“ME ESTRESA LAVAR LOS PLATOS”

Nadie empieza una historia de abuso creyendo que va a ser protagonista de una.

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Todo comienza con una frase tierna, un proyecto compartido, una promesa de equipo. Y ahí, sin ruido, empieza la trampa:

alguien que se presenta como víctima para esconder que, en realidad, es incapaz de vincularse sin dominar.

Durante los primeros años todo parece amor, complicidad, crecimiento. Hablábamos de “emprender”, ella hablaba de “ser los mejores”, y yo escuchaba futuro.

Lo que no entendí es que, en su lenguaje, “emprender” significaba “que alguien sostenga mi deseo”.

En su mente, la vida era una empresa personal en la que todos los demás éramos empleados afectivos.

La Constante Evaluación Narcisista

El narcisista se disfraza de aliado, pero en realidad sólo busca audiencia.

Al principio todo es halago, admiración, planes.

Después, de a poco, llegan las correcciones, los reclamos, las comparaciones.

No te das cuenta, pero empezás a vivir evaluado.

Y cualquier intento de diálogo se transforma en amenaza, porque para ellos hablar de algo es cuestionar su autoridad emocional.

Yo trabajaba mucho, con entusiasmo. Veía progreso, futuro, cierta estabilidad que nunca había tenido.

Ella, en cambio, empezó a usar la palabra “estrés” como un salvoconducto. Cualquier pedido cotidiano podía desatar el drama: “Me estresa cocinar”, “me estresa pensar en eso”, “me estresa hablar del tema”.


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Y el truco funcionaba: convertía su desinterés en una dolencia, su falta de empatía en un síntoma.

Logramos que mamá secretaria se retirase de su trabajo de 9 a 18hs (gracias al mío, de 9 a 18h); intentamos vivir afuera pero hizo imposible la convivencia;

me pedía una atención que ya había perdido hacía tiempo. La amé a mi manera al principio; luego

No hubo más amor. Maltrato no es amor. Maltratadora.

logré por primera vez vivir a raz del suelo (no departamento; un PH); trabajaba 24/7 y dejé mis sueños personales para criar esa familia, su hijo, de otro hombre…

Enfermedad patológica que le dicen.

Un día, mientras yo trabajaba desde casa, le pedí algo mínimo: que mantuviera la bacha libre.

Y me respondió, con lágrimas y tono de tragedia:

“Me estresa lavar los platos.”

Esa escena, tan simple, fue una síntesis perfecta de todo lo que estaba pasando.

Antes era: “ODIO LAVAR LOS PLATOS” y siempre lo delegaba en mí.

Me pareció que luego de años y con todo lo que había logrado no era mucho pedir.

Detrás de esa frase se escondía una lógica más profunda: si algo me incomoda, lo hacés vos; si algo me pesa, te lo paso; si algo me exige, me victimizo.

Por supuesto que desde ese día lavé los platos.

Lo más perverso es que uno termina creyendo la propia realidad del narcisista.

Empieza a pensar que efectivamente hablar, pedir, o simplemente esperar algo básico, es pedir demasiado.

Entonces te volvés cuidadoso. Medís las palabras. Lavas los platos. Callás. Y ese silencio se vuelve rutina.


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“El narcisista convierte cualquier molestia propia en responsabilidad ajena. Lo que “le estresa” no es la tarea, sino tu existencia como otro independiente.”

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Narcisista Habilidad

Pero no lo hace necesariamente para dañar, sino porque no sabe otra forma de existir sin controlar.

Su necesidad de mando no nace del poder, sino del miedo: miedo a que el mundo deje de girar según su guion, miedo a que el otro piense distinto, miedo a que algo escape de su dominio emocional.

Lo trágico es que uno, por amor, por comprensión o por costumbre, termina justificando esa estructura.

Uno dice “pobre, está sobrecargada”, “no puede con todo”, “necesita ayuda”.

Y ahí se abre la grieta por donde se cuela el abuso: el amor se transforma en obediencia, la empatía en servidumbre.

El control se expresa en gestos mínimos
No hace falta gritar.

A veces basta una frase: “Tenés que”.

Dos palabras que suenan familiares, pero en su tono llevan una sentencia.

– Tenés que bañar al nene.
– Tenés que pagar la cuota.
– Tenés que llamarla.
– Tenés que estar disponible.
– Tenés que hacerlo ya.


