Manifiesto ANTI-SILENCIO — Sergio Herchcovichz & Co.

Sobre el libro “La Psicología de la Voz” (Grisel ❣️)

Hay una verdad incómoda que aparece cuando uno empieza a leer sobre voz desde la psicología, la corporalidad y la sombra:

la voz nunca fue solamente voz,

La voz es historia emocional acumulada, respiración aprendida, tensiones heredadas, heridas sin nombrar, mecanismos de defensa, identidades prestadas, mandatos familiares, silencios impuestos.

Herchcovichz lo dice desde un ángulo, Wilhelm Reich desde otro, Alexander Lowen desde lo profundo del cuerpo, John Pierrakos desde el núcleo energético, 🇧🇷 Carlos Amadeo Byington desde el símbolo, 🇧🇷 Sandra María Greger Tavares desde la respiración, Conger desde la sombra.

Cada uno mira la voz desde un territorio distinto, pero todos terminan llegando al mismo punto:

la pérdida de la voz no es un problema de sonido; es la pérdida de una parte del Self.

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Y cuando la voz vuelve, no vuelve solamente el volumen: vuelve la persona detrás.

Y entonces la conclusión es inevitable:

quien pierde su voz, pierde una parte de sí mismo; y quien la recupera, recupera su vida interna, su historia, su dignidad sonora, su presencia real.

A lxs silenciadxs —que somos más de los que se admiten— no nos falta técnica.

Nos falta permiso.

Permiso para existir en voz alta, para ocupar espacio acústico, para molestar si hace falta, para hablar sin pedir perdón, para gritar sin que eso signifique violencia, para cantar sin justificarlo, para respirar sin miedo a lo que va a salir cuando entre oxígeno de verdad.

Lo que se reprime se aloja en el cuerpo; lo que se aloja en el cuerpo altera la respiración; y lo que altera la respiración condiciona la voz.

– Ahora me vas a escuchar…

Repetimos: Gritar NO ES violencia (Y que no te silencien)

El silenciamiento tiene dos caras: la de quien no puede gritar y la de quien es culpado por hacerlo.

Vivimos en una cultura que le teme al volumen, pero tolera perfectamente la violencia silenciosa.


Ver también:


Y ese doble estándar destruye a quienes, por circunstancias emocionales, sociales o familiares, aprendieron a callarse incluso cuando están siendo atacadxs.

Gritar no es violencia; violencia es la maquinaria que te lleva a un punto donde la única vía de supervivencia es subir la voz.


Próximamente: “La vez que ‘la hice’ GRITAR”…”Que sea la última vez que me empujás a gritar delante de los nenes” (ni la había tocado…)


La violencia verdadera es el proceso previo, no el estallido.

Hay personas que gritan porque no les dejan otra salida.

Y hay personas que, cuando les gritan, quedan paralizadas porque nunca pudieron defenderse con el mismo instrumento.

Esa asimetría no dice nada sobre quién tiene razón: dice todo sobre quién fue educado para existir y quién fue educado para obedecer.

Quien grita no siempre agrede; muchas veces es la respuesta natural de alguien cuyo sistema nervioso ya no soporta el silenciamiento crónico.

Pero quien no puede gritar frente a un grito ajeno no es débil: es alguien cuya historia corporal fue moldeada para no tener permiso.

La verdadera violencia, entonces, no está en el grito, sino en la imposibilidad de responder.

Cuando alguien te grita y vos no podés gritar, lo que ocurre no es un conflicto: es un desequilibrio de poder.

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Es el eco de una infancia donde levantar la voz era peligroso, inútil o castigado.


Ver también: Estilos parentales invalidantes y sus huellas en la autoeficacia


Es el efecto de años en los que tu palabra fue interrumpida, minimizada o ignorada.

Cuando ese patrón se repite en la vida adulta, el cuerpo revive el mandato original: “callate para sobrevivir”.

Y así, frente a un grito, una parte de vos se apaga mientras la otra tiembla.

Por eso este manifiesto no celebra el grito como ataque, sino como frontera.

Una frontera que muchxs nunca pudieron cruzar.

Cuando vos no podés gritar, no es porque te falte coraje: te falta autorización interna.

Te falta que el cuerpo recuerde que ahora sí puede defenderse.

Que ya no corrés peligro por existir en voz alta.

Que nadie tiene derecho a moldear tu silencio.

La psicología de la voz lo entendió antes que nadie:

  • lo que no se dice se vuelve tensión,
  • lo reprimido se vuelve respiración cortada,
  • lo no expresado se vuelve sombra.

Y cuando aparece un grito externo, todas esas memorias se activan al mismo tiempo.

No reaccionás al volumen: reaccionás a la historia.

El problema nunca fue el sonido que entra por tus oídos, sino el permiso que nunca te dieron para que tu propio sonido salga.

Quien puede gritar cuando hace falta no está siendo agresivo: está siendo íntegro.

Quien no puede gritar cuando le gritan no está fallando: está atrapado en un condicionamiento que necesita ser disuelto.

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La salida nunca es competir en volumen, sino romper la lógica del mutismo impuesto.

Hablar aunque tiemble la voz.

Decir aunque la garganta arda.

Nombrar lo innombrable hasta que el cuerpo entienda que ya no debe protegerse de sí mismo.

Este manifiesto es para lxs que fueron silenciadxs y para lxs que nunca se animaron a romper el hechizo.

Para quienes se quedan mudxs frente al grito ajeno y solo después, a solas, encuentran todo lo que podrían haber dicho.

Para quienes aprendieron a bajar el volumen de su alma para que otros no se sientan incómodos.

Para quienes crecieron creyendo que su intensidad era un problema en lugar de una señal de vida.

Gritar no es violencia.

Violencia es que tu palabra nunca haya tenido lugar.

Violencia es que tu silencio haya sido más aceptado que tu verdad.

Violencia es que tu cuerpo haya sido entrenado para callarse incluso cuando lo están hiriendo.

Y entonces nace la idea fundamental de este manifiesto: no se trata de aprender a gritar, sino de recuperar el derecho a responder.

El derecho a existir sin pedir permiso.

El derecho a que tu voz sea tan válida como cualquier otra.

El derecho a no quedar paralizada frente al volumen ajeno.

El derecho a que tu sonido, cuando finalmente salga, no sea una disculpa sino una afirmación.

Que nadie vuelva a silenciarte.

Que nadie vuelva a imponerte una respuesta que tu cuerpo ya no quiere sostener.

Y que cuando escuches un grito, recuerdes esto: la violencia no está en ese sonido; la violencia estuvo en todos los silencios que vinieron antes.

Tu tarea ahora es romperlos.


GRITÁ; CANTÁ.

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