Autor: Muzza

  • La mentira tiene patas cortas

    Si hay algo que odio, que aborrezco con toda mi alma, que me da asco y me repugna, es la mentira. Pero pará. Pongamos las cosas en claro. Porque la primer oración podría catalogarme en el ámbito del extremismo. Y no es mi caso.

    Es lógico, natural y normal mentir en ocasiones. Está claro que todos tenemos secretos, aspectos que no queremos que el otro conozca. Hay cosas que uno oculta, como por ejemplo disfrutar al sacarse los mocos, meterse un dedo en la oreja y mirar lo que sale, oler vehementemente los pedos propios y miles de etcéteras más.

    Dicho esto, supongamos que si te agarro y te pregunto: “Che, y a vos, ¿te gusta sacarte los mocos?” es comprensible que tu respuesta sea un “no” rotundo, hasta quizás, en un despliegue de actuación, pongas cara de asquito y todo. Y probablemente estés mintiendo descaradamente. Quizás te encanta urgar en tu nariz cuando nadie te ve o alguna otra práctica soez. Y no está mal, no te pido que lo digas, por el bien de todos seguí ocultándolo.

    Entonces, el punto no son las mentiras de juguete*, las pasajeras, las mentiras pelotudas que no joden a nadie (hasta quizás nos salvan en más de una ocasión), el punto está en las mentiras de vida, las que pretenden ya no ocultar un secreto aislado o un sector oscuro, sino todo un ser. Lo que se dice, en la jerga técnica, mentiras malaleche.

    Mentiras con las que se especula, mentiras en las que se involucra al otro, mentiras en las que uno no se muestra tal cual es, mentiras que necesitan un depositario, que van dirigidas, pensadas y diseñadas exclusivamente para cierta persona, mentiras absolutamente inservibles, mentiras de miedo, cagonas, chotas, sin sentido, putas, mierdosas.

    Y son las peores, por eso las odio tanto, les quiero vomitar encima, pero ojo: no por la mentira en sí misma. El problema no está en la mentira malaleche en sí misma, porque mientras es perpetrada se la desconoce.

    El problema está cuando el mentido se encuentra ante la mentira y se descubre, se revela. Ese momento en que la mentira es descubierta, es su nacimiento y su muerte como tal. No existe más. Entra entonces el sentimiento de amargura y desilusión. Y bronca, y lo que quieras meterle.

    El mentido sabiéndose mentido retrocede y repasa los momentos en que tuvo a la mentira frente suyo y no se dio cuenta. Y descree al mentiroso*. Y se putea y se piensa pelotudo e ingenuo, usado, manoseado, crédulo, estúpido. Empieza a perder la confianza en el otro, se vuelve sospechoso de todo, paranoico, piensa en cuántas otras mentiras le fueron plantadas sobre su cara y creyó sin más, se cuestiona sentimientos, palabras, miradas. Busca razones, porquéses, paraqués que nunca va a encontrar. Se convierte en un pobre tipo, básicamente.

    Como todo en la vida, esa sensación de haber sido cagado termina pasando. Ese sentimiento de patetismo interior se expulsa de a poco como un malestar estomacal, hasta que la flora intestinal vuelve a crecer. Alguna vez creo que lo dije, pero creo que la mente tiene esa extraña capacidad para olvidar todo lo choto y lo malo y quedarse con lo bueno. No está mal, por supuesto, de eso se trata poder vivir felizmente y no ser un rencoroso de mierda. Entonces, después de que el tiempo pasa, el mentido ya está listo para recibir nuevas mentiras.

    Hasta que descubre que volvieron a mentirle.

    * para leer más mentiras podés hacer click en ésta.

    ** he procurado eliminar un párrafo que expone al perfil del mentiroso. No valen la pena.

    Los comentarios, en audio:

  • Rayuela (Capítulo 93) – Julio Cortázar

    Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.

  • Melomanía peatonal

    Claro, somos todos vivos ahora. Todos amantes de la música. Ahora que se puede llevar en un coso así de chiquito más música de la que se puede consumir en un viaje, todo el mundo anda por la calle, por los bondis, trenes y subtes, enchufados a los emepetreces.

    Pero esto no fue siempre así, no señores, diganmé: ¿a cuántos podía encontrarse con auriculares en la vía pública hace tan sólo unos años? Con los dedos de la mano se los contaba.

    Porque antes, para escuchar música transportable no bastaba con guardarse el cosito mp3 en un bolsillo cualquiera, sino había que calzarse el walkman a la cintura o, ante la incomodidad que esto suponía, llevar una mochila para cargar con él y así escuchar a los artistas preferidos. Si usted, estimado lector, tiene alrededor de 15 años y se piensa que con “walkman” me refiero a la última línea de celulares se equivoca: walkman era un aparato de generosas dimensiones (una especie de ladrillo con menos peso, digamos) que cumplía la función del reproductor de mp3 actual.

    Por supuesto que, a diferencia del mp3, en un cassette no entraba la discografía completa de los Beatles o los casi 80 discos de La Mona Jiménez. Como máximo entraban 90 minutos de audio. Así que había que seleccionar bien el cassette que ibas a cargar, no fuera cuestión de que subido al 67 en viaje para el microcentro te agarraran ganas de escuchar otra cosa. Ni hablar de pasar los temas. La autonomía de los walkman era bastante acotada, así que gastar pilas en el rew o el ff era un lujo que uno no se podía dar. Así que los temas de mierda de mitad del disco había que bancárselos.

    Además, supongamos que el cassette en cuestión era una copia personal, tal vez de algún disco compacto, tal vez de alguna selección de temas grabada directamente de la radio (horas y horas de atención a la espera de aquel tema favorito que nunca pasaban, para después, cuando finalmente sonaba, putear al inútil del locutor porque pisaba el final). En estos casos era posible que quedara un espacio en blanco al final de la cinta. Así que para no gastar pilas uno debía sacar el cassette de su compartimiento, hacerse de una birome (Bic de ser posible) introducirla en el agujero correspondiente (que variaba de acuerdo al lado que querías escuchar) y comenzar a girar. Los más avezados desarrollaban la técnica del revoleo, que podía hacerse sujetando los extremos de la birome y haciendo girar el cassette rápidamente como un pollo a las brasas o, en su versión extrema, girando la mano en alto cual vaquero a punto de enlazar, con los peligros de eyección cassettera que supone una técnica semejante.

    Estas y tantas otras peripecias había que sortear para poder salir a la calle escuchando música. Así que deje de hacerse el apasionado en el tren, entonando algunas estrofas de lo que anda escuchando, cerrando los ojos, frunciendo el ceño con expresión de cómo me llega al alma este tema. Porque melómanos, eran los de antes.

    ^^^ ACÁ arriba podés leer los comentarios, incluyendo al que mencionó “PELUCA TELEFÓNICA CONTEMPORÁNEA”, razón por la cual agrego el video de Charly (canción que, al momento de escribir esto en 2009, no conocía)

  • Finalmente

    Me van dejando las palabras. Se me escapan una a una por la boca, por las puntas de las biromes, por las teclas de los teclados. Será que durante tanto tiempo las malgasté, las usé profanamente subestimando su poder. El asunto es que a medida que escribo me van esquivando, aparecen por un momento y luego como en un juego se esconden sin que llegue a escribirlas. Y con ellas se van las ideas, los conceptos, hasta algunos recuerdos, dejándome en una mudez mental exasperante, más vacío que solo, más estúpido que feliz.

    ¿Cuántas veces elogié sin estar de acuerdo? ¿Cuántas veces dije sentimientos sin sentirlos? ¿Cuántas veces dije cosas que no pensaba? ¿Cuántas veces pensé cosas que no dije? No supe lo que estaba haciendo.

    Por eso les pido que vuelvan, que por favor me perdonen. No puedo vivir sin ustedes, no puedo seguir en este silencio al que me condené, no puedo ni quiero. Prometo esta vez usarlas a sapiencia, conciente y responsablemente, sin malgastarlas, sin decirlas a quien no debo.

    (y probablemente no sea tan así)

  • Ventana sobre el miedo. Eduardo Galeano.

    El hambre desayuna miedo. El miedo al silencio aturde las calles. El miedo amenaza.

    Si usted ama, tendrá SIDA.
    Si fuma, tendrá cancer.
    Si respira, tendrá contaminación.
    Si bebe, tendrá accidentes.
    Si come, tendrá colesterol.
    Si habla, tendrá desempleo.
    Si camina, tendrá violencia.
    Si piensa, tendrá angustia.
    Si duda, tendrá locura.
    Si siente, tendrá soledad.

  • Ritual nocturno

    Mientras el sol cae los hombres y mujeres de la tribu regresan a sus casas después de un día de ardua labor. Apenas finaliza el crepúsculo, comienzan la transformación para el ritual. Después de la higiene, ocultan sus caras bajo ancestrales pinturas faciales. Sus mejores prendas lucirán la noche.

    En El Templo los chamanes disponen el recinto para recibir a los fieles. Guardan las puertas robustos soldados, que revisan celosos a todo aquel que desee traspasar el umbral. Ningún arma puede ingresar a la casa sagrada.

    Hacia la medianoche, a sala llena, comienza el ansiado ritual. Gigantescos conos amplifican el sonido barítono de los músicos y tambores, golpeando el suelo y los cuerpos en una marcha repetitiva que comienza a transformar la concurrencia. Los chamanes, ya en trance, agitan en sus manos recipientes de metal donde preparan sórdidos brebajes que la multitud distribuirá en cíclica comunión constante. Hombres, mujeres; uno a uno comienzan a transformarse ante el efecto de la música ensordecedora y las mezclas chamánicas. Sus cuerpos comienzan a agitarse y contorsionarse, traspasados por un baile milenario, epiléptico, poseídos. Gritan y aúllan en medio de la noche.

    Esta plena involución los devuelve a un estado animal donde el instinto de reproducción lo es todo. Machos y hembras se miran, se buscan, se huelen, se rondan, para penetrarse de repente con las bocas, enredando cabellos y pies y manos, apretados rugidos contra las paredes de piedra.

    Así continúa la noche, atacándose mutuamente. Los cuerpos se revientan. Algunos no soportan el trance y caen desmayados, vomitando rincones, con los brazos flojos colgando a los costados y la mirada perdida, irracional. Animales. Gritan y aúllan en medio de la noche.

    Con la llegada de las primeras luces del alba, las bestias comprenden que todo ha terminado. Emprenden el regreso, una migración espontánea de pasos frágiles en la mañana. Algunos, aún bajo los efectos del trance, todavía estallan en gritos y aullidos.

    Sólo volverán a ser hombres después de soñar y despertar.

    audiocomentarios (buena idea para plugin)

  • Cortito (XXXII)

    Pienso, revuelvo y escarbo desesperado en mi conciencia, en los recuerdos más profundos de mi mente y en los más oscuros rincones de mi ser. Aún no puedo encontrar el momento en que me convertí en un hombre más.

  • Inconsistencia (Crónica de una gripe)

    Con un par de días desde la cama se llega a la conclusión de que. No, se llega a varias conclusiones, todas mezcladas, contradictorias y sin sentido. Por ejemplo que no hace falta mucho más para vivir que una cama y algún tipo de persona que nos quiera/aprecie lo suficiente como para no dejarnos morir (un sirviente también es útil) y cubrirnos las necesidades básicas. Entonces, tenemos la cama y nada más, desde ahí podemos comer, cagar, dormir, masturbar, todo lo básico y fundamental (de acá se puede concluir que el autor piensa que lo básico y fundamental es comer, cagar, dormir y masturbarse, por qué no), sólo con la cama se vive, como decía. A la cama se le puede agregar algún tipo de electrodoméstico que reproduzca material audiovisual, entonces, ahora sí, quién quiere levantarse, todo al alcance de la mano, agreguemos una biblioteca con dos o tres clásicos y voilá, o como se diga. Los más puritanos cuestionarán el calamitoso estado de higiene personal que podría conllevar una decisión semejante, pero a quién le importaría el aseo si la higiene, al fin y al cabo, es una cuestión social (las sábanas podrían tapar el vaho en caso de visitas) y en última instancia el sirviente podría ayudarnos al respecto.

    Esa es una de tantas conclusiones, bastante pelotuda, puede ser, pero una al fin, un punto de partida, de ahí hasta el infinito, el mundo será tuyo hermano mío, reflexiones existenciales y teorías filosóficas de lo más profundas o estúpidas o revolucionarias o lo que quiera uno que sean, por ejemplo pensar que además de vivir postrado es posible también hacerlo en un estado de soledad total (exceptuando el sirviente, por supuesto). Entonces, de nuevo, se piensa que es eso lo único que importa (¿qué cosa?), que llegado el caso todo el mundo se muere y siempre se arrepiente de algo, siempre, y en este punto se repasan frases hechas de emblemas y próceres y boludos que dijeron boludeces que otros toman por verdades pero que sólo son verdades cuando uno las elige como tales, si se deja de elegir vuelven a su estado embrionario de boludeces, idioteces, estupideces, sandeces y tantas otras heces como diría el Julio.

