PREVENCIÓN DE DAÑOS: en el Amor

En el amor también debería existir una ley de prevención de daños. No todo lo que se puede sentir se debe actuar. No todo lo que se promete se puede cumplir.

Hay amores que no destruyen por maldad, sino por ignorancia emocional: por no medir el impacto, por no advertir la tormenta antes de besarla.

Durante siglos, nos educaron para enamorarnos como si el amor fuera un campo de batalla. Con épica, con dramatismo, con sacrificio. Nos enseñaron que amar es “dar todo”, “luchar hasta el final”, “apostar por el otro”, incluso cuando eso implique dejar de ser uno mismo.


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En ese marco, la idea de prevenir daños suena casi herética: ¿cómo poner límites en algo que se supone infinito? ¿Cómo decir “basta” sin que parezca cobardía?

Pero lo cierto es que los corazones rotos no son accidentes naturales.

Son, la mayoría de las veces, daños evitables.

No con frialdad, sino con conciencia. No con miedo, sino con madurez.

I. La responsabilidad afectiva

Prevenir daños no es amar menos: es amar mejor.

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Significa asumir que cada acto emocional —una palabra, un gesto, una ausencia— tiene consecuencias.

Que no podemos declararle la guerra a alguien y luego culpar al destino por los heridos.

La responsabilidad afectiva no es una moda progresista: es la ética básica del vínculo.

Implica hablar claro, no usar el silencio como castigo, no manipular con la culpa,

no generar expectativas que uno sabe que no va a sostener.

La honestidad no debería ser un acto heroico, sino un requisito.

Si sé que no puedo amar a alguien como esa persona espera, prevenir el daño es decirlo.

Si siento que mi deseo se agotó, prevenir el daño es no seguir actuando el personaje del que ama “por costumbre”.

Y si detecto que el otro está poniendo más de lo que puede sostener, prevenir el daño también es cuidarlo, incluso cuando eso implique alejarse.

La mayoría de los dramas amorosos surgen no por maldad, sino por omisión: por no hablar a tiempo, por temer al conflicto, por no soportar la culpa de frustrar al otro.

Pero el silencio también daña. Y más aún, el silencio adornado con promesas.

En el fondo, la prevención de daños en el amor es la forma adulta de la ternura: reconocer que el otro siente, que tiene historia, que no es un escenario donde uno pueda ensayar la propia novela.

II. Las señales tempranas de daño

Los daños emocionales raramente aparecen de golpe. Primero llegan en pequeñas dosis: una crítica velada, una ausencia sin explicación, un desinterés disfrazado de cansancio.

Luego, la desproporción: quien siente más empieza a cargar con lo que el otro no da.

El vínculo se desbalancea.

Uno se convierte en sostén, el otro en peso.

Y entonces aparece la frase más peligrosa: “No era mi intención lastimarte”.

Como si la falta de intención limpiara el efecto. Como si la inconsciencia fuera excusa.

La prevención de daños empieza justamente ahí: en reconocer que no alcanza con tener buenas intenciones.

Amar sin conciencia de impacto es como manejar dormido.

Algunas señales tempranas del daño emocional:

  • Cuando uno deja de ser escuchado y empieza a ser corregido.

  • Cuando se discute para ganar, no para entender.

  • Cuando el otro convierte la vulnerabilidad en material de burla.

  • Cuando se da sin recibir ni gratitud ni presencia.

  • Cuando el amor se convierte en trabajo unilateral.


El daño no siempre es escándalo. A veces es gota. Un goteo lento de indiferencia que vacía la autoestima. Y la prevención, ahí, es notar la humedad antes de que el techo se caiga. También hay que decirlo: prevenir el daño incluye reconocer cuándo uno mismo lo está causando.

Cuando el propio miedo al abandono se convierte en control. Cuando el orgullo impide pedir perdón. Cuando se exige amor perfecto desde una historia imperfecta. No siempre el otro es el villano.

A veces somos los dos los que llegamos rotos y pretendemos curarnos usando al otro de venda.

Pero nadie sana a través del dolor ajeno.

III. El autocuidado como límite

Prevenir el daño ajeno empieza por prevenir el propio. No hay amor saludable en alguien que se abandona a sí mismo para sostener a otro. No hay entrega auténtica cuando uno renuncia a su dignidad para no perder compañía.

El autocuidado no es egoísmo: es el filtro que evita que el amor se convierta en dependencia.

No podés amar bien si estás en guerra con vos misma.

Y sin embargo, muchos se enamoran para tapar vacíos que deberían haberse trabajado solos. Ahí es donde la prevención de daños se vuelve una responsabilidad compartida:

la de no cargarle al otro la tarea de salvarnos.

El amor no es un hospital.

No es refugio para huir de la soledad ni pastilla para el aburrimiento.

Es un espacio donde dos personas completas pueden encontrarse y crecer. Pero cuando uno llega fracturado y el otro se hace cargo, el vínculo se vuelve un tratamiento, no una relación.


Ver también: Manual práctico para sobrevivir al amor enfermizo (con risas incluidas)


Y los tratamientos, si se prolongan más de lo necesario, terminan enfermando también al terapeuta.

Hay que aprender a decir “no puedo seguir”, sin culpa. Hay que poder reconocer “me duele esto, y no quiero acostumbrarme”. Hay que tener el coraje de elegir la distancia sobre el desgaste. A veces, la verdadera prevención de daños es irse a tiempo.

IV. Amor lúcido, amor libre

El amor lúcido no es menos profundo. Es más real. No vive de la ilusión de que todo se puede resolver “con amor”.

Sabe que hay heridas que no se curan a fuerza de abrazos, y que la intensidad no siempre es sinónimo de verdad.

Prevenir daños en el amor es aceptar que no todo vínculo merece ser sostenido, que hay personas que despiertan ternura pero no proyecto, deseo pero no respeto, química pero no reciprocidad.

Y que está bien.

La madurez sentimental no está en hacerlo durar, sino en hacerlo sano mientras dure.

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También hay que soltar la idea de que el sufrimiento purifica.

Sufrir no enseña más: sólo agota.

Lo que enseña es mirar el sufrimiento y preguntarse por qué sigo acá.

El amor libre no es libertinaje.

Es aquel que no depende del control ni de la posesión, sino de la elección consciente.

Y para eso hay que prevenir daños: para no perder el alma intentando retener cuerpos.

La prevención emocional no mata la pasión, la depura.

Deja solo lo que arde de verdad: la entrega sin manipulación, el deseo sin chantaje, la cercanía sin invasión.

V. Epílogo: amar sin herir

Si el amor tuviera un manual, debería empezar con esta frase: “Primero, no dañes.” Como los médicos, como los artistas, como los que saben que toda intervención tiene efecto.

Porque amar es intervenir en la vida de otro.

Es entrar en su historia, tocar sus miedos, alterar su ritmo.

Y ese poder requiere cuidado.

No el cuidado del miedo, sino el de la conciencia.

Prevenir daños no significa blindarse contra el dolor. El amor sin riesgo no existe. Pero sí se puede evitar la crueldad innecesaria, la mentira que destruye, la confusión que hiere. Se puede amar sin romper. Se puede desear sin usar.Se puede irse sin arrasar.

Quizás el gran desafío contemporáneo no sea amar más, sino amar con responsabilidad. Con la misma precisión con la que manejamos una herramienta delicada.

Porque el amor, cuando se usa mal, corta.

Pero cuando se usa bien, cura.

Y ahí está la verdadera prevención de daños: en entender que el amor no es un derecho, sino un privilegio.

Y que cuidarlo —cuidarnos— es la única forma de que siga valiendo la pena.


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