Yo, mutilado capilar. Eduardo Galeano.

– Y… sigo por un… por una confesión científica.

Los peluqueros me humillan cobrándome la mitad.

Hace unos veinte años, el espejo delató los primeros claros bajo la melena encubridora y hoy me provoca estremecimientos de horror el luminoso reflejo de mi calva en vidrieras y ventanas y ventanillas. Cada pelo que pierdo, cada uno de los últimos cabellos, es un compañero que cae, y que antes de caer ha tenido nombre, o por lo menos número.

Me consuelo recordando la frase de un amigo piadoso: “Si el pelo fuera importante, estaría dentro de la cabeza, y no afuera”. También me consuelo comprobando que en todos estos años se me ha caído mucho pelo, pero ninguna idea, lo que es una alegría si se compara con tanto arrepentido que anda por ahí.


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