    Y por seguir ejemplificando, por seguir nomás, digamos que ante tal conjunto de reflexiones uno considera escribirlas todas, al menos resumidas, esas filosofías profundas creadas desde la cama, para que el mundo sea parte de tal revelación (¿cuál?), pero el hecho de escribirlas haría que te insertes de manera automática en el círculo de boludos, la raza de los boludos que escriben y que suenan a absolutos pero que sólo están divagando, aunque en realidad el problema no es de los que escriben, es de los que leen, o no, el problema no es de ninguno de los dos, el problema es la ambigüedad de las palabras, o ni siquiera hay un problema, de qué carajo estamos hablando. Entonces para qué los comentarios, si todas estas frases-boludeces-verdades se van a mal interpretar, es imposible que llegue a los ojos del que está leyendo como salen de la mente del que está escribiendo, pero alguien dijo que un post sin comentarios es una guachada (sic) así que no queda otra que dejar los comentarios habilitados (¿no queda otra?) y tal vez lleguen palabras de aliento como si uno estuviera mal, pero en realidad no se está mal, o sí se está mal y el subconsciente proyecta y esas cosas psicológicas y de nuevo frases hechas y verdades y boludeces, pero por favor, no palabras de aliento.

    Entonces ya fuera de la cama (a menos que se posea una notebook, en ese caso es posible permanecer en ella) se llega a la conclusión de que nada de esto tuvo mucho sentido, de que tal vez se escribe porque simplemente haya ganas de escribir, o tal vez no importe realmente el sentido, o tal vez se esté pagando un host y haya que justificar la inversión, entonces (y es el último “entonces” que uso, lo prometo) la cuestión es que sí, se está llegando a algo definitivo y preciso, esta vez quizá sea la posta, el secreto de la existencia, la conclusión final, la que solucione nuestras vidas: la cuestión es que no hay cuestión (¡ja!), que nunca se llega a nada y que siempre falta algo y que nunca un texto como este va a tener mucho sentido cuando lo escribas sin saber bien lo que querés decir (y que otra vez se suena a absoluto, que inevitable), y que nunca se va a saber bien lo que se quiere decir, por eso vive y deja morir (Ian Fleming dixit) o cada cual hace de su culo una flor o demases frases vox pópuli. En fin, no nos rompamos las pelotas.

    … y ahora, escuchá los comentarios:

    o leelos a continuación:

  • Buenos Aires (II) – Senda Florida

    Para escuchar: Carlos Gardel – Senda Florida

    Caminar por Florida se trata de mirar cómo vendedores de cuero fichan algún turista y hello, como vai, bonjour, mientras del otro lado contra la vidriera de Harrod’s un joven violinista toca un preludio de Bach, y en la esquina una puta te invita a pasar sin compromiso, y el gorila que fuma y mira y guarda a unos metros nomás, donde también hay un pibito descalzo, tocando un acordeón de juguete, la misma canción.

    Se trata entonces de que unas chicas culonas te dejen un 2×1 en Burguer King, a la vez que en Córdoba los malandras abren las puertas de taxi esperando sacar unas monedas, y un lustrabotas le saca brillo a los zapatos de un cajetilla. Más allá una pareja baila tango: atraen los brillos del vestido, no como el viejo de dientes amarillos que hace llorar un bandoneón a lo lejos (menos pintoresco, sí, pero mucho más tango que los otros dos). Y un pintor sin manos sujeta un pincel con los pies, un ciego sacude una lata con monedas, una estatua viviente cambia de posición cuando le hacen un depósito, un flaco con las uñas negras revisa el tacho de basura, y siguiendo hay más putas, más vendedores, más música, más pies descalzos.

    Todo esto rodeado por esa cosa de tristeza tanguera, de pobreza indegente, de vacíos de oficina, de sexo por guita, de oportunismo barato y de melancolía gris, que es el único color del que puedo hablar cuando hablo de Buenos Aires.

    AUDIOCOMENTARIOS:

  • El Sonido del Silencio (II)

    Mientras escribo suena música en los parlantes. Se solapan además el ruido del ventilador de la fuente y del caloventor a mis pies (bendito sea). Si quisiera encontrarme con ese silencio total no podría: aún si sacara la música y silenciara de algún modo los ventiladores, quedaría el ruido de las teclas hundidas al paso de mis dedos. Y de todos modos, para qué intentarlo. En la ciudad que (dicen) nunca duerme, siempre hay algún bondi que atraviesa la noche, alguna frenada, bocina, grito, puteada, sirena, zumbido.

    Me alivia un poco ese saber. Esa tranquilidad de que siempre habrá un ruidito o algo que interrumpa el silencio. Porque estar en completo silencio es estar con uno mismo. Bastante boludo suena puesto así, lo sé, pero me refiero a ese encuentro propio en el que logramos penetrar y escarbar los más profundos pensamientos, en que de alguna manera nos sentamos yo y yo a tomar mates y a conversar, a mirarnos de frente. Yo y yo. Da miedo lo que puede encontrarse.

    Por eso vivimos bombardeados, o dejándonos bombardear, siempre alguna canción, siempre leyendo algo, escuchando otra conversación en el tren, pensando en algo concreto y sin importancia como “qué culo ojos tiene la morocha aquella” o apurados porque llegamos tarde o lo que fuera. Siempre evadiéndonos. Uso el plural para no hacerme cargo, pero supongo que hablo de mí. Puede ser que a vos no te pase. Pero igual preguntate, si te animás, hace cuánto que no te invitás unos mates con vos mismo. Que no pensás en vos y exclusivamente en vos. Así de egoísta. Que no frenás un poco la carrera y te preguntás dónde estás parado, cómo estás parado y si esto es lo que querés. Y si llegás a eso, preguntate ya que estás cuál es el próximo paso que querés dar.

    No es fácil pisar en medio de la oscuridad.

  • Chau número tres. Mario Benedetti.

    Mario Benedetti
    14 de Septiembre de 1920 – 17 de Mayo de 2009

    Te dejo con tu vida
    tu trabajo
    tu gente
    con tus puestas de sol
    y tus amaneceres.

    Sembrando tu confianza
    te dejo junto al mundo
    derrotando imposibles
    segura sin seguro.

    Te dejo frente al mar
    descifrándote sola
    sin mi pregunta a ciegas
    sin mi respuesta rota.

    Te dejo sin mis dudas
    pobres y malheridas
    sin mis inmadureces
    sin mi veteranía.

    Pero tampoco creas
    a pie juntillas todo
    no creas nunca creas
    este falso abandono.

    Estaré donde menos
    lo esperes
    por ejemplo
    en un árbol añoso
    de oscuros cabeceos.

    Estaré en un lejano
    horizonte sin horas
    en la huella del tacto
    en tu sombra y mi sombra.

    Estaré repartido
    en cuatro o cinco pibes
    de esos que vos mirás
    y enseguida te siguen.

    Y ojalá pueda estar
    de tu sueño en la red
    esperando tus ojos
    y mirándote.

  • Cartón pintado

    “No sé por qué corrí
    si con vos quería escaparme de todo”
    Pequeña Eloisa – Triste Flor

    No sé si fue inteligente verte. Pero necesitaba hacerlo, necesitaba sacarme la duda. Y ahora ya no importa cómo me siento. Es injusto que te diga esto, es injusto que lo escriba esperando que pases por acá y lo leas, lo sé, perdoname. Pero tengo que hacerlo. Necesito hacerlo para sacarme esta extrañeza de encima. No me reconozco.

    Mientras hablábamos, y tus ojos negros se movían y sonreías y te veía imbuída de felicidad como nunca te había visto (inocentemente pensé que estabas feliz de verme, después entendí que estabas feliz por todo lo que te está pasando, y me alegra, no creas que no, pero no está bueno no ser parte de tus sonrisas), mientras tu boca se movía y yo olía (ahora que lo escribo, pienso: “tal vez por última vez”) tu maravilloso y eterno Carolina Herrera que da ganas de saltarte al cuello, mientras fumaba, en fin, mientras todo eso… lo tenía guardado en la billetera.

    Ahora lo saqué y lo puse acá en el teclado; es un pedacito de cartón que cortaste a mano, una mañana lluviosa y gris que nos mantuvo abrazados entre maderas. Un cartón pintado de un lado. Del otro está tu firma y una pequeña triste flor de cuatro pétalos, y algo que escribiste para molestarme: “Marcelo egoísta!! idiota”. Y la fecha: “6.Oct.07”. Casi un año y medio.

    Escribo y me detengo. Pienso, recuerdo. Escucho esa canción. Miro el cartoncito. El cartón que me regalaste hace un año y medio contiene un mensaje tan fuerte y tan actual que hace parecer que el tiempo no ha pasado, que sigo detenido allá en el día que empezaste a enloquecerme. Sólo tres palabras. Tres palabras que resumen todo lo que pasó hasta hoy y el hecho de que esté como un idiota escribiendo esto. Tres palabras que no tienen tiempo, que son explicación y verdad sin remedio, que nunca antes supe ver.

    Marcelo. Egoísta. Idiota.

    Y es tarde para darse cuenta.

  • La insoportable levedad del ser – Milan Kundera

    Hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos sentimientos muy distintos, el primero es deseo, goce pleno de los sentidos, lo segundo es amor, sumergirse uno en el otro como en la espuma.

  • El Sonido del Silencio (I)

    “Hello darkness my old friend,
    I’ve come to talk with you again…”
    Simon & Garfunkel – The Sound of Silence

    A unos 130 Km. de Puerto Madryn, en el límite con Río Negro, el complejo minero de Sierra Grande cuenta con las reservas más grandes de hierro en toda Latinoamérica. A fines de los años noventa, cuando ya la ex HIPASAM (Hierro Patagónico S. A. Minera) traía más de ocho años paralizada por la patilluda Ley 23.696 de Reforma del Estado, se había convertido en un pequeño complejo turístico y una parada obligada para el turismo patagónico.

    Te calzabas el mameluco de minero, te ponías el casco con linterna y bajo un sol radiante y un cielo azul profundo sin una sola nube, comenzabas el descenso a pie por el inmenso túnel principal. A medida que ingresabas más y más en la tierra, mirabas hacia atrás y veías cómo el exterior se iba haciendo una luz pequeña, una lamparita de 30 Watts a punto de apagarse. Una vez adentro, había que prender las linternas de los cascos y se encendía alguna ocasional bengala para guiar nuestros pasos en la oscuridad.

    La estrella de la excursión (al menos para mí) era el momento en que el guía nos desafiaba y preguntaba si queríamos experimentar la oscuridad y el silencio absolutos. La propuesta era simple, tan simple que hasta parecía estúpida: apagar todas las luces y silenciar todos los ruidos. Tarea más que difícil para un grupo de quinceañeros eufóricos, pero después de dos o tres intentos se lograba.

    Y me pregunto ahora, mientras escribo, cómo voy a explicar lo que pasaba en ese momento. No había diferencia entre un abrir y cerrar de ojos. Los párpados subían y bajaban y las pupilas no registraban variación alguna, la negrura era total, tu propia mano levantada a la altura de la cara no se veía, no se sentía. No había piso, no había techo, no había paredes, no había distancias, se estaba ciego e inmóvil, porque el sólo hecho de dar un paso sin saber dónde pisar paralizaba. Y una vez que todos los sonidos acallaban, que los brazos dejaban de moverse buscando otros brazos, que las voces dejaban de murmurar, cuando empezabas a sentirte solo, absolutamente solo y sin compañía, aún estando rodeado por 30 personas, una especie de zumbido llegaba desde algún lado o desde todos los lados, para rodearte por la cabeza, por el cuerpo, por las manos de manera inexplicable, todo zumbaba y vibraba y ese sonido terrorífico iba en aumento, cada vez más y más fuerte, hasta que alguno no aguantaba más y de los nervios se reía o hacía ruido de pedo o cualquier estupidez, y mágicamente como si alguien chasqueara los dedos volvías a la realidad, volvían de a poco los murmullos y los suspiros de alivio, de satisfacción; alguna que otra linterna se prendía y empezabas a notar nuevamente los objetos, las profundidades, las distancias y esa tranquilidad que te daba saber a dónde iba a ir el siguiente y el próximo paso.

    Siempre me gustó pensar que ese zumbido extraño era el sonido del silencio (aún antes de haber escuchado la canción de Simon & Garfunkel). Hoy supongo que tal vez sea causa de la ausencia de vibración del tímpano o algún fenómeno físico de esos medio extraños. Pero poco importa, de lo que quiero hablar es del terror que experimenté en ese momento. Y lo haré en la próxima, me parece, se hizo largo y no quiero aburrir.

  • Cortito (XXXI)

    Me revienta “la gente” que usa comillas “en cualquier” lado.

