“LO HICISTE PORQUE QUISISTE” (Coerción emocional)

No. Lo hice por coerción emocional.

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No repitas boludeces

Hay una frase que se repite siempre que alguien intenta justificar una relación desigual, un sacrificio desmedido o una decisión tomada bajo presión afectiva: “Lo hiciste porque quisiste.”

Es cómoda, rápida y, sobre todo, falsa.

Esa frase borra matices, ignora el contexto emocional en el que estabas, y te empuja a cargar con la responsabilidad total de algo que, en realidad, quizás, nunca fue una elección libre.

Lo que realmente significa es: “hacete cargo vos, así yo no tengo que mirar mi parte.”

Y eso, además de injusto, es profundamente dañino para cualquiera que haya vivido bajo la sombra de la culpa, la manipulación o el chantaje afectivo.

Este artículo no es un descargo personal.

Es una guía para reconocer cuándo una decisión fue tuya… y cuándo fue empujada, inducida, moldeada por un sistema emocional donde el “no” nunca fue permitido.


Qué es una elección real (y por qué quizás no la tuviste)

Una elección real es simple en teoría: decidís porque querés, porque podés, porque sentís que tenés alternativas viables.

Pero en la práctica, una elección libre requiere más que voluntad.

Requiere claridad interna, ausencia de amenaza afectiva y espacio propio para pensar sin que el otro se derrumbe si elegís distinto.

Cuando decidís desde un lugar sano, sentís coherencia entre lo que querés y lo que hacés.

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No hay nudo en la garganta ni sensación de estar fallando a nadie.

En cambio, cuando tomás una decisión porque no hacerlo implicaría conflicto, abandono, castigo emocional o torbellino afectivo, la libertad desaparece.

La decisión deja de ser una elección y se convierte en una forma de supervivencia emocional.

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Mucha gente confunde la acción con la libertad: “hiciste esto, entonces lo elegiste.”

Pero no siempre funciona así.

Si lo hiciste para evitar un desastre emocional, no fue voluntad: fue autoprotección.


Las formas invisibles de coerción emocional

La coerción emocional rara vez es explícita.

Nadie te dice: “si no hacés esto, estás obligado”.

En cambio, aparece disfrazada de amor, necesidad, fragilidad o vulnerabilidad.

Puede empezar con halagos, promesas o muestras intensas de cariño, y terminar en exigencias solapadas que te capturan sin que lo notes.

La coerción afectiva opera así:

  • Chantaje emocional: no como un ultimátum directo, sino como una crisis siempre latente que cae sobre vos si marcás un límite.
    El mensaje implícito es: “si me decís que no, yo colapso.”
  • Presión moralizada: se te exige desde un lugar supuestamente noble. “Si realmente amaras, harías esto.” Lo que está en juego no es la acción, sino tu valor como persona.
  • Responsabilidad desproporcionada: te asignan un rol emocional que no pediste, pero del que no podés salir sin culpa.
    De pronto, sos sostén, contención, padre, madre, terapeuta o salvavidas.
  • Culpa implantada: te hacen sentir responsable del estado emocional del otro. Sus crisis, su angustia, su inestabilidad se convierten en “tu” problema.
  • Idealización seguida de castigo: primero te venden como salvador, después te destrozan cuando no cumplís. Ese vaivén confunde, debilita y genera dependencia.
  • Aislamiento suave: sin órdenes, sin prohibiciones, solo “necesidades” ajenas que te van alejando de tu propio mundo. Perdés vida, vínculos, proyectos. Y ni te diste cuenta.

Estas formas de presión no se parecen a la violencia.

Se parecen al amor.


Ver también: AMOR CONDICIONAL; Vs. El Amor, de Verdad ❤️‍🩹


Justamente por eso funcionan tan bien. Uno cree que está cuidando, acompañando, siendo bueno.

En realidad, está siendo moldeado para renunciar a su voluntad.


Por qué duele tanto que te digan “lo hiciste porque quisiste”

Duele porque aplana toda la complejidad emocional que viviste.

Reduce años de desgaste a una frase que te responsabiliza del daño mientras exonera al otro.

“Lo hiciste porque quisiste” borra el contexto, tu edad emocional de ese momento, tu necesidad de pertenecer, tu vulnerabilidad, la dinámica de la relación, la manipulación progresiva y el estado en el que estabas cuando tomaste esas decisiones.

No solo invalida tu vivencia: te hace cargar con una culpa que nunca fue tuya.

Y encima te obliga a quedarte callado, porque si intentás explicar tu perspectiva, pareciera que estás “justificándote”.

Esa frase es una trampa porque no admite matices.

Transforma un acto que hiciste coercionado/a en un acto voluntario.

