LA VIOLENCIA FEMENINA

Nadie puede negar que hay mujeres violentas.

Ahora bien, ¿qué tipo de violencia es? Durante décadas, la palabra violencia se asoció casi exclusivamente con el golpe, la fuerza física, el cuerpo masculino imponiéndose sobre otro.

Pero la violencia no siempre se mide en hematomas.

A veces adopta formas invisibles: silencios calculados, humillaciones privadas, chantajes emocionales, desprecio sostenido.

En ese terreno, la violencia femenina no solo existe: prospera, silenciosa, amparada por un imaginario social que aún la considera imposible.

Nombrarla no es traicionar ninguna causa.

No se trata de negar la opresión histórica de las mujeres ni de invertir los roles, sino de reconocer un hecho: el poder, cuando se desequilibra, genera daño en cualquier dirección.

El abuso no tiene género, solo oportunidad.


El Hombre Víctima

El hombre víctima de violencia femenina enfrenta un doble castigo.

Primero, el daño en sí: la manipulación, la desvalorización, la agresión emocional.

Y luego, el descrédito.

¿Quién le cree a un hombre cuando dice que fue maltratado?

La sociedad le exige fortaleza, dominio, racionalidad.

El dolor masculino no tiene espacio de expresión legítimo. “¿Cómo vas a dejar que te grite así?”, “seguro algo hiciste”, “vos sos más fuerte”.

Ese mandato cultural genera un efecto perverso: la negación del propio sufrimiento.

Muchos hombres viven relaciones abusivas durante años sin reconocerlo.

Justifican, minimizan, ceden.

“Está estresada”, “yo también tengo mi carácter”, “mejor no discutir”.

Lo que en realidad ocurre es un proceso lento de erosión psicológica.

La autoestima se fragmenta, la identidad se diluye, y el miedo al conflicto se convierte en rutina.


Cómo actúa la violencia femenina

La violencia femenina opera en lo simbólico.

No necesita imponerse físicamente porque conoce mejor el lenguaje del vínculo.

Puede adoptar la forma de burla, indiferencia, manipulación, victimismo o control pasivo.

Sus armas principales son el reproche y la culpa.

VIOLENCIA Psicológica: desvalorización constante, comentarios que ridiculizan, comparaciones, ironías disfrazadas de humor. El objetivo es quebrar la seguridad interna del otro.

VIOLENCIA Emocional: chantaje afectivo: el amor condicionado a la obediencia, la manipulación del deseo, la amenaza de abandono. “Si me quisieras, harías esto.”

VIOLENCIA Social: aislamiento. Romper vínculos, sembrar desconfianza, desacreditar frente al entorno.

VIOLENCIA Económica: uso del dinero ajeno, manipulación de recursos, dependencia forzada.

VIOLENCIA Parental: uso de los hijos como herramientas de castigo o poder.

Cada forma comparte una raíz común: el control.

En la violencia femenina, el poder no se impone, se infiltra.

No golpea; enreda.

Y cuanto más inteligente la agresora, más difícil es probarlo.

MAMÁ AGREDE.

Ver también: “ME ESTRESA LAVAR LOS PLATOS”


El Escudo Cultural

El principal obstáculo para reconocer la violencia femenina es simbólico.

La cultura ha construido la imagen de la mujer como naturalmente empática, cuidadora, incapaz de dañar.

Esa narrativa, heredera del ideal maternal, protege incluso los actos más destructivos.

Cuando una mujer grita, se dice que “está dolida”.

Cuando manipula, que “tiene motivos”.

Cuando agrede, que “fue provocada”.

Mismos comportamientos, reciben diferentes condenas según el sexo.

El feminismo institucional, en su forma más dogmática, también contribuyó —sin quererlo— a esta ceguera.

Al definir la violencia de género como unidireccional (hombre-agresor, mujer-víctima), excluyó de su marco conceptual cualquier otra configuración.

Así, miles de hombres maltratados quedan fuera de la ley, del discurso, de la empatía pública.

No existen estadísticas claras, refugios ni líneas de ayuda específicas.

No porque no haya casos, sino porque no hay categorías para nombrarlos.


Mecanismos de Manipulación

La violencia femenina suele operar a través de mecanismos psicológicos precisos:

  • Gaslighting: distorsionar la percepción del otro, haciéndolo dudar de su memoria o su juicio.
  • Proyección: atribuir al otro los propios defectos o conductas (“vos sos el violento”).
  • Victimismo: colocarse como víctima para evitar responsabilidad.
  • Control del relato: manipular la percepción pública para asegurar simpatía y credibilidad.