  • Blanca

    No va más. Se te ve la hilacha. Aguanté todo lo que pude, ¿sabés? Pero cuando salgo a la calle con vos la gente mira mal, estás deslucida, opaca. Ya no atraés las miradas que admiraban el brillo que dejaba tu caminar, allá en los primeros años. Ya no lucís fuerte y resistente, arrolladora. Te ves caída y translúcida, siento que cualquier movimiento brusco que haga puede destrozarte en mil pedazos. Es por eso que esto tiene que terminar. Cariño, me acompañaste todo este tiempo y mirame ahora, sin saber qué decir. Hoy es adiós.

    No llores, por favor. No llores. Te voy a guardar lisa y hermosa separada de las demás, de los otros recuerdos. Siempre serás mi preferida. Hasta tal vez alguna noche nos volvamos a encontrar y brindemos por los viejos tiempos, y rodemos nuevamente sobre el colchón que nos ha visto a solas una y otra vez, tu cuerpo pegado al mío, encajados de forma perfecta, vos hecha para mí y al revés, y caer agotados los dos, finalmente vencidos por el sueño, cubiertos del sudor que nos hacía uno, arrugados y felices.

    No creas que hablo en vano. Estoy escupiendo el alma de a pedazos. Yo sé que vos sabés que no fuiste la única, que estuve con otras, innumerables (no sé por qué seguís celosa de la colorada esa) pero nunca con ellas me amalgamé como lo hice con vos, como lo hicimos juntos. Por eso por favor, solo te pido: no me olvides. No me prives tu recuerdo. Yo jamás voy a hacerlo.

    Te voy a extrañar. Sos la remera blanca más hermosa que tuve.

    audiocomentarios:

  • RA

    No me di cuenta hasta haber cruzado el pasillo y entrado a mi pieza que mi vieja tenía los ojos llorosos. Sentada en la mesa, frente al televisor, con su camiseta a rayas y el control remoto apretado entre sus manos, en la pantalla la gente haciendo cola para entrar al Congreso y el cuerpo inerte de Alfonsín en su cajón. Y los ojos de ella, rosados de llanto.

    Mientras ceno a su lado sigue atenta al aparato, envuelta en sus lágrimas de recuerdos (y sueños quizás). Llora en silencio, despacio, como sin querer molestar, y se suceden en el televisor las caras y los discursos y las viejitas sosteniendo la foto del difunto, llorando, ensalzando su recuerdo.

    Y de la mano de las lágrimas de mi vieja me voy allá, a esos 80 que me vieron nacer. Di mis primeros pasos en esos años agitados, con la democracia que alimenta, educa y cura, con los campeones del Mundial ’86 festejando en el balcón de la Casa Rosada, con la CONADEP y el Nunca Más, con las Cajas PAN, el Juicio a las Juntas, Campo de Mayo y la casa está en orden, con la hiperinflación y los saqueos y qué se yo cuántas cosas más.

    No es que hoy me emocione por haberlo vivido; en esos años mis ojos de niño se detenían en cosas más banales (o no): mi recuerdo no pasa por los carapintadas sediciosos sino por mi abuela haciendo cuentas en australes o una etiqueta en la ventana de la pieza de mis hermanas. Estaba gastada ya, marrón de lluvias, pero la recuerdo perfectamente: un óvalo con los colores de la bandera Argentina y en el centro, grandes e impactantes, dos letras: “RA”. Mirá lo que eligió mi mente para llevarse de esos años.

    Decía, me emociono hoy por algo simple, como esos recuerdos. El nudo en la garganta no se me hace por la muerte de Alfonsín, sino por verla a mi vieja sentada sola, llorando al televisor, atragantada de dolor, toda ella bondad, amor y silencio, despidiendo al tipo que la llevó orgullosa y Radical y ciudadana a las urnas, allá por el 83.

  • Rediseño de No es porno

    Estoy toqueteando esto, pero ya casi estamos! Ya casi ya casi…

    (actualización: ¡lo logré! Está medio atado con alambre, pero bueno, algo así va a ser el rediseño de No es porno. La idea era largarlo prolija y profesionalmente de una, pero bueno, como habrán notado si intentaron entrar en estos días, se complicó…)

    Bueno, posteo esto a las apuradas para darles la bienvenida a los que vayan llegando, falta hacer un montón de cosas pero la base está, como dijo alguna vez el Bambino. Escucho críticas, comentarios, consejos, escupidas, lo que sea.

    Saludos y nos estamos viendo.

  • Parábola del Parto (Adiós amigos)

    “Hace casi 9 meses que estoy acá. Hecho un ovillo, cómodo y calentito, en una especie de gelatina informe que me cuesta describir, pero más o menos te imaginás, ¿no? Y está copado: acá adentro tengo comida, refugio, bienestar y futuro, sobre todo futuro. Iba a agregar comodidad, como dije antes, pero ahora que lo pienso no es tan así. Bah, lo era en un principio, cuando era un moquito nadando en este mar gigante de fluídos corporales. Pero en los últimos meses estuve creciendo a todo trapo, y ya me cuesta estirarme cuando me despierto, termino pateando y esas cosas.

    Y tengo esa sensación, ¿viste? Esa sensación de que ya no hay lugar acá para mí. Como que alguien me banca y me banca, pero en cualquier momento voy a hacer reventar lo que me contiene, así que me quieren afuera. No sé qué pasará.”

    Eso lo escribí cuando estuve adentro. Fueron tiempos jodidos, aunque no me daba cuenta. Mirá esa caligrafía, ¿sabés lo que era escribir a oscuras? Ahora ya pasó todo. Conseguí una cuna espectacular, me siguen dando de morfar, me abrigan si tengo calor, me ponen en bolas si tengo frío, un golazo. Bueno, bueno, está bien, el parto fue una cagada. Y sí, lloré como un maricón, ¿qué querías que hiciera? Primero que te cagás de frío, segundo que quedás ciego mal, y tercero que.

    Tercero que cuando salís de ahí… cuando cruzás las puertas del lugar que te acunó durante tanto tiempo, con la certeza de que nunca más vas a volver, y con unas manos que te obligan, que te empujan, que te aprietan, te agarra un noséqué acá en el medio del pecho que cómo carajo explicarte. Es una mezcla de sensaciones rara, pero creo que esa ensalada (broncas, pérdidas, dolores, recuerdos, vivencias, impotencias) termina siempre perfilando una terrible tristeza. Terrible, amarga tristeza. La tristeza no es la separación, el abrazo fallido, la distancia física o las manos que empujan. La tristeza es la ruptura del vínculo que nos unía. En ese cordón umbilical que iba de vos hacia mí y de mí hacia vos y que alguien tironeó con tanta fuerza que reventó, que se cortó en un tras, que se desgarró con dolor, una mierda. Ahí está la tristeza. En el vínculo roto.

    Después de reventar eso que nos unía, después del tijeretazo y el nudito que me hicieron (quedó el pupo para afuera, no me gusta, pero bueno) nos unirán otras cosas, ya lo sé, generaremos nuevos vínculos desde otro lugar y toda la bola bla blá, historia sabida. Pero el parto fue una reverenda mierda.

    Bueno, te dejo, che. La lija que tengo no me deja pensar, voy a llorar en la frecuencia “teta de las tres”.

    Adiós amigos.

  • Gitanes

    “Dios es un fumador de habanos, tú solamente un fumador de Gitanes, y sin ellos no eres feliz.”
    Serge Gainsbourg – Dieu fumeur de havanes

    Un cigarrillo puede durar días
    Meses, años, segundos
    Puede ser eterno, no apagarse nunca
    porque es uno tras otro y uno tras otro cuando no estás
    Puede ser espera, nervios, festejo
    Compañerismo, amor

    Venenoso amor

    Un cigarrillo puede ser reflexión, encuentro
    Dedos amarillos, toses
    Puede ser Cortázar, Sartre, Godard
    Soledad, tristeza

    Venenosa tristeza

    Un cigarillo puede ser promesa, decisión
    Adolescencia, Cinthia
    Puede ser placer, sexo, digestión
    Buenos Aires, tango
    Y jazz y París

    Un cigarillo puede ser ceniza
    Pulmones negros
    Cáncer, muerte

    Venenosa muerte

  • Retazos

    Lo dijo como si hubiera estado escondido.
    Puede ser, pero suele ser inconsistente mi discurso.
    Siempre se vuelve.
    Tonto.
    Tonta.
    En ocasiones sos muy directo.
    No culpo a las ventanas.
    Yo tampoco. Quise decir que la libertad no llega hasta aquí.
    Voy porque lo elijo.
    Somos solo recuerdos.
    Elegir es libertad.
    Lindos recuerdos.
    Recuerdos al fin.
    Recuerdos al fin.
    Somos pasado. Dos fantasmas.
    Dejame ponerme poético, mierda.
    Las flores se marchitan.
    (Por suerte)
    A veces demasiado pronto.
    Puta hija de puta.
    Tengo una sola palabra para vos.
    LSD
    Yo creo que uno es, en cierta forma.
    Que uno es la suma de las personas que conoció.
    De los libros que leyó.
    Cómo me pegan las minas.
    De las cosas que te afectaron.
    Me hago el loco pero duele igual, eh.
    Me gusta pensar que ese dolor nos recuerda que estamos vivos, que no perdimos lo humano.
    Eso. Te iba a decir “Somos demasiado humanos”.
    (Por suerte)
    Me hago caca.
    Abrazo.
    De pocas palabras.
    Quiero cambiar el Estado.
    No juegues con mis feelings.
    Una despedida vieja. De esas despedidas a las que a veces les pinta volver.
    Es la maldita lluvia.
    No, no, no soy tanguero.
    Volvió literalmente.
    Dejá las drogas duras, por favor.
    No me volví a despedir. No yo. O tal vez nunca me había despedido.
    No soy un libro abierto.
    Me entendiste mal.

  • Cortito (XXX*)

    Alguien llegó al blog buscando “Mujeres corriendo en tetas”. Me parece que pronto VA A SER porno.

    *XXX es de 30 en números romanos, no de X-rated, pajeros (estaré proyectando)

  • Sin Título (V)

    No me duele que me hayas privado de tu influjo. Ni siquiera me duele en el orgullo, no. Es otra cosa, es la sensación abrupta de tu adiós tirado al pasar como si nada importase. Y no es que piense que no te importe, no, ya sé, ya sé que bla bla blás y bla blás. Pero que mierda. Todo lo que sé y todo lo que supe siempre termina en el lavarropas.

    La cuestión es que tengo que pedirte un favor: no vuelvas. No porque no te espere o porque no te anhele o porque no te extrañe, no; no vuelvas si va a ser desde una ventana. Ni siquiera me contestes si va a ser con palabras. No vuelvas sin tus ojos, sin tu voz y tu sonrisa, así no. No me contestes si no va a ser en silencio y con una caricia y con un beso. Porque cuando así volvés y cuando así contestás lo único que hacés es recordarme tu existencia, recordarme que estás ahí y que algo vivió entre vos y yo, pretérito perfecto simple (o sea: no más).

    Dije que mi discurso es inconsistente, ¿no? Por eso volvé, que falta todavía. Volvé a cumplir tus palabras, esas que dijiste al pasar como el adiós que vino después para dejarlas (y dejarme) en nulidad. Volvé que falta todavía, ¿entendés? Eso es lo que duele. Falta. Descubrirnos libres, sin relojes acechantes, sin apuros, sin urgencias ni miramientos, ser de los dos y de ninguno, para poder, sí, al final, decir que lo nuestro terminó. Para dejar de ser sólo recuerdos y convertirnos en vivencias. Vivir. Sí, hay que vivir, mierda que estoy de acuerdo.

    Quiero milanesas con papas fritas.

  • El día que Nietzsche lloró – Irvin D. Yalom

    “-Por supuesto, pero -y Lou Salomé apartó el brazo para situarse ante Breuer, dueña de sí, firme como un hombre- la palabra “obligación” me resulta opresiva. He reducido mis obligaciones a una sola: perpetuar mi libertad. El matrimonio y los compromisos que implica, los celos y la posesión, esclavizan el espíritu. Nunca ejercerán dominio sobre mí. Espero, doctor Breuer, que llegue el día en que hombres y mujeres no se vean tiranizados por sus recíprocas debilidades. -Se volvió con la misma seguridad con que había llegado.- Auf Wiedersehen.”

  • Probabilidad de chaparrones

    Hubo un tiempo en que un día podía durar para siempre y solo terminar cuando el sol o el corazón lo dictasen. En que el mayor problema que había que afrontar era colgar la pelota en lo de la vieja de los gatos (en toda niñez hay una vieja con gatos) y “responsabilidad” implicaba hacerse cargo del horrible zurdazo y tocar el timbre estoicamente para reclamar lo perdido. Hubo un tiempo en que el peor temor era quedarse afuera del pan y queso, y que la gloria era meter gol, saborear el momento en que la pelota cruzaba el arco hecho con mochilas y salir corriendo y gritando (y los abrazos) como si el país fuera un puño apretado gritando por Argentina.

