0x>\🏛️>👩🍳.🧾>📚.🧑💻>💶🎶.😬😬😬💌❤️🩹
Las historias de cambio de vida siempre se cuentan desde el final. La arquitecta que se volvió chef, el contador que dejó los balances para abrir una librería de barrio, el programador que hoy gira por Europa con su banda.
Siempre escuchamos la versión cerrada: “me animé, seguí mi pasión y ahora vivo de lo que amo”. Nadie cuenta el pantano del medio.
(relacionado) CÓMO CAMBIAR SU VIDA O CARRERA
Ese limbo donde todavía dependés de tu carrera vieja para pagar el alquiler, pero ya no podés soportarla sin sentir que se te cae encima. Ese terreno inestable donde la nueva vocación apenas empieza a dar frutos—emocionales más que económicos—y todavía no sostiene nada.
La transición es el verdadero infierno silencioso del cambio: una cuerda floja entre dos mundos, un puente invisible.
Dos monedas distintas
La transición no se mide solo en dinero. Se mide en tiempo, energía y sentido.
La carrera vieja suele traer plata más rápido, pero te drena.
La nueva carrera, la que de verdad te da ganas de levantarte, devuelve entusiasmo y propósito, pero al principio paga con monedas.
El problema es que son dos monedas distintas: la cuenta bancaria se llena con una, el alma con la otra. El desafío es que ninguna se banque sola. La tensión se vuelve insoportable: mientras una asegura supervivencia, la otra sostiene la esperanza de no pasar el resto de la vida en automático.
La trampa del presente
Muchos caen en el espejismo del “vivir el presente”. Un lema que debería significar estar conscientes, atentos, despiertos, se transforma en licencia para reventarse. Noches interminables, adicciones, gasto sin medida, decisiones tomadas como si el mañana no existiera. Y el mañana, inevitablemente, aparece, a veces con la factura en la mano.
Vivir el presente no es quemarlo.
Es habitarlo.
Disfrutar con conciencia.
Bailar sin romperse.
Beber sin vaciarse.
El presente no es una excusa para hipotecar el futuro: es el único terreno donde se planta la semilla del futuro.
El miedo al futuro
En el otro extremo están los que nunca logran mirar más allá de la semana que viene.
La idea de planear diez años, incluso cinco, les resulta absurda, irreal, agobiante. Pero el cambio profundo necesita horizonte. No un plan rígido en mármol, pero sí una dirección.
La falta de estrategia no es destino: es un músculo atrofiado.
Igual que el que nunca entrenó y le cuesta subir una escalera, el que nunca planeó se ahoga con un calendario. Pero se puede entrenar: trazar objetivos, dividirlos en pasos, sostener un rumbo.
La estrategia también se aprende.
Filosofía de la transición: entre la libertad y el deber
Cambiar de vida suena romántico cuando lo pensás solo. Pero ¿qué pasa cuando hay otros atados a tu decisión? Hijos, hijas, familia, adultos mayores que cuidar. La libertad absoluta es una fantasía de adolescente. La adultez es un campo de tensiones: tu deseo y tus deberes, tu sueño y las necesidades de quienes dependen de vos.
Ahí es donde la transición se vuelve más compleja. Porque no solo se trata de dejar un trabajo o emprender otro camino. Se trata de reconfigurar un sistema de relaciones.
¿Cómo explicar a un hijo que pasás menos tiempo porque estás construyendo algo que todavía no paga las cuentas? ¿Cómo decirle a un padre enfermo que no podés estar ahí todo el día porque necesitás estudiar, practicar, probar?
Hijos, hijas, responsabilidades
¿Qué lugar ocupa la paternidad o maternidad en medio de una transición? El dilema es brutal: ¿postergar tus sueños para cuidar, o sacrificar presencia para construir? Cada elección tiene costo.
La verdad incómoda: no se puede tener todo al mismo tiempo. Pero sí se puede negociar. Incluir a los hijos en el proceso, mostrarles que el cambio también es una forma de educar. No por lo que decís, sino por lo que hacés. Un hijo que ve a su madre o padre pelear por su vida auténtica, aunque con tropiezos, aprende más que con un manual de autoayuda.
La filosofía antigua hablaba de ataraxia, la tranquilidad del alma. En un mundo donde la familia te necesita, la ataraxia no se logra con aislamiento, sino con equilibrio. La transición, en ese sentido, no es solo laboral: es existencial.
Los imponderables de la vida
Planear es necesario, pero la vida se ríe de los planes. Enfermedades, accidentes, divorcios, hijos inesperados, deudas que caen como meteoritos. Nadie escribe en su calendario: “día 17, crisis emocional; día 23, muerte de un ser querido”.
Y sin embargo, pasa.
Por eso la transición necesita elasticidad. No puede ser una hoja de ruta rígida, porque lo imprevisto la rompe.
Tiene que ser más bien como una partitura de jazz: una estructura que admite improvisación.
La vida mete acordes raros, silencios incómodos, cambios de tempo.
El arte es no perder la melodía aunque la orquesta se desarme.
El pantano emocional
El dinero preocupa, claro. Pero lo que más pesa en la transición es lo emocional. La ansiedad de no saber si funcionará. La culpa de soltar lo seguro. El miedo a la mirada ajena: “¿cómo vas a dejar tu carrera, con lo bien que te iba?”.
La sociedad aplaude la estabilidad y desconfía del riesgo. El que cobra sueldo fijo es respetado. El que se anima a cambiar, sospechoso. Pero la vida no la paga la sociedad: la vivís vos. Nadie más.
Estrategias posibles
- Exprimir el limón viejo. El trabajo actual no es amor, es combustible. Cada billete ahí ganado compra tiempo para el puente.
- Construir en paralelo. Aunque sea media hora al día. No hace falta la obra maestra: alcanza con piezas que existan.
- Aceptar el pantano. Habrá meses donde nada avance, donde parezca eterno. Sostenerse es parte del precio.
- Esperar el vuelco. Lo nuevo empieza tímido y después inevitable. Y lo viejo, un día, deja de ser necesario.
Filosofía del puente
La metáfora del puente invisible sirve porque no hay garantías. Nadie te asegura que del otro lado habrá un terreno firme. Puede que llegues y descubras que era otra ilusión. Pero incluso en ese caso, habrás aprendido a construir mientras caminabas.
El filósofo Kierkegaard decía que la vida solo puede ser entendida hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante.
La transición es exactamente eso: avanzar a ciegas, confiando en que el sentido se revelará más tarde.
Conclusión: el tiempo como medida
El dinero importa, pero es intercambiable. Lo único que no vuelve es el tiempo malgastado.
Cambiar de carrera, de vida, no es un salto al vacío: es un cruce lento sobre un puente invisible.
Requiere sostener dos mundos a la vez, aceptar lo imprevisto, negociar con la familia, cuidar a los tuyos, y aún así, no abandonar la melodía de lo que querés vivir.
Ese puente se construye mientras lo cruzás. Nadie lo ve desde afuera, pero vos sabés que está ahí. Y cada paso, por incierto que parezca, es ya una victoria.
Porque al final, la plata aparece. Siempre aparece.
Lo único que no vuelve es el tiempo.
Y yo prefiero caminar.
Deja un comentario