Estos mecanismos no son exclusivos de las mujeres, pero adquieren eficacia especial cuando el hombre no tiene un marco cultural que le permita identificarlos.

La manipulación se vuelve moral: quien intenta defenderse es acusado de agresor.


Ver también: Abajo el matriarcado (cuando el amor materno se convierte en poder)


La Respuesta Institucional

El sistema judicial, diseñado bajo la lógica de protección hacia la mujer, tiende a desestimar las denuncias de hombres.

El resultado es una doble indefensión: emocional y legal.

En muchos países latinoamericanos, las leyes de violencia de género excluyen explícitamente la posibilidad de un varón como víctima.

Si él denuncia, se archiva.

Si ella denuncia, se presume veracidad.

Proteger a las víctimas no debería implicar cegar la mirada ante quién ejerce el daño.


Consecuencias Psicológicas

Las secuelas de la violencia femenina son profundas: ansiedad, insomnio, depresión, estrés postraumático, adicciones.

Pero el daño más grave es identitario: la pérdida de confianza en uno mismo.

Quien fue manipulado aprende a desconfiar de su percepción.

Duda de lo que siente, de lo que piensa, incluso de lo que vivió.

Recuperarse exige un proceso inverso: volver a creer en la propia voz.


En la cultura

El arte y los medios rara vez abordan la figura de la mujer violenta.

Cuando lo hacen, la convierten en caricatura: la celosa, la loca, la femme fatale.

Casi nunca como lo que puede ser: una persona abusiva con poder emocional real.

La cultura enseña a identificar a la víctima femenina, pero no al hombre sometido.

Y cuando aparece, se ridiculiza: el “pollerudo”, el “dominado”.

Esa burla social es otra forma de violencia:

la invalidación del dolor masculino.


El lugar del hijo

Una de las formas más crueles es la alienación parental: cuando una madre manipula la relación entre padre e hijo.

No solo castiga al hombre; condiciona al niño, que crece confundido entre versiones contradictorias.

El sociólogo Edward Kruk definió este fenómeno como “una forma de violencia familiar no reconocida que destruye vínculos y perpetúa trauma generacional”.

Hacia una visión madura

La igualdad no se mide en cuotas, sino en responsabilidad compartida.

Hablar de violencia femenina no es restar importancia al feminicidio, sino entender que el poder mal usado destruye sin distinción.

Una sociedad que niega la posibilidad de mujeres violentas perpetúa la desigualdad que dice combatir:

la que infantiliza a la mujer y deshumaniza al hombre.

Reconocer que ambos pueden dañar y ser dañados es el primer paso hacia vínculos más sanos.

La madurez afectiva implica saber diferenciar el conflicto del abuso, la pasión de la manipulación, el amor del control.


Conclusión (Nombrar lo invisible)

El desafío es nombrar.

Sin lenguaje no hay realidad, y sin realidad no hay reparación.

Se necesitan palabras nuevas, espacios de escucha, y leyes que reconozcan que el sufrimiento no tiene sexo.

Solo así la violencia dejará de ser una guerra de bandos y se convertirá en lo que realmente es:

un problema humano, ético, universal.

El silencio protege al abusador, sea quien sea.

Durante años, la lucha contra la violencia de género permitió que millones de mujeres fueran escuchadas.

Hoy, una nueva etapa exige incluir al otro lado del espejo: los hombres que también sufren, callan y cargan con una vergüenza que no les pertenece.

Aceptar que la violencia femenina existe no debilita ninguna causa: la fortalece.

Amplía el marco de lo humano, busca justicia sin ideología, y apunta a sanar sin dividir.

Porque el enemigo nunca fue el hombre ni la mujer.

El enemigo es el abuso —en cualquiera de sus formas.


Referencias:

  • Hines, D. A., & Douglas, E. M. (2010). Intimate Partner Violence Against Men. Psychology of Men & Masculinity.
  • Machado, A., et al. (2021). Men as Victims of Intimate Partner Violence. Frontiers in Psychology.
  • Kruk, E. (2013). Parental Alienation as a Form of Family Violence. Social Work & Society.
  • Australian Institute of Health and Welfare (2018). Family, domestic and sexual violence in Australia.

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