    Hubo un tiempo en que el amor se resolvía girando una botella y cruzando los dedos fuerte, para poder darle un piquito a la chica que te gustaba.

    Y hubo un tiempo en que lo mejor que podía pasarte en una tarde calurosa de verano era que esos nubarrones en el horizonte se acercasen para estallar en tu cabeza, y empaparte entero bajo la lluvia, abrir los brazos a lo Diego Torres y mirar al cielo, para sentir cada una de las gotas chapoteando en tu cara, mientras abrías la boca para tomar agua (“pura”, decíamos). Para dejar la plaza por un momento y correr, correr por la vereda buscando refugio, y encontrarlo bajo el toldo de alguna mercería abandonada, y acurrucarse todos juntos a mirar la calle en tinieblas, los autos rompiendo la barrera de agua, hablar y reflexionar y tener serias discusiones científicas sobre lo bueno que estaría poder teletransportarse o ser invisible para espiar a la vecina de enfrente. Y la gente que pasaba apurada a las puteadas. Pertenecían a otro mundo, tan lejano al nuestro.

    Hubo un tiempo, no me cabe duda. Y hay un tiempo. Un tiempo en que el día es eterno, sí, pero no ves la hora de que termine el suplicio. En el que los problemas se multiplicaron y ya no se solucionan tocando un timbre y diciendo “Doña, ¿nos alcanza la pelota?”. Un tiempo en el que los temores te rodean y la gloria parece inalcanzable (o etérea). En el que el amor no se resuelve girando una botella, más bien vaciándola. Y es un tiempo en el que una lluvia en medio de la tarde puede arruinarte el día (justo hoy que no traje paraguas) y te comés el garrón del viaje en subte empapado, compartiendo el olor a humedad con los demás pasajeros, generando un vaho comunitario irrespirable.

    Así, mojado, refunfuñando, encarás para tu casa, con cara de orto y mal humor. Hay unos pibes sentados bajo el toldo de enfrente, mirando absortos la lluvia que cae. Pendejos de mierda. Pertenecen a otro mundo, tan lejano al nuestro.

    17 audiocomentarios a: “Probabilidad de Chaparrones”, parte uno:

  • Cortito (XXIX)

    Regla N° 1 del Amor:
    No te tatúes su nombre.

  • La Clochard

    Mientras me acercaba a las primeras piedras del andén, un destello iluminó el cielo oscurecido, como un flash gigante de algún fotógrafo negro que quizás observe desde la penumbra. Apuré el paso. Las luces de un tren se asomaron allá al fondo. El ramal Suárez se llevó a toda la gente que había en el andén, dejándome solo, parado en 80 metros de línea amarilla.

    Aquel rayo (o uno igual) volvió a repetirse, auspiciando esta vez una fina lluvia que me llevó a guarecerme bajo los metales de la escalera de cruce, esperando el ramal Mitre que me llevaría a la sequedad. Decidí fumar un cigarrillo para mitigar la espera y la soledad (como siempre) escuchando mientras el sonido de la lluvia, de las gotas golpeándose en el cemento, suaves como chispas de una fogata, oh paradoja.

    Aún más suave, por lo bajo, me sorprendió un murmullo proveniente de mis espaldas, un arrastrarse pausado seseando por el piso. Volteé para encontrarme con una vieja que caminaba por la vereda lindante al andén. Unos 70 años (soy malo con las edades), con la cara arrugada y nariz de bruja. Tenía el pelo cano, revuelto y sucio. Vestía una combinación de distintas prendas que la inflaban y deformaban haciendo grotesco su caminar; unas zapatillas Nike grises (que habrían sido blancas) reventadas y deshilachadas, también sin forma. Arrastraba con desdén un cartón como cualquier otro cartón, acercándose a mí. Aunque no se acercaba a mí. No se acercaba a nada. Buscaba refugio por simple instinto, por la probable imposibilidad de secarse pasada la lluvia, razón más que suficiente para evitarla. Permaneció ajena a mi mirada, a mi curiosidad burguesa de descubrirla en su mundo; yo no existí para ella, así como ella no existió para mí hasta ese momento en que nuestros mundos se encontraron, así como también dejaría de existir cuando el tren llegara. Acomodó el cartón en el piso, cubierta ahora sí por las mismas escaleras que desde lo alto me cubrían a mí, y lo sacudió un poco con la mano como quien pasa el repasador por la mesa después cenar. Se sentó y acomodó. Miró a un costado, miró al otro. Despacio se acostó acurrucada, una mano hurgando en la boca algún resto de comida. En el transcurso de ese acomodo encontró la posición: esa en la que después de dar vueltas acostado en la cama encontrás el punto en donde todos los ligamentos hallaron su lugar y los músculos empiezan a relajarse, y la única certeza es que el sueño vendrá pronto y permanecés inmóvil por temor a perderla.

    La vieja miraba perdidamente hacia arriba, hacia el cielo, a la lluvia que caía pacientemente, y de repente, con otro destello, recordé a la clochard, a Emmanuèle y Célestin, a Rayuela y Cortázar, otra vez.

    Cuando mis reflexiones rumbeaban y empezaban a generar conciencia y a punto estaban de convertirme en un tipo comprometido con lo social y dispuesto a luchar por una realidad mejor, vino el tren y con él me fui. Ahí quedó la vieja, bajo el puente y la lluvia de mierda en la estación Colegiales.

    Había un tipo igualito a Ricardo Montaner sentado enfrente mío.

    audiocomentarios en dos partes:

  • Cortito (XXVIII)

    Sin los besos no eran nada.

  • No, sí, no

    Porque he vuelto, traspasado por la sierra. De caminos caminados tiempo atrás, de infantiles risas olvidadas y fiebres, alucines. De gargantas rojizas, hinchadas de gritar (o de llorar) por una ausencia, mentira.

    Reflexiones inconclusas, palabras sin sentido, discos escuchados y de estreno. De noches estrellas y miradas estrelladas; relojes de espacio, cuerpos inmóviles, patadas y rubias. De cigarrillos que no se apagan, alquitrán o muerte, de candelas en la noche moribunda y señales latentes.

    Y nada. Nada que decir. Lo grave no sería el silencio, sino el vacío. Te clavo un par de palabras, las ato con unas comas y unos puntos y mirá qué lindo que queda. Pero detrás.

    Se ven los hilos, mierda. Y cómo carajo taparlos.

    (o cortarlos)

    audiocomentarios below:

  • Maraña

    Y un día te despertás, así, enredado como los auriculares cuando los guardás en la mochila. Viste que por más que te empecines y los dejes prolija y cuidadosamente acomodados, los tipos van y en cuanto bajás el cierre se enmarañan y enredan de la forma más complicada.

    Bueno, entonces te quería decir: te acostás tranquilo, prolijamente, cuidadosamente acomodado, una pinturita. Pero en cuanto bajás la guardia y abrís los ojos, de repente y sin aviso, estás enmarañado como ese cable, con los pelos y las ideas y los sentimientos revueltos. Algo pasa durante la noche sin que lo sepamos. La mente es como los kioscos 25hs Open, labura hasta en las horas que no existen.

    Así que te sentás. Te sentás, te acercás a la luz y jugás a ser abuela desovillando ese ovillo persona que amaneciste hoy. Tirás de una punta, a ver qué pasa, y ves que del otro lado de la maraña un piolín se mueve, un recuerdo. Así como lo ves lo soltás, ese nudo es complicado, mejor empezar por otro. Buscás el principio del enredo (es vox pópuli que lo mejor es empezar por el principio) entre todo ese quilombo. Cuesta encontrarlo. Metele más luz. Y ahí está. Tirás, ahora sí, de esa punta libre que encontraste, y comenzás a ordenarte otra vez. Es necesario a veces saltearse nudos, no todos los recuerdos se desatan fácilmente, así que vas al medio de tu historia y después casi al final, hace un días, pero de ahí te vas hasta el primer pucho adolescente, y luego volvés a la noche en que la perdiste, para pasar a algún llanto que creías olvidado.

    Que creías olvidado pero está ahí, reluciente entre la maraña, atado firmemente como el día en que lo dejaste, y para poder desatarlo hay que volver a llorar y volver a olvidar y volver a sentir y volver a morir.

    Terminás. En las horas que no existen terminás. Llegás al final y estás satisfecho. Orgulloso estirás entre tus dedos ese cable vida por el que acabás de transitar de forma intermitente y lo mirás de punta a punta, radiante. Mirá qué prolijo que luce así, casi perfecto. Ahora, sabés…

    Ahora ya estás listo para enredarte de nuevo.

    audiocomentarios:

  • Hollywood

    Reventaron. Como un globo que roza un alfiler y con un ruido sordo deja escapar el aire que libera su presión, reventaron en medio de la noche. Sin embargo nadie los oyó, ninguno de los transeúntes pareció alterarse cuando sus manos se soltaron y fueron expulsados con violencia a cada uno de los polos; él al Norte y ella al Sur.

    Se dejaron dos sillas vacías, la cera caliente sobre el mantel y la marca de la espuma cayendo por el vidrio soplado. Se dejaron un beso urgente al abordar el taxi, como queriendo despedirse rápido porque, dale dale, apurate, que se me están saliendo las palabras. Se dejaron unas caricias sobre la mesa, unas ganas de manos y abrazos, de labios y susurros.

    Y sin embargo nadie los oyó.

    Nadie los oyó gritar desesperados por ayuda ante la incertidumbre del momento, ante la presión del aire globo, paredes de nylon. Nadie. Habrá sido su encierro, su alejamiento de lo cotidiano, sus decisiones atípicas. Habrán sido sus risas, sus miradas: tapaderas de la verdad, de esa verdad que se agitaba en sus adentros, en sus más profundos deseos, en su más profunda carne, en su más profunda mente.

    Todo eso pujando por salir. Sílabas y ensueños empujando y haciendo fuerza por ser libres, intentando desatar el tímido nudito que años antes los había mantenido a raya (raya Rayuela) intentando explotar el encierro que los condenaba.

    Reventaron en medio de la noche.

  • Querido Diario

    Lo encontré ordenando hojas y cuadernos. Símbolo de mi incosistencia.

    Lunes

    Me pregunto qué carajo es esto. Me pregunto por qué lo hago. Supongo que porque le dije que lo haría. Quién iba a decir que esta pendeja me voltearía la vida de un revés. Pero la verdad es que lo hizo. No sé cómo, ni por qué, ni cuándo, simplemente lo hizo. Y tampoco sé si esta es la manera en que funciona esto. Desconozco el objetivo, la utilidad, pero tal vez justamente de eso se trate. Dejar fluir los pensamientos, las cosas más profundas a las que se hace difícil llegar, con el único método que tal vez deje alcanzar esa inaccesibilidad: escribir.

    Puedo estar así toda la mañana, pero quizás sea hora de redondear, quiero dormir bien. Y de paso, digámoslo, es un buen comienzo para este pseudo-proyecto que se inicia hoy, Lunes 15 de Octubre (feriado) a las 7 de la mañana. Dejemos que las cosas fluyan. En un rato nos volvemos a encontrar, bitácora de la vida. Hasta entonces.

    Es la única anotación que había.

  • Crónica policial (III)

    Y sí. Los pies no reaccionan como para salir corriendo, y la situación tampoco amerita un escape cobarde, así que ante el llamado de la ley retrocedemos nuestros pasos. El cana está parado al lado de Morral, con el pecho inflado y los pulgares dentro del chaleco, como sujetándose los pectorales. No es el oficial que detuvo al Pela (ya casi un amigo a esta altura), sino uno de los que bajó del patrullero, encargado del procedimiento, al menos en apariencia. Un saludo seco, y:

    – ¿Ustedes vieron el hecho?

    E. no duda en afirmar que sí. Yo no respondo. Y la solicitud no se hace esperar: nos pide ejercer nuestro deber ciudadano, atestiguando lo ocurrido. Yo digo que aceptamos, siempre y cuando el ratero no vea nuestras caras. Soy cagón, no se podría esperar otra cosa. Me dicen que no hay problema, listo. El damnificado y el oficial vuelven al patrullero, que ha quedado a unos quince metros, doblando la esquina. Nos quedamos en silencio. Yo sé que E. tiene un examen mañana, y él sabe que yo lo sé. Y la noche avanza. Le doy el ok a un pedido implícito, que se siente en el aire, sin demasiadas ganas:

    – Andá si querés.
    – ¿Seguro?
    – Seh, no hay drama.

    Minga que no hay drama. Pero bueno, si algo me enseñó Carlín es que Amigos son los amigos. El bondi viene increíblemente al instante, otra vez parece mentira, así que me quedo ahí, fumando. Otro pucho, por supuesto, el anterior ya se había apagado. Vuelve el cana, vuelve el flaco. Pregunta por E. “Se fue”. Me pide el documento. Nunca salgo con documento, ¿podés creer que justo ese día lo tenía? Se lo doy sin oponer resistencia. El policía (probablemente apellidado Ramírez) vuelve una vez más al auto, el flaco del morral se queda esta vez. También está fumando. Un cagón reconoce a otro cuando lo ve, se los puedo asegurar. Está nervioso, tanto o más que yo. Y cagado. Y no está mal. Con un segundo celular da de baja el Nextel que le acaban de chorear.

