Reventaron. Como un globo que roza un alfiler y con un ruido sordo deja escapar el aire que libera su presión, reventaron en medio de la noche. Sin embargo nadie los oyó, ninguno de los transeúntes pareció alterarse cuando sus manos se soltaron y fueron expulsados con violencia a cada uno de los polos; él al Norte y ella al Sur.
Se dejaron dos sillas vacías, la cera caliente sobre el mantel y la marca de la espuma cayendo por el vidrio soplado. Se dejaron un beso urgente al abordar el taxi, como queriendo despedirse rápido porque, dale dale, apurate, que se me están saliendo las palabras. Se dejaron unas caricias sobre la mesa, unas ganas de manos y abrazos, de labios y susurros.
Y sin embargo nadie los oyó.
Nadie los oyó gritar desesperados por ayuda ante la incertidumbre del momento, ante la presión del aire globo, paredes de nylon. Nadie. Habrá sido su encierro, su alejamiento de lo cotidiano, sus decisiones atípicas. Habrán sido sus risas, sus miradas: tapaderas de la verdad, de esa verdad que se agitaba en sus adentros, en sus más profundos deseos, en su más profunda carne, en su más profunda mente.
Todo eso pujando por salir. Sílabas y ensueños empujando y haciendo fuerza por ser libres, intentando desatar el tímido nudito que años antes los había mantenido a raya (raya Rayuela) intentando explotar el encierro que los condenaba.
Reventaron en medio de la noche.
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