Te lo dedico a vos, amiga: @mechidumas ❤️🩹
Hubo un tiempo en que fumar era una escena en sí misma.
Una estética.
Un modo de habitar la noche.
En Humo yo contaba lo mismo pero desde otro lugar: el cigarrillo era un gesto íntimo, un pequeño teatro portátil, un instante en el que la vida parecía detenerse alrededor de un fuego mínimo.
Y en Gitanes, ese cigarrillo importado, francés, elegante, casi una reliquia, yo escribía como si el pucho fuera un pasaporte a otra identidad, más libre, más cinematográfica, más yo que yo.
Esa etapa existió, la viví plenamente y la escribí mejor aún.
Pero ya no soy ese tipo.
Dejé de fumar.
Y no voy a extrañar nada.
Porque todo ese romanticismo —la brasa naranja, la bocanada lenta, el humo que dibuja pensamientos— era parte de una ficción que yo necesitaba en ese momento.
Era juventud buscándose forma.
Era ansiedad con estética.
Era tristeza con aroma.
Era un intento de parar el mundo dos minutos.
Hoy sé que esa pausa era mentira y que el costo era demasiado alto.
Fumar dejó de ser una escena y pasó a ser una carga.
Un peso.
Una repetición automática sin magia, sin gracia, sin épica.
Dejó de ser arte.
Y cuando algo deja de ser arte, muere.
Y por eso no voy a extrañar nada.
No voy a extrañar el olor a bar cerrado pegado en la ropa.
No vas a extrañar esa boca pastosa, seca, que ni un litro de agua arregla.
No voy a extrañar la garganta irritada, ni la tos esa que te recuerda que te estás matando de a poco.
No vas a extrañar la logística ridícula de “me queda?”, “a dónde voy?”, “compro ahora o después?”.
No voy a extrañar tener que interrumpir una conversación interesante para prender un cigarro que ya ni quiero.
No vas a extrañar correr a un kiosko como si fuera una emergencia médica.
No voy a extrañar ese gustito a metal viejo al despertar.
No vas a extrañar dormir mal porque fumaste tarde.
No voy a extrañar el cenicero mental en el que se convierte uno cuando fuma por costumbre y no por deseo.
No vas a extrañar el humo pegado al pelo, ni el olor a derrota discreta que queda en la piel.
Tampoco voy a extrañar la versión mía que fumaba para calmar algo que no quería sentir.
¿Sabés qué otra cosa no vas a extrañar? QUEMARTE TU PLATA.
No Voy a extrañar la sensación de “TENER QUE” terminarlo.
Esa persona que usaba el cigarrillo como cortina emocional, como anestesia barata, como pausa entre decisiones que dolían.
No vas a extrañar ser esclavo de un hábito que definía tu día: si había, si faltaba, si lo necesitabas para pensar, para escribir, para relajar, para matar tiempo.
Todo eso era mentira. Y yo lo sabía, pero no tenía la lucidez que tengo ahora.
Hoy sí.
Por eso dejé de fumar.
Y no voy a extrañar nada tampoco del porro cuando se usaba como apagador en vez de encendedor.
No vas a extrañar la nube mental, la pérdida de foco, el bajón disfrazado de calma.
No voy a extrañar cantar con medio pulmón.
No vas a extrañar que la creatividad esté condicionada a un encendedor.
No voy a extrañar creer que necesitaba humo para escribir o para existir.
Hoy puedo ver la trampa desde afuera: la falsa inspiración, la “sensación” de claridad que en realidad era lo contrario.
Me llevaba siempre un poco más lejos de mí mismo.
Ese yo que fumaba era un yo que estaba sobreviviendo otras cosas:
- vínculos asfixiantes,
- rutinas ajenas,
- responsabilidades impuestas,
- un desgaste emocional que buscaba alivio en lo que fuera.
El cigarrillo cumplía una función que ya no necesito. Hoy no me calma, no me acompaña, no me representa. Por eso lo dejé. Por eso sé que no voy a extrañar nada.
¿Voy a fumar alguna vez de nuevo?
Quizás uno por año, como chiste interno, como gesto irónico, como despedida ritual de lo que ya no soy.
O quizás ninguno.
La verdad: me da igual.
Cuando recuperás tu identidad, los vicios que te sostenían pierden toda fuerza.
No hace falta luchar contra ellos.
Simplemente caen.
Ese fue mi caso.
No soy fumador.
No soy consumidor compulsivo.
Soy, sin militancia ni fanatismo, anti-pucho porque descubrí algo que nunca vi con claridad antes: que la lucidez es más adictiva que la nicotina.
Y es liviana. Y da aire.
Respirar mejor se siente mejor.
Pensar mejor se siente mejor.
Cantar mejor se siente mejor.
Vivir mejor se siente mejor.
Y es impresionante lo rápido que el cuerpo agradece cuando se deja de agredirlo todos los días.
Hay un silencio nuevo en los pulmones, una claridad que no conocía, una energía que me devuelve ánimo, foco y presencia.
Ese es el verdadero ritual ahora.
Por eso dejé de fumar.
Y no voy a extrañar nada.
Ni el humo, ni la estética, ni la poesía inventada alrededor de un acto que en el fondo siempre fue autodestrucción disfrazada de carácter.
Hoy la poesía está en otro lado.
Y por primera vez en mucho tiempo, estoy ahí también.
Viajá al pasado:
o seguí cuidándote de otras maneras:
Manifiesto ANTI-SILENCIO — Sergio Herchcovichz & Co.
¿Y vos, cómo te descuidás?

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