    Pasan los minutos. Los canas siguen alrededor del patrullero, como una tribu, hablando. El flaco me cuenta que qué locura, que estaba en la boca del lobo, que su mujer debe estar preocupada, que le chupa un huevo el Nextel porque era del trabajo y no les va a servir de nada, “¿cuánto se pueden hacer, 50 mangos?”. Qué se yo flaco, me quiero ir a mi casa. No se lo digo, por supuesto, de afuera se me ve el ceño fruncido en gesto de preocupación y una escucha activa. La verdad es que sigo cagado.

    Ahí vienen tres oficiales. El que los atrapó, Starsky, el probable Ramírez y un tercero. Me juego las bolas a que es Hutch. Le plantean al denunciante la situación, más o menos de la siguiente manera:

    – ¿Cómo te llamás?

    – Pablo.

    – Ok, mirá, Pablo, el ashunto es el siguiente: lo que tenemos que hacer ahora es ir hasta la seccional. El muchacho acá presente (o sea yo) nos va a tener que acompañar y prestar declaración (lareconchadetumadreloco). Ahora, te voy a deshir una cosa. Yo revisé personalmente al sospechoso, y no tiene ningún arma. Tampoco tiene tu celular. Entonces, ¿qué pasa? Vamos a ir, vas a tener que hacer el papeleo, lo vas a molestar al muchacho aquí y el tipo sale a las dos horas. No tiene nada. Ni siquiera marihuana, como para hacerle algo. Yo por mí no tengo problema, tengo que trabajar toda la noche hasta el mediodía, el ashunto es si vos querés malgastar tu tiempo y el tiempo del muchacho.

    Mierda de situación. Me habré puesto pálido cuando escuché lo de ir hasta la comisaría. Dejémonos de joder, dale. Lo mejor del caso es que Morral lo piensa. Realmente está considerando ir hasta allá por nada. No me quiero extender mucho, pero después de un intenso intercambio sobre derechos y deberes, el tipo finalmente decide no hacer la denuncia.

    Alivio por un lado, y miedo (una vez más) por el otro: ¿lo vas a soltar acá al Pela? ¿Estamos todos locos? Me va a fichar y me va a hacer su puta por el resto de mi vida. Decime que te lo llevás… se van nuevamente al patrullero a discutir. Empiezo a creer que me van a pedir un mango para tirarlo lejos, al mejor estilo remise, para que me quede tranquilo.

    Pero no. “Ramírez” nos propone un trato: no puede legalmente llevarse al ex-chorro, debido a que no está oficialmente detenido, pero casualmente tiene una buena noche y va a considerar llevárselo y tirarlo en alguna plaza. Eso sí, no quiere ni imaginarse que en los días subsiguientes nos vamos a aparecer en la Comisaría reclamando un robo y diciendo que tal policía no actuó. Que le demos nuestra palabra. “Un pacto de caballeros”, lo llama. De más está decir que no tenemos objeciones, por lo que sellamos el arreglo con un apretón de manos.

    Recuperado mi documento, regreso a pie la media cuadra que me separa de casa, mirando cada rincón, asustado, pensando que el que escapó, el de la mirada fija, va a saltar de cualquier sombra para abrirme la tráquea en dos con una navaja oxidada. Pero no pasa nada. Llego, me siento, y me pongo a escribir. Así de simple.

    Quedará para el lector el juicio de las actitudes tomadas por las personas de esta historia, mi opinión personal, después de tres semanas, ha variado de punta a punta. Y me la reservo.

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  • Cortito (XXVI)

    “El cuarto ángel tocó la trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, y la tercera parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas, para que se oscureciese la tercera parte de ellos, y no hubiese luz en la tercera parte del día, y asimismo de la noche.”

    Apocalipsis, 8:12.
  • Cortito (XXV)

    “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”.

    Génesis, 1:3
  • Crónica policial (II)

    Leer también Crónica policial (I)

    Un conveniente bocinazo nos saca a todos de ese estado de estupefacción, de observación mutua. Pelado y compañía emprenden su escape hacia la avenida, mientras con E. aún nos preguntamos si chorearon a Morral o no. Y sí, lo chorearon: el pibe sale al trote detrás de los otros dos, ¿los va a perseguir? No… le está chiflando a un oficial de la Federal, que está pasando justo por ahí. Mirá vos, qué casualidad. Parece mentira.

    La “lógica” indicaría que el cana, ante el pedido de ayuda del damnificado, elevara sus hombros en señal de yquéquerésquelehaga y se quede como si nada. Pero no, el tipo, al mejor estilo Starsky & Hutch, revolea a un costado la mochila, y en un mismo movimiento desenfunda y se mueve enérgicamente hacia los sospechosos, ordenándoles que se detengan. Esta parte de la acción no la veo, queda doblando la esquina, pero sí veo a E. yendo hacia allí para ver qué pasa. Yo sigo detenido en la parada. Te dije que estaba congelado.

    Para cuando llego a la esquina y amplío mi campo de visión, el policía lo tiene al pelado contra la pared, y lo esposa con una mano mientras le clava la rodilla en la espalda. No hay rastros del otro. No hay nada que ver, yastá, pienso, y sin decirle nada, sin tocarlo, arrastro a E. de nuevo hacia la parada, en mi cara se leen las ganas de irme a la mierda. Definitivamente sale un pucho.

    Entre la llegada inicial y todo este episodio, ya pasaron como tres o cuatro bondis. Así que volvemos a empezar. Esta vez hablamos poco, supongo que cada uno estará enfrascado en sus pensamientos. Ni dos pitadas le doy al cigarrillo, que cae al lugar un patrullero. Sin sirenas ni estruendos. Se abren las puertas, se bajan los ocupantes. Ahora son tres los oficiales, cuatro personas con el flaco choreado, que aparecen y desaparecen de mi vista tapados por la esquina, mientras hablan. Supongo que Morral está explicando lo que pasó. Y en eso de nuevo, como antes, el viento, caprichoso:

    – Ellos lo vieron.

    La concha de tu madre, loco, otra vez. A través de la esquina aparece un oficial, y nos mira, y el pibe nos señala; me miran, nos miran, como antes. Ojos acusadores. Murmurando le digo a E. que nos vayamos a la mierda, que nos van a agarrar como testigos. Él quiere quedarse, cumplir con su compromiso ciudadano. Yo no. Los siguientes minutos me darán la razón. Finalmente lo convenzo de rajar de ahí, y empezamos a caminar alejándonos de la esquina. Los puchos siguen encendidos. No hacemos más de tres pasos cuando, a nuestras espaldas, la Voz de la Autoridad:

    – ¡Ustedes! ¡Alto!

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  • Crónica policial (I)

    “Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.”
    El libro de arena. J. L. Borges (1975)

    Como bien dice Jorgito, todos los relatos dicen ser verdad, pero éste, mis queridos amigos, es verdad. Me acaba de pasar, hace minutos nomás, recién vuelvo de la calle. De la infaltable napolitana con fritas de mitad de semana. Y del infaltable aguante del bondi que llevará al Sr. E. a su casa, fumando unos puchos y cerrando la velada.

    La parada del 41 está acá nomás, a, digamos, y sin temor a exagerar, cincuenta metros de casa. Arribamos con E. como de costumbre, con la esperanza de que el transporte se avistara a la distancia y así poder emprender el retorno sin esperas. Pero ni rastros; sale un pucho. Un flaco está sentado enfrente, también fumando y esperando. Tiene un morral a su costado. Mientras espero y hablo con E., se acercan otros dos. Se detienen a nuestras espaldas, entre el flaco que ya estaba en escena y nosotros. Los miro, al pasar. Dos caras como tantas otras. Uno pelado, el otro me suena, me detengo un poco más, ¿lo conozco? No, nada que ver. Sigo hablando con E.

    Y pasa lo que estás esperando, lector: claro, el título no está al pedo. El pelado se acerca al flaco del morral y le pide un pucho. Desde acá apenas se escucha lo que hablan. Pero ya obtuvo el tabaco y, ¿qué onda? Se queda ahí, con pose de predador, inclinado hacia adelante, gesticulando mientras habla. Su compañero está un poco más cerca; sigue “esperando” el bondi. El viento me trae unas palabras, así como un cachetazo, y me doy cuenta.

    – Dale, dale, no te quiero lastimar.

    La concha de tu madre, loco. Sí sí, antes me había dado la impresión pero lo acabo de confirmar, estos dos lo están choreando al del morral. Aquí, señores, discúlpenme, pero la mente no da abasto para asimilar todo lo que pasa. O al menos mi mente. La cuestión es que el pibe entrega el celular, y yo miro, estoy congelado. Le da el celular al pelado y sigo mirando. Y el otro flaco que estaba atrás mío me mira. Y creo que el pelado también me mira. Pero no. O sí. No sé. Está todo medio oscuro. Estoy congelado (¿ya lo dije? Sí, perdón que me repita, pero… qué se yo). Bueno, no sé, yo siento que los dos tipos me miran. Que todo el mundo me está mirando. Me miran fijo, el tiempo no pasa, y ahí me doy cuenta, pero no del choreo. De que estoy cagado en las patas.

    Sí mi querido lector, hago un paréntesis en el relato, que se me está alargando a extensiones peligrosísimas para la web, si llegaste hasta acá es porque querés ver sangre y tiros, mirá si te conoceré; y digo y acepto y afirmo lo que viene. Debajo de todas estas palabras bonitas, esta cosa de romántico incurable, de amores y tristezas y melancolías, debajo de todo eso, hay un Señor Cagón. Hola cómo estás.

    Pero bueno, la cosa es que los tipos están ahí, mirándome. A mí y a E., que está a mi lado.

    audiocomentarios:

  • Cortito (XXIV)

    El helado no se toma, se come. Entiéndanlo de una vez.

  • Divague

    El viento frío cesó y seguís ahí, envuelta en tus tetas y tu perfume barato; aroma agrio, fragancia de muerte. Un surco negro dejó el maquillaje cuando pasó por tu mejilla la última lágrima, rastro seco de llorar sin dolor.

    Desde el otro lado desean tu sexo, tus labios irritados de besos sin amor, que sentís en carne, estúpida flor. No te acerques a la reja, por favor. Te van a agarrar y te van a tocar y te van a coger de formas que ni siquiera imaginaste. Quedate conmigo, yo te presto mis pantuflas gastadas, no son lindas, pero son lo único que tengo. Tomá mis pantuflas. Después, cuando duermas, te voy a cantar al oído esa canción que te gusta, para que no escuches a las bestias que se pajean desde afuera. Y vas a soñar de amor y alegría, de risas y ojos verdes y de pies calientes.

    Pero no te acerques a la reja. No lo olvides. Quedate acá conmigo. Por favor.

  • Special

    Apaga el pucho sin apuro, que ya colilla queda arrugado entre los demás muertos, en el cenicero repleto. Tantea el bolsillo izquierdo, no, el derecho, para ver si sigue allí. Sí. Se levanta de la misma mesa de siempre del mismo café de siempre, Corrientes y Esmeralda, esquina porteña, y deja pago con unos morlacos el último café. Se despide como siempre y para siempre de Domingo, viejo amigo y fiador de penas. Sale a la calle y da una bocanada de aire asfaltado, del bullicio de la gente.

    Un canilla queda mudo y con la mano en alto: lo ve al tipo entre la muchedumbre triste, pero este no está triste; es un finado, un finado andante. Lo ve y lo sigue hasta doblar la esquina, para olvidarlo y arrancar un nuevo pregón.

    El tipo mientras continúa su último regreso, mirando la baldosa rota, ahogado entre el cuello rígido del sobretodo y el sombrero Fedora, vuelve a tantear el bolsillo izquierdo, no, el derecho (sigue allí), con esa caricia rítmica que se repitió con locura durante la última hora. Pensando en nada, si se puede, pensando en todo, si se puede. Silbando bajo, un poco en secreto y un poco en silencio, cansado de llantos sin dolor.

    Bajo el umbral se detiene, descubriendo la puerta, cacho de madera sólida, impenetrable, vetas entrelazadas, nunca las había visto, hermosas y marrones gritándose entre sí. Y el picaporte, tan dorado, tan brillante bajo el gris, tan deslumbrante. Busca la llave, tantea el bolsillo derecho, no, ahora sí era el izquierdo, y abre otra vez la puerta, su puerta, la impenetrable. Otra vez como tantas, otra vez como pocas, o como ninguna.

    Después, el cruficijo en la sala de estar, los sillones gastados, la baranda a encierro, a viejo. La repisa, los libros del Partido, la foto de Estela, las cartas a Francia, las sonrisas de pibe, los sueños adolescentes. No se detiene en nada de eso, no está, eso o él; nada, pero nada. Se quedó en la puerta, en la madera. Impenetrable. Sigue allí.

