Manual práctico para sobrevivir al amor enfermizo (con risas incluidas)

Hay manuales para todo: cómo hacer sushi en casa, cómo plantar tomates en balcón, cómo programar en Python. Pero el manual que falta —y que nadie se atreve a escribir— es este: cómo sobrevivir a un amor que se enferma para retenernos. No hablamos de amor romántico clásico, con rosas y serenatas, sino del amor chantajeado por fiebre, hospital y lágrimas estratégicas.

Después de enfermarse para pedirme amor y de la operación quirúrgica; su TNP me mandaba este mensaje:

——

GORDO:
sos lo mejor que me paso en la vida

no vale la pena que gaste mis dedos en alguien que no tiene corazon

solo en vos, en nuestro peque que nos necesita

sos mi equilibrio

mi paz

mi amor

y menos mal que llegaste a nuestras vidas, mas temprano que tarde.

todo esto sin vos hubiera sido un calvario… pero hoy es “algo mas por lo que tuvimos que atravezar”.

te amo profundamente

gracias

totales

—-=—-

lovebombing del bueno. La gordi se comió un Cerati, inclusive.

La película Sick of Myself nos da la excusa perfecta: ahí vemos a Signe, maestra del arte de enfermarse a propósito para reclamar cariño. Pero la pantalla es apenas el espejo. Afuera, en la vida real, hay miles de mini-Signes. Algunos tosen, otros suspiran, otros coleccionan diagnósticos más rápido que estampillas. Y nosotros, pobres Flanders del corazón, corremos con sopita y pañuelitos, creyendo que es amor cuando en realidad es secuestro emocional.

Este manual es para usted, lector querido, que ya se cansó de ser enfermero gratuito de amores tóxicos.


1. La señal de humo: cómo detectar un amor que se enferma para retenerte

Detectar es el primer paso. El problema es que la frontera entre alguien realmente enfermo y alguien estratégicamente enfermo es difusa. Nadie quiere ser un desalmado que duda de un dolor real. Pero tampoco conviene ser un Flanders eterno.

Algunas señales de alarma:

  • Incongruencia narrativa: ayer era una migraña, hoy es el estómago, mañana un desmayo. El cuerpo parece tener un calendario rotativo de dolencias.
  • Crisis oportunas: justo cuando usted empieza a hablar de su logro, ¡boom! aparece un ataque de tos. Justo cuando planea salir con amigos, ¡zas! se desmaya el otro. El azar es demasiado perfecto.
  • Diagnósticos líquidos: van al médico, pero nunca traen informes claros. “El doctor me dijo algo raro… no sé, parece grave”. El misterio se vuelve parte del guion.
  • Centralidad permanente: cualquier conversación termina girando en torno a la dolencia. Si usted cuenta que tuvo fiebre, ellos tuvieron fiebre y neumonía. Si usted se quebró un dedo, ellos casi pierden la pierna.
  • Resistencia a la mejora: paradójicamente, cuanto más se los cuida, peor se sienten. El síntoma nunca termina de resolverse, porque perder el síntoma sería perder el escenario.

Estas señales no son diagnóstico médico; son banderas rojas relacionales. El cuerpo puede enfermarse de verdad, claro. Pero cuando el patrón se repite, la sospecha es legítima.


2. El Flanders interior: por qué caemos siempre en la trampa

Aceptar que alguien exagera una enfermedad duele. Porque activa nuestro Flanders interior: ese vecino servicial que no puede decir que no. Desde chicos nos enseñaron que cuidar al enfermo es virtud. Que estar al lado de la cama del amado es prueba de fidelidad. Que “en la salud y en la enfermedad” no era metáfora.

Pero el narcisista encubierto convierte esa virtud en prisión. Se aprovecha de nuestro código moral para instalarnos en rol de enfermeros vitalicios. Lo divertido (y trágico) es que casi lo disfrutamos: hay una satisfacción secreta en ser indispensables. ¿Quién no quiere sentirse héroe con un tecito?

El problema es que ese rol se vuelve único. Dejamos de ser pareja, amigo o amante, y pasamos a ser paramédico de guardia. El amor se convierte en hospital eterno.


3. El humor como vacuna

Antes de pasar a la parte técnica de defensa, un recordatorio: reírse es el mejor antídoto. Cuando usted empieza a sospechar que lo manipulan con síntomas, no se torture con culpa. Ríase del absurdo. Imagine que cada tos viene con subtítulos: “Amame, no salgas esta noche”.

