CANTAR BIEN (1, 2, 3)

“Cantá bien.”

Dos palabras breves, absurdas y cargadas de todo el peso cultural del mandato.

Lo dicen con naturalidad, como si se tratara de un consejo técnico, pero en realidad esconden una trampa: la idea de que cantar bien es algo que uno tiene o no tiene, como si la voz viniera con garantía de fábrica.

No lo dicen para ayudar, lo dicen para marcar jerarquía.

El problema no es cantar mal; el problema es no animarse.

El que canta mal pero canta está más vivo que el que se calla por miedo.

Y sin embargo, la sociedad entera parece organizada para aplastar la voz.

“Cantá bien”, “hablá bien”, “portate bien”: la palabra “bien” funciona como un freno invisible.

Es la forma amable de decir “ajustate al molde”.


1. Qué significa cantar bien (y qué no)

Cantar bien no es cantar afinado.

No es tener una voz potente, ni dulce, ni con vibrato angelical. No es sonar como otro.

Cantar bien significa cantar verdadero.

Es encontrar el punto donde la emoción y la técnica dejan de pelearse.


Ver también: ¿Qué es cantar?


La técnica, en sí, no sirve para mostrar talento: sirve para liberar el instrumento.

Lo que hace un buen cantante no es la perfección, sino la naturalidad lograda.

Un cuerpo educado, una respiración entrenada, una mente que deja pasar el sonido sin juzgarlo.

Y sin embargo, lo que más cuesta entender es que cantar bien se aprende.

No hay nadie que haya nacido sabiendo colocar una vocal o usar el aire con eficiencia.

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Todos los cantantes que admirás —los de verdad— alguna vez cantaron pésimo. Solo que no se rindieron.


2. La disciplina: el verdadero talento

A los 24, me escuchaba cantar y no me gustaba:

Creía que mi voz tenía algo esencialmente malo, un defecto estructural.

Nunca imaginé que lo único que me faltaba era tiempo. No técnica, no oído: tiempo.

Entrenar la voz todos los días es un acto casi monástico.

No ves resultados inmediatos, no hay aplausos, nadie te felicita por sostener un “mmm” durante tres minutos.

Pero lo que ocurre en silencio —esa calibración milimétrica entre la mente y el cuerpo— es lo que transforma.


Ver también: ¿CÓMO EMPIEZO A CANTAR? Hable.


La voz es como un músculo: no entiende de frustración ni de talento. Solo de repetición.

La práctica diaria, sostenida, ordenada, termina construyendo una sensibilidad que ningún “don natural” puede igualar.

Por eso el verdadero talento no es cantar bien: es seguir cantando aunque todavía no te guste cómo suena.

La mayoría abandona antes de llegar a ese punto en el que la voz empieza a revelarse.

Porque sí, la voz se revela.

Un día, sin aviso, algo hace clic.

La respiración se acomoda, el sonido sale limpio, y lo que escuchás te sorprende.

“¿Eso soy yo?” Y sí, sos vos, después de cientos de horas que nadie vio.

Ahí entendés que cantar bien no es un privilegio: es una consecuencia.


3. La ilusión del bien y la libertad del canto

La frase “cantá bien” pertenece al mismo club que “escribí bien”, “trabajá bien” o “viví bien”.

Son versiones distintas de la misma orden: no te salgas del margen.

Pero el arte —y la vida— solo existen cuando alguien se sale del margen.

Quien te dice “cantá bien” probablemente no sabe ni cómo suena su propia voz.

Tal vez la callaron de chico, tal vez la escondió detrás del cinismo.

Y cuando ve a otro cantar con libertad, lo incomoda.

Porque cantar sin pudor es exhibir algo sagrado: el pulso vital.

La cultura del “bien” fabrica clones.

El canto, en cambio, devuelve identidad.

Por eso molesta. Porque el que canta mal pero canta con alma deja en evidencia al que no se atreve.

Cantar bien, entonces, no es “hacerlo bonito”: es hacerlo auténtico.

Es sonar como vos, incluso cuando todavía no sabés quién sos. Es convertir el aire en una forma de autoconocimiento.

Y eso se entrena. Con la constancia, el oído, el cuerpo y el coraje.


Hoy, cuando escucho mis viejas grabaciones, no oigo a alguien que cantaba mal: oigo a alguien que estaba aprendiendo a dejarse oír. Lo que antes me parecía feo ahora me resulta tierno.

Porque sé lo que costó. Sé lo que vino después.

Y sé, sobre todo, que “cantar bien” no tiene nada que ver con sonar perfecto: tiene que ver con seguir cantando aunque te digan que no lo hagas.

Hay gente que se pasa la vida esperando cantar bien para animarse a cantar. Nunca llegan.

Porque es al revés: cantar bien llega después de animarte.

Así que no “cantes bien”.

Cantá con intención. Cantá con cuerpo. Cantá como si nadie te estuviera mirando. Cantá como quien se defiende de la muerte. Cantá porque estás vivo.

Al final, cantar bien no es una meta, es una consecuencia.

Y la verdadera voz no se mide por su belleza, sino por su presencia.


Ver también:

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