    Deja sus huesos sobre la silla de mimbre, que crujiendo se queja de soportarlo. Entra luz por el ventanuco. No importa. La cocina, todo. El almanque viejo, envuelto por el rosario, Sagrado Corazón de Jesús, las hornallas oxidadas, la heladera vacía, el mate lavado, los cacharros sucios, los vasos marcados de vino, damajuanas vacías.

    Y las deudas del escolaso en la mesa, bajo la pava. Tantea el bolsillo izquierdo, no, ahora sí el derecho. Sigue allí. El frío percutor del Special sigue allí.

  • Sin Título (IV)

    Esta lluvia me hace acordar a vos. No quiero palabras rimbombantes ni cotillones, por hoy no. Pero me acordé, ¿viste? Así de repente, arriba del 45 empañado con sabor a Goyeneche, recordé esa noche en que nos vimos. Es curiosa mi memoria, olvida comidas y cumpleaños pero me trae (a su antojo) estas imágenes, caprichos del recuerdo.

    Estoy divagando. Bah, qué importa. No sé cuánto tiempo pasó desde aquella vez, pero todavía escucho la tormenta cayendo sobre el toldo de chapa. Te causaba gracia la diferencia de alturas, y de vez en cuando te estirabas para alcanzarme y darme un beso. Hermosa y algo borracha, con esa mirada triste de la que alguna vez escribí, y nunca llegué a contarte lo nervioso que estaba: no sabía qué hacer con tanta mujer entre mis brazos. Cerveza y nicotina.

    Después, cuando todo terminaba, corrí, ya sin presiones o nerviosismos, eh, como cuando sos chico y corrés por el simple placer de hacerlo; corrí feliz, bajo la lluvia torrencial, crucé la 9 de Julio de punta a punta esquivando charcos y miedos. No supe hasta mucho después que era la última vez que iba a verte.

  • Cortito (XXIII)

    Las mujeres no saben correr.

  • Muerte 2.0

    Si después de escribir esto no vuelvo a aparecer por acá, ¿cómo saber si a la salida del locutorio no me pisó un bondi, o tal vez decidí suicidarme, o alguien decidió quitarme la vida a la vuelta de la esquina, o simplemente, tal vez, no tenga nada que escribir?

    Quizás esté muerto mientras leas esto. En este mismo momento, mientras tus ojos pasan por acá, podría estar desangrándome sobre el asfalto (a propósito, si algún familiar llega a leer esto a tiempo, prefiero la cremación al entierro).

    ¿Con cuántas personas que conozco me comunico únicamente online? ¿Cuándo se enterarían ellas de mi defunción? Tardarían meses, años en darse cuenta que mi muñequito rojo del messenger nunca más va a ser verde. O incluso nunca lo sepan. Al final, esta hiperconectividad, esta comunicación constante, la socialización online, resultó ser una mentira. No sabemos cómo usarla. Y no estoy exento, me hago totalmente cargo: ¿cuántos de mis contactos habrán muerto? ¿Tendría que escribirle un mail a todos y cada uno, preguntando “¿estás vivo?”? Ahora tiene sentido que aquella chica con frecuentes jaquecas no se conecte más. Que en paz descanse. Es macabro, pero posible.

    Estás enterado, entonces: si todos tus contactos están desconectados tené cuidado, quizás afuera se haya desatado el holocausto nuclear y ya no quede nadie. No se te ocurra salir a la calle a comprobarlo. No sea cosa que justo en ese momento se conecte alguien.

  • Cortito (XXII)

    Me di cuenta de la muerte de la ilusión cuando dejé de voltear las tapas de gaseosa para ver si me había tocado un premio.

  • Cortito (XXI)

    El amor no es un nick en el messenger.

  • Epílogo

    Escuchame…
    Hoy te estoy matando.
    No, no, hoy estoy cometiendo asesinato. Te estoy matando acá, en mi cabeza.
    ¿Entendés?
    No te creas.
    Creo que, ingenuamente, guardaba la esperanza de que volvieras.
    Pero me confirmaste que hay que matarte.
    Te dije que las palabras no valen nada.
    Menos si vienen de mí.
    De todas maneras no viene al caso. Lo que pasó, este hoy, no cambió por una frase.
    Así iba a ser y así fue.
    Hasta nunca.
    Una despedida de mierda.
    No.
    Bah, nunca es mucho.

    Andate.
    Andate.
    Andate.

  • “Ciento cincuenta de mortadela” en 150 palabras

    Siempre me hipnotizó la cortadora de fiambres. Cuando acompañaba a mi vieja a hacer las compras, el almacenero, después de escuchar el pedido, sacaba de la heladera mostrador el pedazo de carne correspondiente, cerraba la puerta con un sonoro ruido hermético y encendía la máquina. La cuchilla comenzaba a girar, veloz, siseando el aire y ansiando su presa muerta. Así comenzaba el ritual que me mantenía atento, ante el movimiento adiestrado del fiambrero pelando fetas, que recogía habilidosamente con una pinza y depositaba en la balanza. La máquina cortaba con una facilidad y fluidez que me atraía por horrible: imaginaba con qué facilidad podrían cortarme los dedos o un brazo o dejarme inválido con tan solo un movimiento. El momento de hipnotismo tétrico duraba no más de dos minutos. Como estos textos, Gordo. Filosos, fluídos, cortitos, inmovilizantes, hasta terroríficos. Y, después de su efecto, una vez que los masticás, deliciosos.

    Al Gordo Casciari.
  • I didn’t understand

    Thought you’d be looking for the next in line to love
    Then ignore, put out, and put away
    And so you’d soon be leaving me alone like I’m supposed to be
    Tonight, tomorrow, and every day
    There’s nothing here that you’ll miss
    I can guarantee you this is a cloud of smoke
    Trying to occupy space
    What a fucking joke

    I waited for a bus to separate the both of us
    And take me off, far away from you
    ‘Cos my feelings never change a bit
    I always feel like shit
    I don’t know why, I guess that I just do
    You once talked to me about love
    And you painted pictures of a never never land
    And I could have gone to that place
    But I didn’t understand
    I didn’t understand

    Elliott Smith

  • Derrumbe Onírico (II)

    No sólo le faltan las piernas. Miguel está cercenado completamente de la cintura para abajo. Lo que queda de su torso descansa en un extraño vehículo consistente en una tabla de madera, a la que le fueron adosadas de mala manera cuatro ruedas, una en cada esquina. Avanza empujándose con la ayuda de sus manos, que abrazan el asfalto, la mugre.

    Es en este punto donde todo empieza a difuminarse. La ciudad se ve devorada por una densa oscuridad, y yo, impávido, como si estuviera contemplando un atardecer. La multitud que antes se concentraba en el andén se dispersó, y sólo quedan algunas personas alrededor nuestro. Miguel no da señales de haberme visto. Está conversando. Alguien señala un pedazo de chapa, posado sobre un riel. Él lo mira con sus ojos a ras del suelo, y reptando se sitúa en medio de la vía para acomodar la plancha metálica. Terminada su labor, hace gracias a su improvisado público, puro ademán en su medio cuerpo. Yo me pongo nervioso. Comienzo a transpirar, siento cómo cada gota de sudor es expulsada a través de cada poro, y le grito, le grito que se salga de la vía, que va a pasar el tren, que por favor. Pero no me escucha. Las risas se elevan, resuenan en la nada misma.

    Me doy vuelta por instinto, pero no veo nada. Ningún tren desaforado dispuesto a aplastar lo que queda de Miguel. Sólo el asfalto y las vías, que se introducen juntas en la penumbra total para besarse en el infinito. Pero… ¿la barrera se movió? No estoy seguro. Las risas y mis nervios no me dejan determinar nada, si ese puto pedazo de madera roja y blanca intentó moverse o qué. Y tengo miedo. Me invade otra vez ese miedo del andén, pero esta vez con una presencia que me aterra y me domina. Grito y grito y le grito, salí de ahí, ¡laconchadetumadre! ¡sosboludo!, ¡salí! y nada, se sigue riendo como si estuviera tomando el té con unas señoritas. Atino a cerrar los ojos y apretar los puños, fuerte, me quiero ir ya, en este instante, sacame de acá…

    Un estruendoso rugir de motores parte el mundo en dos, mientras el temblor de la muerte inunda cada rincón, y abro los ojos para ver a la máquina verdugo salir de la oscuridad y pasar de largo, mientras el viento caliente que genera me despeina y me tironea la ropa, queriéndome llevar. No hay más risas. No miro para atrás. No quiero. No sé cómo, pero tengo las manos unidas en posición penitente, y las miro. Las miro como preguntándoles por qué están así, y creo que me contestan que quieren rezar, pero ni ellas ni yo nos acordamos ni de Dios ni sus palabras. Las desenlazo y me quedo solo, en mi isla de asfalto rodeada de oscuridad, de silencio, de vacío. Empiezo a llorar y caminar. Rompo en llanto como un bebé. Y camino y camino. Es horrible, me ahogo con las lágrimas y no puedo respirar bien, mi garganta traga aire a cada instante, y camino, y mientras se me deslizan los mocos que se juntan en la boca con la saliva en un asqueroso y triste fluído que va a parar al asfalto agrietado, camino. Después de una lenta caída. Camino.

    No quiero seguir más.

  • Delmira. Eduardo Galeano.

    En esta pieza de alquiler fue citada por el hombre que había sido su marido; y queriendo tenerla, queriendo quedársela, él la amó y la mató y se mató.

    Publican los diarios uruguayos la foto del cuerpo que yace tumbado junto a la cama, Delmira abatida por dos tiros de revólver, desnuda como sus poemas, las medias caídas, toda desvestida de rojo:

    – Vamos más lejos en la noche, vamos…

    Delmira Agustini escribía en trance. Había cantado a las fiebres del amor sin pacatos disimulos, y había sido condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden, porque la castidad es un deber femenino y el deseo, como la razón, un privilegio masculino. En el Uruguay marchan las leyes por delante de la gente, que todavía separa el alma del cuerpo como si fueran la Bella y la Bestia. De modo que ante el cadáver de Delmira se derraman lágrimas y frases a propósito de tan sensible pérdida de las letras nacionales, pero en el fondo los dolientes suspiran con alivio: la muerta muerta está, y más vale así.

    Pero, ¿muerta está? ¿No serán sombra de su voz y eco de su cuerpo todos los amantes que en las noches del mundo ardan? ¿No le harán un lugarcito en las noches del mundo para que cante su boca desatada y dancen sus pies resplandecientes?

  • Cortito (XX)

    El pañuelo de tela hace rato que dejó de tener onda.

  • Sin Título (III)

    (I)

    Quiero que sepas que no volví a abrir los ojos desde que apagaste la luz; tengo miedo de que el mundo vuelva a ser como antes. No quiero volver a respirar si no voy a sentir tu olor; es el miedo a olvidarme de tu esencia. Dudo que mi boca sienta otros besos que no sean los tuyos, al menos hasta que tu sabor se desvanezca con el tiempo.

    El tiempo. Siempre el puto tiempo. No mueren las palabras, pero sí se evaporan las historias, por eso escribo, en un penoso intento por no matarte. Me niego a aceptarte ausente. Me niego a que me niegues.

    (II)

    La gente vive en nostalgia permanente. Anhelamos tiempos pasados idealizados, sin detenernos en las heridas que nos trajeron hasta aquí. Y en esa nostalgia mentirosa, creemos que podemos regresar el tiempo atrás. El único resultado de esa creencia es la destrucción del hoy nuestro. El borrón y cuenta nueva es mentira, un imposible; vivimos en avance constante y todo el ayer nos moldea determinando un presente que negamos porque nos aterroriza la falta de control que tenemos sobre el mismo, rodeados de imponderables. Y la mejor alternativa parecen ser las comodidades borrosas del pasado. Quiero vivir hoy.

    Los sueños, los futuros deseados imaginados no están mal, pero son solo la zanahoria que hace al burro avanzar. Nunca va a ser suficiente. Después del cartelito de novios convivimos, pero no alcanza; entonces nos casamos y queremos más, entonces tenemos hijos, y como con ese maravilloso milagro de vida no alcanza apuntamos ahora a la casa propia…

    (III)

    Y al final, después de haber apagado las luces y cerrado las puertas de tantos presentes, te vas a encontrar encerrada en un cuarto sin luces ni ventanas, sin poder respirar y buscando a tientas el interruptor, anhelando una vez más el pasado, como en toda tu existencia: ese pasado que hoy, por única vez, es presente, y estás destruyendo en un interrogante capricho.

    Y te vas a preguntar “¿qué hubiera pasado si…?”. Y en ese vacío, en el más triste de los silencios, nadie te va a responder.

    Hoy, y solo hoy, tal vez podamos responderlo juntos.

