…mente, con un poco de suerte, debe perder la partida contigo.” Estoy sentado, tras mis dos horas de marcha, en el bloque de cemento que me sirve de taburete. Treinta días más, o sea, setecientas veinte horas, después se abrirá la puerta y me dirán:
Henri Charrière
“Recluso Charrière, salga. Ha terminado sus dos años de reclusión.” ¿Y qué diré? Esto: “Sí, por fin he terminado esos dos años de calvario.”
Nada de eso, hombre! Es el comandante al que fuiste con el cuento de la amnesia, debes continuar con él, fríamente.
Le dices: “Cómo, estoy indultado, me voy a Francia? ¿Ha terminado mi cadena perpetua?”
Solo para ver la cara que pone y convencerle de que el ayuno al que te condenó es una injusticia. Pero, ¿qué te pasa? Injusticia? Eso es una injusticia.
Sólo veinte días. Me siento, en verdad, muy débil. He notado que me puedo rebajar: ¡se puede hasta escoger los sueños! ¿Quién me chuscó? En mi sopa, desde hace tres días, hay mares que quema caliente y que me deja las encías y la lengua como con muy poca carne o piel, pegajosa, despejada. Tengo miedo de caer enfermo.
Es una obsesión. Estoy tan débil que no he de esforzarme nada para soñar, despierto, cualquier cosa. Esa profunda fatiga acompañada de un mareo leve, en verdad grave, me preocupa. Trato de reaccionar, con penas y fatigas, logro pasar las veinticuatro horas de cada día. Rascan en mi puerta. Atrapó rápidamente un papel. Es fosforescente. Lo envían Bégi y Gani. Leo: Manda unas letras. Muy preocupados por tu estado de salud. 19 días más, ánimo. Louis todavía débil. Gracias, Papi.
Hay un pedazo de papel en blanco y una punta de mina de lápiz negra.
Escribo: Aguanto, sigo débil. Gracias, Papi.
MAZZA DICE:
Papillon no habla del hambre ni del encierro, habla del tiempo.
De lo que pasa cuando los días se aplastan uno sobre otro hasta volverse idénticos.
Ahí el enemigo no es el guardia, es el calendario.Lo sublime de ese pasaje no está en la resistencia heroica, sino en el gesto mínimo: escribir “Aguanto, sigo débil”.
Eso es todo lo que puede hacer un hombre cuando ya no queda nada más. Escribir una línea para no borrarse.
Y pienso que todos tenemos nuestra isla, nuestra celda y nuestra carcelera.
La fuga empieza el día en que uno se da cuenta de que todavía puede pensar sin permiso.
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