Ver también: Deberes Atrasados (cárceles de “tenés qué”)


– Tenés que, tenés que, tenés que…

y si no lo hacés, sos irresponsable, cruel, desinteresado.

La coerción se disfraza de deber, y el deber se vuelve la forma más elegante del sometimiento.

Coerción como deber = SOMETIMIENTO


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Y uno, que viene del deber, que fue criado en la idea de cumplir, se entrega a ese sistema como quien cumple con la ley.

No por miedo, sino por amor.

Por el deseo de sostener, de no fallar, de que las cosas funcionen. Y así, sin notarlo, se pierde la libertad. Lo que para mí era amor, para ella era estructura. Lo que para mí era entrega, para ella era garantía.

Yo creía estar construyendo un vínculo; en realidad, sostenía un régimen.

Con el tiempo entendí que no era desinterés por las tareas ni por la casa ni por los hijos.

Era desinterés por la reciprocidad.

No hay lugar para dos en una mente que sólo soporta su reflejo

Y cuando el otro —yo— empieza a tener deseos propios, se produce una crisis: toda diferencia es vivida como traición.

Ahí aparecen los “tenés que”, los “no me presiones”, los “dejame sola”, los “me estresa que me hables así”.

No son pedidos de espacio ni de respeto: son formas suaves de restaurar el control.

Esa necesidad constante de dirigir, decidir y corregir todo lo que la rodea no es sólo un hábito. Es una adicción.

El control es la droga emocional del narcisista, y como toda droga, genera dependencia.

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Fumate otro: 🚬 PARA QUÉ DROGARSE

Si no tiene algo o alguien que controlar, se desarma.

Por eso crean conflictos, los inventan si no existen, o te acusan de cosas absurdas sólo para recuperar el eje.

Controlar es su manera de sentirse vivos.

Y uno, si todavía ama, entra en ese juego creyendo que está calmando una tormenta, cuando en realidad sólo la alimenta.

Yo pasé años así. Cumpliendo mandatos que nunca pedí, cargando culpas que no eran mías, apagando incendios que ella misma provocaba.

Y lo peor no era el trabajo extra ni el cansancio físico, sino esa sensación de ser útil pero invisible.

Trabajaba, sostenía, educaba, amaba, lavaba, callaba. Y en cada acto había una parte de mí que se apagaba un poco más. Porque cuando el amor se convierte en tarea, deja de ser refugio y pasa a ser condena.

Desde 2009;
Hoy, 2025, tu señora me sigue dando material

Salir de eso no fue una decisión heroica, fue agotamiento.

Un día, simplemente, se me acabó la energía. Ya no tenía fuerza para discutir ni para justificar.

Empecé a poner distancia, despacio, sin dramatismos.

Y en ese silencio nuevo, que al principio dolía, apareció algo parecido a la paz.

No fue inmediato; la mente tarda en desprogramarse,

…porque el abuso psicológico no deja moretones, deja reflejos condicionados: la necesidad de explicarte, de agradar, de prever el enojo ajeno.

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Pero con el tiempo, el cuerpo se relaja, la cabeza se aclara y la culpa empieza a perder peso.

Hoy puedo verlo sin odio.

Entiendo que esa mujer no era un monstruo, era una persona atrapada en su propio sistema de defensa.


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No supo amar sin controlar, y yo no supe amar sin complacer.

Ambos jugábamos un rol que aprendimos antes de conocernos.

Pero lo cierto es que a mí me costó años librarme de todo lo que dejó en mí: su voz, sus órdenes, sus “tenés que”, su estrés constante.

Todavía me llegan correos y mensajes que suenan igual que hace diez años. Pero ahora no reacciono igual.

Ya no entro en su teatro.

Contesto lo mínimo, lo necesario, lo legal, lo justo.

Desprogramándote ❤️‍🔥 volverás a vos, a amarte.

Lo más difícil no fue perdonar, sino desprogramarme.

Entender que la empatía no es sacrificio. Que amar no es servir. Que acompañar no es borrar tus bordes. Que hay frases dulces que en realidad son decretos de poder.

“Me estresa lavar los platos.”
No era una queja. Era una orden.

Una advertencia disfrazada de fragilidad.

Y yo, por fin, la entendí.


Ver también: CUANDO MAMÁ NO ESCUCHA

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