  • Cortito (XIX)

    “Para un hombre que sólo considera tolerable la vida manteniéndose en la superficie de sí mismo, es natural sentirse satisfecho al ofrecer a los demás sólo su propia superficie.”
    Paul Auster, The Invention of Solitude

  • Derrumbe Onírico (I)

    Es de noche. Estoy en el andén de la Estación Saavedra. El mismo está repleto, cubierto de gente que genera el bullicio típico de una multitud informe. Un tipo está parado en el medio del andén, con unas planillas y una tablita, como si fuera un encuestador. Está haciendo anotaciones con un lápiz. Es una audición. Todos los presentes nos estamos postulando para un papel en un espectáculo. O al menos eso supongo.

    El tipo da vuelta una hoja, y grita a viva voz:

    – ¡Guitarra para Dust in the Wind!

    Silencio en la multitud. Desde el fondo del andén, en penumbras, se abre paso un flaco. No llego a verle la cara. Alguien le alcanza un banquito. Él toma asiento y pela una terrible ejecución de la canción de Kansas, hermosa, brillante. La gente llora, saca carilinas y se suena la nariz. Cuando termina, todas las cabezas giran hacia mí. Transpiro. Me siento húmedo, resbaloso. Agacho la mirada porque no quiero verlos. Me dan miedo. Tengo la trastera y las cuerdas bajo mis manos. Respiro hondo y comienzo la ejecución.

    Un sonido horrible y desafinado sale del instrumento. Me detengo en seco y vuelvo al principio. Otra vez, sólo ruido. Empiezo a gotear como una canilla con el cuerito roto, se hace un charco a mi alrededor y la gente se abre. Tengo los dedos agarrotados, las manos no me responden, van solas y tocan cualquier cosa, como si no fueran las mías. La multitud comienza a murmurar, en desaprobación. Arranco dos, tres, cuatro veces, y nunca sale. Ya el murmullo me tapa completamente, y lo sigo intentando, pero no hay caso.

    El flaco que había tocado anteriormente aparece de nuevo en escena, y se manda un solo a lo Steve Vai que resuena en todo el andén, el piso tiembla, es como si la música saliera de todas partes. La gente está con la boca abierta, nadie lo puede creer. Termina con un agudo infinito y cara de situación, y la multitud lo adora, lo aplaude, lo ovaciona en un único grito de felicidad.

    Yo bajo por el andén con las manos en los bolsillos, hasta el paso a nivel. Es ahí cuando lo veo a Miguel que se acerca, arrastrándose en un carrito. Le faltan las piernas.

    Leer Derrumbe Onírico (II)

  • Chau

    Vigiliae

    La música tiene esa habilidad, ¿viste? Puede elevarnos, transportarnos, y a la vez puede ser cruel con un desdichado. Estaba escuchando Claro de Luna de Beethoven cuando te leí por última vez. Mientras todo dejaba de importar y mis ojos te repasaban hecha expresión ahora, ahora, y ahora. Y es cruel, porque en ese preciso instante en que todo se derrumbaba, apareció el Polaco, para cantarme Garras:

    No pude más y en mi afán por llegar / era un duende errabundo / que se perdió sin poderte encontrar / por las calles del mundo… // Y me he quedado / como un pájaro sin nido, como un niño abandonado / con mis penas que se agarran / como garras / y desgarran a mi corazón. // Gracias por venir con tu perdón y tu bondad… / Ya mi pobre vida terminó… / y estoy vacío, muerto para el mundo y para vos mi corazón. / Agonía cruel… Luego soledad… / Este llanto tuyo y nada más…

    Y el gran Silvio, el que tanto odiás y que no quisiste escuchar. Tonta, te intentaba decir algo, ¿no te diste cuenta?. Intenta reconfortarme, como un amigo, pero es triste, demasiado:

    Veo más: veo que no me halló. / Veo más: veo que se perdió. // La cobardía es asunto / de los hombres, no de los amantes. / Los amores cobardes no llegan a amores, / ni a historias, se quedan allí. / Ni el recuerdo los puede salvar, / ni el mejor orador conjugar. // Una mujer innombrable / huye como una gaviota // (…)y yo, que no soy bueno, me puse a llorar. / Pero entonces lloraba por mí, / y ahora lloro por verla morir

    Michael Stipe me da el golpe de gracia:

    Trying to keep up with you / And I don’t know if I can do it / Oh no I’ve said too much / I haven’t said enough // I thought that I heard you laughing / I thought that I heard you sing / I think I thought I saw you try.

    Tercia

    ¿Por qué lloramos? Lloramos porque algo no está bien, algo se salió de su curso. Es una reacción física difícilmente controlable. Creo que alguna vez lo dije, pero siempre me asombra, esa sensación previa al llanto que nos inunda el cuerpo, indescriptible y horrible, como un temblor especial que arranca en el pecho y va subiendo atolondrado por la garganta, realmente no sé como escribirlo, pero sé que me entendés, porque probablemente también lo hayas sentido. Lloramos porque algo no está bien. Estoy seguro.

    Vísperas

    Estoy hace horas pensando en esto, en este texto que estoy escribiendo, y mientras todo lo temido sucedía mi mente enhebraba las palabras más tristes y hermosas que jamás alguien te haya escrito, no sabés lo que eran, deslumbrantes, un puto y tardío manotazo de ahogado. Pero se fueron decantando a lo largo del día, hasta quedar otra vez yo, solo, con el teclado como extensión y mirando una pantalla donde juego a escribir. Y si esas palabras se fueron, sólo puede significar algo: no hay nada que decir. No hay reproches que hacer, no los tengo, lamentablemente, no tengo argumentos a los que aferrarme. Siempre me dijiste que te gustaba ganar en todo, y recién ahora te creo. Ganaste. Pero mirá dónde está lo raro: ganaste porque te fuiste. Por abandono inverso, digamosle.

    Y a pesar de todos los nudos en la garganta que siento, te tengo que agradecer. Corresponde. Me enseñaste que sigo sintiendo, por suerte, yo que me pensaba de roca, impertérrito, no. Llegaste y me dijiste con una caricia dolorosa que todavía podía querer y que, evidente y lamentablemente, puedo sentirme lastimado, y triste, y mierda. Porque sí, te quise, te quiero. No te das idea de la cantidad de veces que tuve que guardarme un “te quiero” fugaz, de puro cagón, porque tengo miedo, tenía miedo, y por algo lo tenía, porque mirame ahora. El miedo sabe, la tiene clara, se lo veía venir. Pero está bien. Me enseñaste. Si no duele no se aprende. Oh, no, dije demasiado, pero no dije suficiente. Que estúpido. Que estúpido escribir esto, mientras probablemente estés con él una vez más, la reputísima madre. Que estúpido que es el mundo. Que estúpidos los falsos juegos y las reglas. Que mierda este texto, no te puedo explicar lo corto que se queda, tengo tantas cosas para decir y tan pocas palabras. Ya fue. No tiene sentido.

  • Platón not dead

    Un año entero compartiendo cuarenta minutos entre sombra y sol. Un año entero esperando la estación Coghlan para verte subir al dragón, con esa modorra y esa cara de dormida que me hace nacer unas impetuosas ganas de abrazarte, de que descanses en mí por el resto del viaje. Pero ni me mirás. Y yo lo noto. Noto también el anillo, que enrieda tu dedo anular de la mano izquierda. Y lo odio a él porque te descubre antes que yo todas las mañanas, porque sobre él descansás. Él cubre mi deseo imposible de esconderme en tus huecos, de conocer tus esquinas. Te suena el celular. Lo mirás y, dispuesta a atender, siento el desvanecimiento de mi cuerpo ante el inminente descubrimiento de tu voz desconocida, el cierre total de este silencioso amor absoluto que te profeso.

    – Hola…

    Parecés el Coco Basile dandole indicaciones al equipo. Que manera de arruinarme la fantasía.

  • Fausta

    Puedo acordarme de canciones que hace años dejé de escuchar. Puedo acordarme más de veinte números de teléfono que nunca voy a marcar. De frases y películas perdidas en el tiempo, anécdotas y caras y nombres. Pero no puedo acordarme de la voz de mi abuela. Por más que lo intente no logro un todo mental de ella.

    Pero sí me acuerdo de retazos, imágenes sueltas que van y vienen a su antojo. Me acuerdo del viaje en tren para ir a visitarla, esos viejos vagones mitad amarillo mitad rojo color óxido, con los asientos rebatibles y el tapizado de cuerina roto, dejando asomar un relleno ya marrón de tiempo. El andén gris, y la corrida por el primer escalón circular del anfiteatro de la estación Mitre, que recordaba glorioso y descubrí decadente. Pateaba el montón de hojas caídas en otoño, y disfrutaba del crujido ante mis pasos, mientras mi vieja me retaba y advertía la posibilidad de pisar caca. Y doblaba la esquina, asomándome a la cuadra iluminada, mientras las cortinas de la casa de la abuela se escapaban de la habitación por el viento, y flotaban como suspendidas en medio de la vereda.

    Y entonces, me adelantaba a mi vieja y mis hermanas corriendo, y me acercaba despacito hasta el borde de la ventana, mientras las cortinas flameando me desacomodaban el pelo.

    – Abuela, abuela, llegamos.

    Ella estaba dormida, mirando televisión, y se sobresaltaba al escucharme y decía que ahora iba, ahora iba. Y es en este punto de la memoria donde no logro verla. No sé a dónde se fue ni dónde estará. Lo único que encuentro, unos labios finos de donde nacían hacia todas las direcciones unas pequeñas arrugas angostas, frágiles, como nervaduras de una hoja, incontables. Sólo sus labios, su boca en medio de la nada, y un movimiento particular que hacía al hablar, sólo eso. No me acuerdo cómo me llamaba. Si Marce, si Nieto, o si tenía algún apodo cariñoso para darme. No me acuerdo como eran sus manos, o su tacto. Su voz sigue ausente para siempre.

  • Cortito (XVIII)

    20 de julio. Día de la mentira.

  • Casi

    Casi escribo algo sobre nosotros. Casi hablo sobre aquel beso que pareció nunca llegar. Casi recuerdo tu historia y la mía formando una única historia. Casi canto esta mañana pensando en vos. Casi no me importa mojarme cuando llueve. Casi vuelvo a soñar. Casi te grabo un disco. Casi caigo en la trampa. Casi me emborracho de pena. Hasta casi extraño tu ausencia y me juego en vano una vez más. Casi me sobran los motivos. Casi empiezo a quererte. Casi casi, mirá, casi.

    Pero no. Por suerte, no.

  • Cortito (XVII)

    Qué PELOTUDO que soy.

  • La Caja

    Terminó de arreglar la pequeña bisagra dorada y miró su trabajo, satisfecho. Abrió la caja de madera sosteniendo la base con una mano, dos y tres veces. Funcionaba. Habían pasado ya años desde que se había hecho con la caja una tarde soleada caminando por Plaza Francia. La adquisición fue un impulso, tan borroso como la razón. Pero desde esa tarde había decidido guardar todos sus errores en esa desprolija caja de feria. “Para no volver a cometerlos” repetía convencido.

    Con su correspondiente fecha, registrados en cualquier soporte imaginable, se encontraban. Una hoja de su anotador, “No estudiar para el examen”, 27 de Febrero de 2005. Una servilleta amarillenta, “No levantarme y sentarme en su mesa y hablarle”, 17 de Diciembre de 2002. Un boleto arrugado, “No darle un beso al despedirla”, 22 de marzo de 2003. Un volante sucio (el gurú del amor), “No decirle que yo también la quiero”, 24 de julio de 2007. Y así dejaba constancia de cada tropiezo, de cada huída. Ya había perdido dejado de contarlos, pero en su último recuerdo se acumulaban en la caja más de ciento cincuenta flamantes errores. Y a pesar de todo la perfección parecía estar cada día más lejos, inalcanzable. A cada nueva vez, en cada oportunidad, los errores aparecían con ligeras variaciones, diferencias imperceptibles que los hacían inevitables.

    Y un día decidió dedicarse a vivir. El último error que registró fue anotado con una temblorosa imprenta en uno de los costados interiores de la caja de madera, con fecha del corriente:

    “Haberte empezado”.

  • Rímel

    Es la segunda noche consecutiva en la que me encuentro con sus ojos al doblar la esquina. No freno ni aminoro la marcha, así como tampoco ella muestra signos de verse invadida por mi presencia. Pero ese nimio momento en que nuestros ojos se descubren bajo el reinado de la oscuridad basta para entenderlo todo. Y sabemos que es mentira, es mentira el entendimiento, y egoísta la razón. Pero en ese descubrimiento que dura un segundo para el resto, y que a la vez hace un huequito en nosotros y se cuela por las grietas ya viejas, sulfuradas de tacto constante, nos apropiamos de la unidad del otro.