Y entonces, además de haber sufrido la coerción, sufrís la reinterpretación injusta de tu historia.

Es doble castigo.


Cómo identificar si actuaste por coerción emocional

Para cualquier lector que esté dudando, estas preguntas ayudan a entender si una decisión fue libre o inducida:

¿Lo hubiera hecho si no hubiera culpa en juego?

Si la respuesta es no, entonces la culpa fue el motor, no el deseo.

¿Lo hubiera hecho si el otro no se derrumbaba emocionalmente al menor conflicto?

Si la estabilidad emocional del otro definía tus actos, estabas atrapado en su laberinto.

¿Lo hubiera hecho si yo estaba en un momento fuerte y no vulnerable?

Las decisiones tomadas desde el desgaste o la soledad no son libres. Son reacciones.

¿Tenía alternativas reales sin castigo emocional?

Si cada alternativa traía drama, pelea o abandono, no había elección.

¿Sentí deseo o sentí alivio inmediato al ceder?

El alivio es la firma de la coerción: ceder calma el caos externo pero aumenta el interno.

¿Me traicioné a mí mismo para sostener la paz?

Si tuviste que apagar partes tuyas, esa no fue una decisión libre.

Las respuestas sinceras revelan dinámicas que cuesta aceptar, pero es ahí donde termina la confusión y empieza la claridad.


Cómo se reconstruye la voluntad después de la coerción

Salir de una relación coercitiva no es “volver a ser vos” de un día para otro.

Es reconstruir algo que estuvo subyugado durante años.

La voluntad se atrofia cuando vivís en modo de adaptación permanente.


Ver también: Consecuencias de una relación de manipulación narcisista (ft. Déborah Murcia)


Y solo vuelve con práctica consciente.

Algunos pasos concretos:

  • Nombrar lo que pasó: poner palabras exactas ordena el caos. Llamar “coerción” a lo que fue coerción te devuelve poder interno.
  • Recuperar tu narrativa: durante años viviste la historia que el otro necesitaba que vivieras. Ahora te toca recuperar la tuya. Escribir ayuda muchísimo.
  • Revisar límites: entender dónde cediste, por qué cediste y qué cosas nunca más vas a permitir.
  • Diferenciar culpa real de culpa prestada: gran parte de la culpa que cargás no es tuya, sino implantada. Cuando eso se ve, se disuelve.
  • Tomar decisiones pequeñas sin pedir permiso: desayunar lo que querés, hacer planes propios, elegir horarios, rutinas. La autonomía vuelve desde lo micro.
  • Reforzar tu autoestima: la coerción erosiona el valor propio. Necesita que dudes de vos para que aceptes lo inaceptable. Recuperar autoestima es recuperar criterio.
  • Volver a desear: después de años de vivir para otro, volver a encontrar deseo propio es clave. Qué querés hoy, no qué necesitaban de vos.

Reconstruirse no es épico.

Es paciente.

No se trata de una gran revolución, sino de una suma de actos chicos que te devuelven la vida propia.


La ilusión del “pudo haber sido distinto”

Después de salir de una relación coercitiva aparece una fantasía inevitable: “si yo hubiera visto esto antes…”, “si hubiera dicho que no…”, “si hubiera elegido otra cosa…”.

❤️‍🩹 Esa nostalgia contrafáctica es una trampa mental.

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Porque no, no pudiste elegir distinto.

Estabas emocionalmente capturado.

Tus decisiones estaban condicionadas por la dinámica, por tu edad, por la manipulación suave pero constante, por la estructura psicológica que te rodeaba.

No sos culpable de no haber visto lo que no podías ver.

Nadie ve la jaula desde adentro.
La claridad siempre llega tarde.
Y está bien que llegue tarde: llega cuando podés sostenerla.
El pasado no se reescribe. Pero sí se comprende.
Y al comprenderlo, deja de gobernarte.


Finalmente: la verdad incómoda y liberadora

“Lo hiciste porque quisiste” es una frase que busca cerrar una conversación antes de que empiece.

Pero la realidad es más compleja.

Lo hiciste porque no sabías que había otra forma. Lo hiciste porque estabas emocionalmente atrapado. Lo hiciste porque estabas en una etapa donde necesitabas amor y aceptabas cualquier forma de pertenencia. Lo hiciste porque pensabas que cuidar era amar. Lo hiciste porque la dinámica estaba diseñada para que vos fueras el sostén. Lo hiciste porque no había espacio interno para decir que no.

No es elección cuando uno actúa desde la culpa. No es elección cuando uno actúa desde el miedo. No es elección cuando uno actúa para sostener al otro.

Y la verdad liberadora es esta: lo que hiciste no te define.

Lo que hagas a partir de ahora, sí.


Ver también: La Vergüenza No Es Tuya

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