Ser padre (postizo) a los 24 (¿A QUIÉN SE LE OCURRE?)

A los 24 la conocí a través de internet. Ella 31. Progenitora de un chico de 4 años y medio; víctima de violencia doméstica según me contó, se vé que el padre era un forro.

Solo que hoy el forro soy yo.

A los 3 meses me dijo: “venite a vivir con nosotros. Te amamos. Te necesitamos”. Ella trabajaba de secretaria, de 9 a 18hs.

Al tiempo: “me estresa trabajar”, y se enfermaba; terminé yo trabajando para ellos dos.

Demasiado bueno.

Después, cuando ya me había hecho padre doble; del corazón y de la sangre, le estresó lavar los platos.

1. El comienzo: creer que el amor es destino

A los veinticuatro uno todavía está aprendiendo a sostenerse. No tiene cimientos, apenas intuiciones.

Pero si justo aparece alguien con un discurso intenso, decidido, lleno de frases que suenan a destino, es fácil creer que la estabilidad se construye de a dos.

Lo que no te dicen es que a veces ese “a dos” significa vivir la vida de otro, no la tuya.

Yo creí que era amor. Ella me miró con esa mezcla de urgencia y promesa que confunde hasta al más lúcido. “¿Querés ser mi novio?”, me dijo apenas conocido, y me pareció romántico, hasta cinematográfico.

Tres meses después ya vivía con ella y su hijo. Sin haberlo planeado, me transformé en Papá Marce: el reemplazo emocional del padre ausente de su relato.

Lo hacía con entusiasmo, convencido de que estaba salvando algo. Me vendió una historia y yo me la creí.


Ver también: SACRIFICIO: un lento suicidio

Lo que no entendí entonces fue que ese amor no me sumaba: me absorbía.

Había caído en un encantamiento donde el cariño era un contrato y la ternura una forma de control.


2. LOVEBOMBING: El disfraz del amor rápido

Nadie te enseña a reconocer el love bombing.

Te parece afecto, te parece destino, te parece intensidad.

Te dicen que sos especial, irremplazable, único.

Te llenan de mensajes, te prometen amor eterno, te hacen sentir necesario.

Y cuando ya estás adentro, cuando bajaste las defensas, cambian el tono. Lo que antes era adoración se vuelve crítica, distancia, desprecio.

El love bombing no es amor: es manipulación con perfume de romance. Es la promesa de un paraíso que nunca existió.

Y si te agarra en un momento de vacío, si justo venís con el corazón hambriento o las defensas bajas, te convence.

Porque no se disfraza de amenaza, sino de destino.

El problema es que el amor verdadero no necesita velocidad. Crece con tiempo, con aire, con pausas.

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Si alguien irrumpe en tu vida como un huracán y no te deja pensar, pará. Si no podés respirar, no es amor. Es consumo.

Yo me confundí. Quise creer que la intensidad era una señal, cuando en realidad era una alarma. No era amor lo que me ofrecía, era una forma de absorción. Y lo peor es que, como muchos hombres jóvenes, me sentí orgulloso de mi entrega.

Me creí “maduro” por cuidar, por sostener, por reemplazar. No vi que me estaba anulando.


3. El héroe equivocado

En el fondo, no era solo su discurso: era mi hambre. Yo necesitaba sentirme valioso, importante para alguien. Cuando me contó que su ex era un violento, un ausente, un enemigo, me creí el héroe que venía a reparar el desastre.

Ella necesitaba un salvador y yo, ingenuo, necesitaba una causa. Encajamos perfecto.

Pero los héroes de esas historias no ganan. Se agotan. Se quedan sin voz, sin espacio, sin deseo. Terminan siendo el escudo emocional de alguien que no busca sanar, sino perpetuar el drama.

Me usó para validarse, y cuando ya no le servía, me convirtió en otro villano más.

Y ahí entendí que no hay nada más peligroso que amar a quien necesita un testigo, no un compañero.

Esa gente no comparte la vida: la narra, y vos sos apenas un personaje en su relato.

Si alguien te hace sentir indispensable demasiado rápido, salí corriendo.

No adoptes hijos ajenos si todavía no aprendiste a cuidar de vos. No cargues mochilas que no elegiste. No confundas empatía con destino.

Ayudar no es amar.


4. La lucidez que llega tarde

Con los años te das cuenta: amar así, con esa teatralidad y ese vértigo, es una forma de locura. Porque para amar tanto y después destruir, para idealizar y luego humillar, hay que estar muy mal por dentro. Lo más triste es que cuando hay niñez en el medio, ese desorden se vuelve ejemplo. El peor ejemplo.

Ver también: Hijo: “TU PAPÁ ESTÁ LOCO”

Una madre inmadura enseña a su hijo que el amor se gana con culpa, que el cariño depende del drama, que las palabras son armas.

Y vos, el padre, quedás atrapado en medio de esa pedagogía del veneno. No hay salida limpia.

Todavía me asombra su incoherencia: decirme que era el amor de su vida y, años después, tratarme con desprecio delante de nuestro chico.

Esa mezcla de ceguera moral y soberbia emocional.

Tenés que estar muy mal de la cabeza para hacer eso. Muy vacía.

Y sin embargo, más que enojo, hoy me da tristeza.

Se rompe la confianza en el amor como idea.

A veces pienso: me hubiera ido a vivir solo.

Hubiera crecido, me hubiera encontrado, hubiera hecho música, me hubiera salvado.


Ver también: Para Qué Sirve El Hubiera


Pero me dejé convencer. Nadie me advirtió. Nadie me explicó que el amor puede ser una trampa. Y si este texto sirve para que alguien lo vea antes de caer, que valga el golpe.


5. El consejo que nadie me dio

Si alguien te ama demasiado pronto, desconfiá.

Si alguien necesita que te fundas en su vida, corré.

El amor no te pide renunciar a tu identidad, ni mudarte a los tres meses, ni transformarte en el padre postizo de un hijo que no es tuyo, ni redentor de un trauma que no te corresponde.

El amor real te acompaña, no te absorbe. Te da tiempo, espacio y silencio.

Y nunca te exige que desaparezcas para que el otro brille.

Amar no debería doler tanto. No debería dejarte sin aire, ni sin proyecto, ni sin voz.

El amor, cuando es sano, te expande, no te achica.

Te da ganas de vivir más, no de sobrevivir menos.

Hoy, mirando hacia atrás, entiendo que no fui estúpido. Fui crédulo. Fui humano. Caí en la trampa más antigua del mundo: la de confundir el deseo de amar con el deber de salvar.

Ser padre postizo a los veinticuatro. ¿A quién se le ocurre? A tu enfermo amor. Y a mi ingenuidad. Pero ya no más.


Ver también: PREVENCIÓN DE DAÑOS: en el Amor

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