Hijo: “TU PAPÁ ESTÁ LOCO”

Lo que una madre dice de un padre puede marcar a un hijo para toda la vida.

Lo trajo a mi casa. Tratando de decirle algo, termina en discusión, como siempre. Se va gritando, se sube al auto que le regalé en el divorcio —entre otros bienes, claro— y arranca como si escapara de una escena que ella misma escribió.
Yo entro refunfuñando.

Adentro, nuestro chico: todavía inocencia, todavía sueños, todavía creerá, como yo, en el amor que tuvimos alguna vez.

Lo abrazo, lo saludo, charlamos un poco.

Le pido disculpas por la pelea y los gritos (una vez más). “Disculpala a tu mamá también”, le digo, con la fe tonta de que alguna reparación queda posible.

A los cinco minutos, le vibran los mensajes: es ella.

Le dice: “Cuando vuelvas a casa, vamos a hablar. Tu papá está loco, no está bien.” Dos minutos de audio irreproducibles que, si hay dioses, ojalá tus hijos puedan olvidar.

Así arranca un fin de semana con el padre.

Y con eso, la guerra invisible que millones de hijos viven en silencio.

1. El niño como campo de batalla

No hay peor daño que usar a un hijo para ajustar cuentas.

Los adultos se creen discretos, pero los chicos sienten todo. Detectan los silencios, los mensajes ocultos, las ironías.

Cuando una madre habla mal del padre, aunque sea “solo un poquito”, no está desahogándose: está tallando una grieta en la identidad de su hijo.

Porque el chico no puede separar: papá y yo somos una parte del mismo mapa emocional.

Si mi mamá dice que él está loco, ¿qué dice eso de mí?

Ese pensamiento no llega como idea racional, sino como angustia.

Una desconfianza que crece adentro sin nombre ni causa aparente.

Algunos chicos aprenden a sobrevivir al fuego cruzado adaptándose; otros se quiebran.

Pero ninguno sale igual.

La infancia, en esos casos, se vuelve un trámite entre dos verdades incompatibles.

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2. El papel al viento

El narcisista no tiene identidad: tiene guiones.

Dice lo que le sirve según el público.

En el mismo día puede presentarse como víctima ante el hijo, fuerte ante los amigos, espiritual ante su terapeuta y vengativa en privado.

No hay continuidad, solo teatro.

Por eso puede decir “tu papá está loco” y, sin rubor, dejar al hijo a su cuidado.

el Trastorno Narcisista de la Personalidad (TNP) se define como un patrón persistente de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía, que comienza en la adultez temprana y se manifiesta en distintos contextos.
DE MANUAL: DSM-5-TR (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, edición revisada 2022)

La coherencia nunca fue el punto; la manipulación sí.

El hijo se convierte en testigo y escenografía.

Su inocencia es la utilería perfecta: el rostro al que se le habla cuando se quiere dañar al otro.

“Tu papá está loco.” “Tu mamá es una histérica.”

Y así, cada adulto deposita su basura emocional en el cuerpo chico que intenta entender a quién puede querer sin sentirse traidor.

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Las palabras que un niño escucha de su madre sobre su padre se transforman en su voz interior.

Si la madre dice “tu papá no sirve”, el chico crecerá sintiendo que una parte suya tampoco sirve.

Si escucha que “tu papá es violento”, aprenderá que la fuerza es peligrosa, incluso la suya.

Si repiten que “tu papá te abandonó”, creerá que todo amor termina en abandono.

Crecer escuchando que tu papá “está loco”, “no ayuda”, “te falló” o cualquier otro epíteto de la mentira deja una marca invisible.

Es una herida que no se ve, pero condiciona cada vínculo futuro: con amigos, con parejas, con su propio reflejo.

De adultos, muchos de esos hijos no saben confiar, o confían en quien los destruye, porque confunden amor con sometimiento.

VER TAMBIÉN: Estilos parentales invalidantes y sus huellas en la autoeficacia

El narcisismo materno funciona así: crea un mundo moral donde el hijo solo puede estar del lado de la madre para merecer cariño.