La risa desarma la solemnidad. Y sin solemnidad, la manipulación pierde fuerza.


4. Estrategias de defensa (serias, pero con sonrisa)

4.1. Establezca límites claros

Sí, usted puede acompañar al médico. Sí, puede estar presente en un malestar real. Pero no está obligado a suspender toda su vida cada vez que aparece un síntoma.

Una frase útil: “Te acompaño hasta acá, lo demás tiene que verlo un profesional”. Esa línea corta el ciclo de dramatización infinita.

4.2. Derive a los expertos

El narcisista encubierto odia los médicos… porque los médicos pueden desmentirlo. Por eso conviene insistir: “Si es tan grave, vayamos a un especialista”.

El efecto es doble: o bien aparece un diagnóstico real (y entonces hay que cuidar de verdad), o bien el síntoma se evapora mágicamente.

4.3. No premie el show

Cada vez que usted responde con atención ilimitada a un ataque de tos teatral, refuerza el comportamiento. El manual de Skinner es claro: lo que se refuerza, se repite.

Pruebe responder con cuidado sobrio: “Lo lamento, ¿querés que te traiga agua?”. Punto. Sin teatralidad, sin desbordarse. El show pierde rating.

4.4. Cuide su red propia

El desgaste más grande es el aislamiento. Uno deja de contarle a otros lo que pasa por vergüenza. Error. Hable con amigos, con un terapeuta, con alguien que lo saque del túnel. El contraste de miradas es clave: le dirán “esto no es normal”.

4.5. Reconozca el derecho a irse

La defensa suprema: aceptar que a veces la única salida es cortar. No con odio, sino con claridad: “No puedo seguir en un vínculo que se basa en tu enfermedad constante”.

No es abandono, es supervivencia.


5. Mini ejercicios prácticos

  • Ejercicio del diario: anote cada crisis, fecha y contexto. A las dos semanas verá el patrón. Spoiler: la tos siempre aparece justo antes de que usted haga algo por su cuenta.
  • Ejercicio del espejo: mírese al espejo y repita “no soy doctor, no soy paramédico, soy pareja/amigo/hijo”. Sirve para deshipnotizarse.
  • Ejercicio del silencio: cuando llegue la crisis, espere tres minutos antes de correr. Muchas veces el “desmayo” se resuelve solito.

6. ¿Y qué pasa con los chicos Flanders?

Aquí retomamos la pregunta existencial: ¿qué pasa con los Flanders?
El chico Flanders vive para servir. Y frente a un amor que se enferma para reclamarlo, se convierte en combustible perfecto. Es el que prepara sopa a las 3 AM, el que falta al trabajo para acompañar a la guardia, el que pide turno con tres especialistas distintos.

El riesgo: el Flanders se quema. Termina sin energía, sin deseo, sin vida propia. De tanto decir “okily dokily”, su voz se apaga.

La defensa de Flanders es aprender el arte del no amable. Ese no que no hiere, pero marca. Ese no que dice “te quiero, pero no voy a seguir este juego”. Porque Flanders también tiene derecho a descansar, a salir, a vivir.


7. Cuando el amor se cura

La buena noticia: hay casos donde la teatralidad cede. Con terapia adecuada, con límites claros, con cambios de dinámica, la persona manipuladora puede dejar de necesitar el síntoma. Puede encontrar otra forma de pedir amor que no sea desde la cama de hospital.

El amor se cura cuando deja de ser chantaje y vuelve a ser elección. Cuando cuidamos al otro no porque está fingiendo fiebre, sino porque realmente lo amamos.


8. Conclusión del manual

El amor enfermo es teatro viejo, disfrazado de drama contemporáneo. Lo vimos en la literatura romántica, lo vemos en el cine, lo vivimos en carne propia. La clave está en reconocer el guion y decidir si queremos seguir actuando.

La defensa no es dejar de amar, sino dejar de confundir amor con sumisión. El humor ayuda: reírse del tosido dramático, del desmayo oportuno, del diagnóstico cambiante. Pero la acción es necesaria: límites, derivación, autocuidado, derecho a cortar.

Y si todo falla, recuerde esto: usted no es un hospital. Usted es una persona. Y tiene derecho a amar sin estetoscopio en la mano.

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