Lo más blanco que hay, es la primera vez que vi nieve…
Y sí. Inevitable. Nieve sobre Buenos Aires. Desperté con ese rumor en mis oídos, “dicen que va a nevar”. Andá a cagar. Y nevó, la puta madre. Estuve todo el día como un niño maravillado ante los copos de nieve. Me pregunto como algo tan simple como un fenómeno meteorológico puede generar tanta magia y alegría. Mi viejo llegó a mi casa con una sonrisa de oreja a oreja, y me conmovió de una manera que no puedo explicar, contándome de que manera caía nieve y se acumulaba en el pasto y los árboles, mostrándome orgulloso las fotos que había logrado capturar.
Nieve. Cristales de hielo. Salí a caminar en la noche y mientras encendía un cigarro fui transportado a un gélido Central Park. Doblé la esquina y me encontré fumando en Moscú. De repente estuve dejando mis huellas en callejas de París. Hice escala en Buenos Aires, y ahí me quedé. En la calle, miré hacia un lado y hacia otro, y una vez que comprobé que nadie veía, lo hice. Sí señores, saqué la lengua, feliz y avergonzado a la vez por atrapar un copito de nieve.
Mientras caminaba con las extremidades congeladas me di cuenta. La nieve también es muerte.
Regresé a casa y no volví a salir. Pero todavía resuena en mis oídos la voz de Jaime Roos.
Leave a Reply