CONDICIONAL; Vs. El Amor, de Verdad ❤️🩹
Por eso se lo calla, se lo minimiza o se lo excluye.
El email es una prueba escrita de ese mecanismo:
el padre habla del niño,
la madre responde sobre su autoridad.
Este patrón tiene efectos acumulativos.
No solo margina al padre, sino que empobrece el mundo relacional del niño, que queda atrapado en una lógica binaria: una voz manda, la otra sobra.
No hay triangulación sana, no hay negociación, no hay modelo de conflicto resuelto con palabras.
Hay poder.
Y el poder, cuando no se equilibra, abusa.
El aprendizaje invisible del niño y el costo real de esta violencia
El daño más profundo de estas dinámicas no suele verse en el corto plazo. No hay una escena dramática que permita señalar un culpable evidente.
El daño es pedagógico: el niño aprende, sin que nadie se lo explique, cómo funcionan los vínculos (mal).
Aprende que preocuparse genera castigo, que preguntar molesta, que una figura puede borrar a la otra sin consecuencias. Aprende que el poder se ejerce cerrando la palabra, no abriéndola. Y eso se internaliza.
Ver también: Estilos parentales invalidantes y sus huellas en la autoeficacia
Cuando un niño ve —o percibe— que su padre es sistemáticamente desautorizado, aprende algo sobre sí mismo también.
Aprende que una parte de su identidad (la que viene de ese padre) es menos válida, menos escuchada, menos importante.
No hace falta que nadie lo diga explícitamente.
El mensaje está en el aire. Y ese mensaje, a largo plazo, suele traducirse en culpa, confusión o lealtades forzadas.
Por eso es tan grave que estas frases se digan en contextos institucionales sin que nadie las marque.
Que una madre escriba “no te tengo que dar explicaciones” copiando a abogados y terapeuta y que eso pase como algo aceptable refuerza el mito de la madre omnipotente y del padre prescindible.
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Mi llamado “abajo el matriarcado” no es una consigna anti-mujer: es un llamado a desarmar una estructura de poder que se esconde detrás de la sacralización de la maternidad o la femineidad.
La aptitud para criar no se mide por género, ni por relatos, ni por autoridad impuesta.
Se mide por la capacidad de poner al niño por encima del ego, de tolerar preguntas, de revisar decisiones y de sostener el conflicto sin aniquilar al otro.
Cuando una madre no puede hacer eso y se ampara en su rol para callar al padre, no está protegiendo a su hijo.
Está protegiendo una identidad frágil a costa de un vínculo esencial.
Ver también: CUANDO MAMÁ NO ESCUCHA
Cerrar esto no requiere gritos ni consignas fáciles. Requiere decir algo simple y contundente: el poder no es cuidado.
Y cuando el amor materno se convierte en poder incuestionable, deja de ser amor y empieza a ser violencia.
Nombrarlo no es exagerar.
Es, quizá, el primer acto real de cuidado hacia ese niño que hoy, mientras los adultos discuten quién manda, está solo, tirado en una cama, mirando una pantalla.
Mamá dijo: “mirá que si seguís, TE VAN A LLOVER LAS DENUNCIAS” 🤷🏻 denuncie, loca.
