En el amor, ustedes no entienden.
No entendieron.
No entienden todavía.
Confunden intensidad con profundidad,
posesión con cuidado,
deseo con destino.
Y se jactan de haber amado como si eso fuera mérito.
Amar no es sufrir.
Sufrir es sufrir.
Y ustedes —vos, yo, todos—
hicimos de eso un arte.
Una coreografía perfecta entre la herida y la excusa.
Se aman con miedo,
con ansiedad,
con cálculo,
con la obsesión de no perder lo que nunca fue suyo.
Y llaman a eso “entrega”.
Idiotas.
La idiotez fue total.
El amor, escaso.
Así de simple.
Creyeron que amar era darlo todo,
y lo dieron todo —menos lo que importaba—:
presencia, silencio, respeto.
Dieron ruido, promesas, dramatismo.
Y después lloraron por el resultado.
No hay misterio.
No hay destino.
Solo dos personas mal criadas emocionalmente
jugando a ser eternas en un mundo que no dura ni una noche.
Vos, hombre:
querías una madre.
Alguien que te cuidara, te perdonara,
que te hiciera sentir “suficiente” sin que vos hicieras el trabajo.
Querías ternura sin consecuencia,
sexo sin espejo,
aprobación sin esfuerzo.
Vos, mujer:
querías un hijo.
Alguien que te necesitara,
que te confirmara que existís porque alguien depende de vos.
Querías admiración sin reciprocidad,
control sin culpa,
un proyecto donde pudieras decir “yo lo formé”.
Y cuando se encontraron,
se destruyeron.
Porque eran lo mismo:
carencia buscando carencia.
Y eso nunca funciona.
Después vino la excusa del “amor”.
La peor de todas.
Porque el amor fue la coartada perfecta.
El disfraz elegante del egoísmo.
El argumento que justificó todas las humillaciones.
“Lo hice por amor”,
dicen.
No.
Lo hiciste porque no sabías estar solo.
El amor, si existe,
no pide nada.
No exige, no mendiga, no suplica.
No necesita reafirmarse cada noche con palabras que ya no significan nada.
El amor no es un drama.
Es una calma.
Y por eso casi nadie lo soporta.
Porque la calma aburre a los adictos al conflicto.
Porque sin caos, no se sienten vivos.
Y entonces rompen, hieren, traicionan,
solo para sentir que algo se mueve.
Esa es la verdadera enfermedad.
Ustedes aman para no pensar.
Aman para no enfrentarse a sí mismos.
Aman para no mirar lo que son cuando se apaga la música.
Y el amor se vuelve anestesia.
Una forma decorada de la evasión.
Y después se preguntan por qué fracasan.
Porque no aman: consumen.
El otro es una droga,
un espejo,
un modo de postergar la cita con el vacío.
Por eso duran lo que dura el efecto.
Después vuelven al síndrome de abstinencia:
mensajes, recuerdos, fotos,
relectura de chats, autopsia emocional.
Creyendo que si entienden, sanan.
Y no.
Sanar es dejar de buscar explicación.
Vos, hombre y mujer, combinados:
aprendan a estar solos.
Aprendan a escucharse sin miedo.
Aprendan a perder sin drama.
Aprendan a amar sin apropiarse.
Aprendan a no arrastrar a nadie a su propio infierno.
Porque si no, repetirán la historia una y otra vez,
solo que con caras nuevas y excusas recicladas.
Cambian los nombres, no el patrón.
Cambian los cuerpos, no la herida.
El amor verdadero no necesita redes, ni pruebas, ni sacrificios.
No necesita ser probado porque se nota.
Porque no destruye.
Porque no hace ruido.
Porque no duele.
Lo otro, lo que ustedes viven,
no es amor.
Es apego.
Es miedo a desaparecer.
Es el intento desesperado de no enfrentarse a lo que hay adentro:
nada.
Qué mal que amaron.
Qué mal que nos amamos.
Qué bien que dolió.
Y qué inútil todo.
Pero sirvió.
Sirvió para aprender a no volver ahí.
Sirvió para ver cuán bajo puede caer uno por sentir algo.
Sirvió para dejar de confundir pasión con propósito.
Sirvió para aprender a distinguir entre amar y depender.
No hay redención en el otro.
No hay salvación en la pareja.
El amor no te completa.
Te refleja.
Y si lo que ves te asusta,
no es culpa del espejo.
Así que sí, la idiotez fue total.
Pero era necesaria.
Era el costo de aprender lo que nadie enseña.
Porque solo se entiende el amor cuando se sobrevive a su caricatura.
Ahora saben —o deberían saber—
que amar no es perder la cabeza,
sino recuperarla.
No es dar la vida,
sino vivirla mejor.
No es pedir,
es compartir.
El resto es circo.
Y ustedes —vos, yo, todos—
fuimos payasos creyendo que era ópera.
Ya está.
Perdonate.
Perdonala.
Perdonalos.
La idiotez fue total,
pero no eterna.
Y si todavía te queda algo de amor,
usalo para vos.
No para repetir la historia.