El amor se vuelve premio por obediencia emocional.

Y lo peor es que, con los años, ese hijo termina reproduciendo la misma lógica con los demás:

amar, pero vigilando; cuidar, pero culpando; hablar de amor, pero manipular con ternura.

Abajo el matriarcado (cuando el amor materno se convierte en poder)

3. El padre borrado

El sistema social y judicial suele ser cómplice del mito: “si la madre lo dice, debe ser cierto.”

En cambio, el padre calla.

Porque sabe que cualquier palabra se usará en su contra.

Calla por miedo, por vergüenza o por dignidad.

Calla por el hijo, aunque ese silencio se vuelva incomprendido.


Y entonces el relato queda completo: la madre como heroína, el padre como villano, el hijo como trofeo moral.

Aparte, Bú. Sé inteligente. A Juanito ya nadie le creyó sobre su lobo.

Pero los chicos no son tontos. Tarde o temprano, ven la incoherencia.

Ven al padre que cocina, que acompaña, que escucha, que no encaja con la caricatura que le contaron.

Y ahí el sistema se resquebraja: la mentira ya no coincide con la experiencia.

Ahí empieza el verdadero conflicto interno: ¿a quién creerle?

¿A la madre que ama, pero que miente?

¿O al padre que sufre, pero no grita?

Ese dilema se convierte en ruido de fondo toda la vida.

Una especie de zumbido mental que impide la calma.

4. La herencia del veneno

Una madre que destruye la imagen del padre no solo lastima al ex: hiere su propia sangre.

Deja hijos con miedo a la femineidad, con culpa de existir, con rabia flotante.

Hijos que no saben amar sin discutir, porque aprendieron que el amor es conflicto constante.

Hijas que se buscan parejas idénticas al padre demonizado, solo para “redimirlo” inconscientemente.

Pobre tipo; déjenlo vivir.

Y detrás, madres agotadas por el drama que ellas mismas alimentaron.

Viven en círculos de queja, sin darse cuenta de que el chico ya las ve. Ya no les cree. Y un día se alejará.

Y dirán: “se volvió frío, no sé qué hice mal.” Lo que hicieron mal fue convertirlo en mensajero de su odio.

PREVENCIÓN DE DAÑOS: en el Amor

El veneno emocional no se disuelve con el tiempo; se hereda. Pasa de madre a hijo, de hijo a pareja, de pareja a nietos. Una cadena invisible de culpa y manipulación que se disfraza de amor. Por eso es tan importante cortarla a tiempo: no con odio, sino con verdad.

5. Crianzas saludables

Una madre no necesita ser perfecta; solo necesita ser coherente.

Un padre no necesita ser héroe; solo necesita ser confiable.

Los chicos no piden grandes discursos: solo coherencia entre lo que ven y lo que se les dice.

Hablar mal del otro progenitor nunca ayuda.

Si hay conflictos, se resuelven entre adultos, lejos del oído del hijo.

Un chico no debe cargar con diagnósticos, ni con traiciones inventadas, ni con juicios que no le corresponden.

Las madres (y los padres) que aman de verdad enseñan con actos simples: no usar el amor como castigo, no usar la culpa como correa, no mentir por venganza, no convertir la crianza en revancha.

Criar no es salvar ni dominar: es acompañar.

Y si de verdad se ama, se aprende a callar ciertas frases, especialmente esa que debería prohibirse por ley:

“Hijo, tu papá es [CUALQUIER EPÍTETO].”

Mami.

o

“Hija, tu mamá es [CUALQUIER EPÍTETO].”

Papi.

Porque no hay locura más grande que sembrarle a un hijo la desconfianza hacia quien lo ama.

Y no hay cordura más noble que criarlo lejos del odio, aunque eso signifique tragarse un poco del propio.


Ver también: Si Tuviste Suerte, Tuviste Amor. Si Tuviste Amor, Tuviste Suerte. ¿Tuviste? (El orden de los factores…) La grámatica de las cosas no altera el asunto.

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