    Y mientras, fuma. Fumando espera ese papel simbólico que sellará el intercambio bajo techo y resguarde, pacto enfermizo y necesario que se verá repetido a lo largo de toda una existencia. Desconoce este conocimiento, esta mentirosa verdad, este estúpido juego de palabras que nunca tendrá sentido más que para el estúpido jugador que juega e intenta entender por qué han ido a parar allí esos marrones ojos llenos de desprolijo rímel corrido por las lágrimas.

  • Cortito Final (XVI)

    Acá solía haber un blog. Pero tuvimos una fuerte discusión, ayer, con No es porno. Y me pidió un tiempo. Por supuesto me dijo “no sos vos, soy yo”. Así que bueno, por ahora hasta aquí llegamos. Nos vemos.

  • Oliverio Girondo – Vuelo sin orillas

    No tengo nada que decir, que escribir. Sí, es grave. Será que cada día que pasa estoy más chato, más choto. Pero bueno, mientras tanto… rellenemos los silencios. Gracias Chapu.

    Abandoné las sombras,
    las espesas paredes,
    los ruidos familiares,
    la amistad de los libros,
    el tabaco, las plumas,
    los secos cielorrasos;
    para salir volando,
    desesperadamente.

    Abajo: en la penumbra,
    las amargas cornisas,
    las calles desoladas,
    los faroles sonámbulos,
    las muertas chimeneas,
    los rumores cansados;
    pero seguí volando,
    desesperadamente.

    Ya todo era silencio,
    simuladas catástrofes,
    grandes charcos de sombra,
    aguaceros, relámpagos,
    vagabundos islotes
    de inestables riberas;
    pero seguí volando,
    desesperadamente.

    Un resplandor desnudo,
    una luz calcinante
    se interpuso en mi ruta,
    me fascinó de muerte,
    pero logré evadirme
    de su letal influjo,
    para seguir volando,
    desesperadamente.

    Todavía el destino
    de mundos fenecidos,
    desoriento mi vuelo
    -de sideral constancia-
    con sus vanas parábolas
    y sus aureolas falsas;
    pero seguí volando,
    desesperadamente.

    Me oprimía lo fluido,
    la limpidez maciza,
    el vacío escarchado,
    la inaudible distancia,
    la oquedad insonora,
    el reposo asfixiante;
    pero seguía volando,
    desesperadamente.

    Ya no existía nada,
    la nada estaba ausente;
    ni oscuridad, ni lumbre,
    -ni unas manos celestes-
    ni vida, ni destino,
    ni misterio, ni muerte;
    pero seguía volando,
    desesperadamente.

  • Pablo Milanés – Mis 22 años

    Hace tiempo yo anhelaba
    encontrar la dicha eterna
    Siempre a base de reveses
    pude ver la realidad
    Le cantaba a mi tristeza
    a mi dolor y a mi muerte
    La tristeza en mí vivía
    Viniendo el dolor, a veces
    a acompañarme en la búsqueda
    del camino hacia la muerte

    Pero como ser humano
    me contradigo y me opongo
    al pasado que pasó
    pasando por veintidós años
    de penas y dolor

    Y de aquí sale mi canción…

    Mi tristeza la sepultaré en la nada
    y el dolor siempre del brazo de ella irá
    Nada habrá que me provoque más tristeza
    y el dolor siempre del brazo de ella irá

    Y en cuanto a la muerte amada
    le diré, si un día la encuentro:
    “Adiós, que de ti no tengo
    interés en saber nada”

    Nada…

  • Cortito (XV)

    Parece ser que los griegos tenían un concepto cíclico del tiempo, o algo así. Que en el transcurso del tiempo se repiten ciclos en los que vuelven a aparecer los mismos hechos, personajes y actos que hubo en el ciclo anterior. Hijos de puta.

    Cito:
    “Todo parece indicar que los griegos postulaban el eterno retorno de la identidad, es decir de lo mismo. Sus ejemplos son claros: otra vez Sócrates caminará por el Ágora ateniense, otra vez Troya, otra vez Aquiles, otra vez tú, otra vez yo.

  • Cuesta Arriba – Vals del titiritero

    Ellos son malos, egoístas, perversos, antisemitas, antinegros, superficiales, ignorantes, ahorrativos, insidiosos, cuenteros, solitarios, repulsivos, calculadores, fusiladores, propietarios, sarcásticos, mentirosos, sensuales, respetan los símbolos, pegan a los hijos, pegan a los hambrientos, pegan a los inseguros, pegan, a los versificadores, a los prosistas, acumuladores, escribanos, puristas.

    Son y lo cuidan, son y no mueren, son y son viejos, saben calcular, saben lo que les espera, saben leer, saben pagar, saben. Mienten a las esposas, mienten al fisco, mienten a los hijos, mienten a las amantes, mienten al médico, mienten. Temen a la muerte, en el hospital, en la cama, en el satélite, en las películas, temen la poliomielitis, temen al ajedrez, temen que ocurra lo que no esperan, temen.

    Ellos son: ministros, jefes de policía, masculinos femeninos, ebrios a las seis, solitarios, malos, egoístas, ambiciosos, ignorantes, odian a los inquietos, a los inseguros, a los que dudan, a los que pegan fuerte, a los que no pagan, a los que nos siguen, a los que no quieren, a los que leen, a los que dudan. ¿No son dóciles? La horca. ¿No son canallas? Fusilarlos. ¿No son carneros? Expulsarlos. ¿No son propietarios? Expulsarlos. ¿No son incondicionales? Expulsarlos. ¿No son solitarios? Aislarlos. Ellos sobornan, televisión, revistas, diarios, cigarrillos, cocaína, preservativos, comidas, sueños de viaje. Ellos sobornan, mantienen, bebidas, mujeres, vinos y canto, pagan Viena, pagan técnicas sexuales de amor incondicional, pagan las experiencias.

    Compañeros: ellos mueren. ¿No quieren morir? Morirán igual, lo digo yo. ¿Quién soy yo en esta época de la decadencia absoluta del capitalismo financiero imperialista? Lo digo yo, que tengo un poema completo preparado sobre lo que somos nosotros en esta época del capitalismo agonizante decrépito agonizante. Lo digo yo y basta. Soy responsable únicamente ante mí, ante mi mujer que quiero, ante mis hijos por quienes tiemblo, ante mis amigos, unos notables adolescentes crecidos que son rebeldes porque el mundo no les gusta; en cuanto les guste firmarán mi orden de ostracismo. Soy responsable ante el almacenero, a la vez bolichero, descendiente directo de los antiguos bolicheros que expendían el alcohol cuando Juan Moreira, Martín Fierro, José Hernández, Federico Wernicke, podían caer en cualquier momento de sorpresa; ante el estado federal comunal provincial, ante el crepúsculo, que no sé bien por qué me persigue; responsabilidad ante las mujeres que amé y nunca se enteraron, las que se enteraron y me rechazaron, las que vivieron conmigo, las que me acunaron, las que me delataron, las que me quisieron.

    Pero sepan: yo no como más, no bebo más, no lloro más, no espero más, no grito más, no lamento más, no quejo más, no más. Bebo más, bebo más, bebo más.

  • Cortito (XIV)

    Chicos: todo bien con el amor. Pero escuchar durante todo el viaje en colectivo el chasquido salival que producen sus bocas al darse besitos me produce sencillamente asco.

  • A vos

    Hoy paso para escribirte a las apuradas a vos. No mires a tu espalda y te hagas el sorprendido señalándote con gesto interrogatorio. Sí, sí, a vos, que estás leyendo esto y pasando precisamente por estas letras en este instante. Y acá detengámonos juntos y preguntémonos: ¿qué hacés acá? ¿Te aporta algo este texto? ¿Y por qué seguís leyendo? Ya está, listo, podés seguir tu camino. No va a haber nada más. Hasta luego. Bueno, bueno, chau. Gracias por pasar. Listo. Nos vemos. ¿Te vas o no? ¡Basta! Te cagás de risa encima, ¿qué te pasa? Enfermo, dejá de seguirme. Bueno, ¿te vas a quedar entonces? Decidite. Ya te dejaste tirado al menos un minuto de tu vida. Podrías estar leyendo a algún groso, mirando alguna buena película o escribiendo algo. Pero no. Estás empecinado en seguir hasta el final. ¿Y cuando por fin llegue? Nada. Terminó. Como todo. Pero no te queda. No te llevás esto en tu memoria, para pasearlo a donde vayas, como las grandes obras. Muere acá, con el último punto que se escriba. ¿Y quién pone la decisión del último punto? Porque así como vos llegaste hasta acá yo tampoco puedo parar, estoy divagando y no sé como cerrar la cuestión. Ahora me agarra la culpa, ¿viste? “Pobre, miralo, llegó hasta acá, por ahí esperaba algún giro, algún final glorioso.” Y tal vez yo también, ingenuo, escribo y sigo escribiendo esperando que algún azar me traiga a la cabeza, o más bien al texto, un premio, una recompensa por el camino recorrido. Pero no. Somos vos y yo, nada más. O era yo. No sé si cuando estés leyendo esto yo seguiré siendo yo o ya habré sido otro. Pero este momento que creamos juntos, vos con tus ojos y yo con mis letras, va a estar siempre. Bueno, mejor me voy yo primero. Chau. Gracias. En serio. No te olvides de apagar la estufa.

  • Rubén Blades – Cuentas del alma

    Siempre en la noche mi mamá
    buscaba el sueño frente a la televisión,
    y me pedía que por favor, no la apagara;
    su soledad en aquel cuarto no aguantaba,
    aunque jamás lo confesó.

    Yo niño, no entendía su horror,
    porque uno es joven y no sabe del amor;
    crecí mirando a mi madre vivir aferrada
    a una esperanza que la enterró, toda amargada,
    dentro de una noche que no acabó.

    Mi madre le ha temido a la noche
    desde el día en que se fue mi papá.
    Hoy la miro y comprendo
    que ella aún piensa que las cuentas del alma
    no se acaban nunca de pagar.

    Hoy día comprendo su dolor,
    y lo terrible que es amar a una ilusión
    que está atrapada entre la sombra del pasado,
    y que en las noches se libera y va a su lado
    como el fantasma de un amor que no murió.

    Mi madre le ha temido a la noche
    desde el día que se fue mi papá.
    Hoy la miro y comprendo
    que ella aún piensa que las cuentas del alma
    no se acaban nunca de pagar.

  • La contemplación

    Nadie se escandaliza si un hombre se detiene durante horas a mirar un Rembrandt. Ninguna mujer pone el grito en el cielo si alguien se queda embobado ante la visión de una escultura de Miguel Ángel.

    Un tipo que pierde el habla en un suspiro porque por su mirada se cruza una estilizada damisela no es un pajero. No señores. Es un observador profundo de la forma humana, casi comparable a un artista del Renacimiento. Prescinde de su discurso al verse subyugado por la belleza ajena. Un tipo que pone en juego su seguridad personal, al renunciar su vista del camino para voltear su cabeza y mirar la parte posterior de una mujer, no es un baboso, señores, no. Es alguien que arriesga su vida por el arte, por captar, aunque sea por un segundo, un verdadero milagro de la naturaleza. El chofer que chifla desde un camión o esboza un piropo al pasar no es un alzado. Es un músico contemporáneo, un poeta incomprendido, que ante la visión de la pura hermosura, sobresaltado de inspiración exhala su admiración en forma de sonido.

    Vengo a reivindicarlos, a todos estos amantes modernos del arte que nos rodea día a día. Y ustedes, mujeres, sepan comprenderlos y comprendernos, estamos embobados por sus cuerpos, por sus caminares, sus voces y risas, sus labios, cabellos, sus ropas y no tanto, sus seres. No hay nada más lindo- ¿Qué? ¿Que pare? ¿Estoy quedando como un pajero más? Bueno, bueno, supongo que con eso se entendió a qué iba. Chau.

  • Real

    Caés en un verde abismo de incógnita infinita mientras mi brazo intenta aferrarse a tu presencia y consistencia, en un vano intento por retenerte, por realizarte. Eso es real. Y realmente solo recuerdo el tacto de tus dedos inyectándose en mi carne. Pero eso es sueño. Te hice durmiendo desnuda, respirando hondamente mientras tu pecho me acaricia el costado a cada ida y venida. Eso es real. No, eso es sueño. Lo real es haberte conocido una noche perdida, deslumbrante en un mar de palabras y estupideces vacías sin sentido. Estar bajo tus sábanas es sueño. Real es tener tus ojos en los míos, oír tu voz susurrando en mi oído… no, ¿sabés?. Eso también es sueño.

    No puedo seguir a la usanza griega, sin discernir entre la vigilia y lo onírico. No puedo seguir soñándote cada noche, anhelando tu materia en mis brazos y en mi boca y en mi respiración entrecortada. No puedo. Necesito tenerte real, respirarte y mirarte, probarte, tocarte. Lo necesito. Necesito saber que existís, que te encontré en la niebla de esa noche, y que caés en un verde abismo pero esta vez alcanzás mi brazo que podría serme arrancado con tal de salvarte.

    Y trepás hasta mi boca para sellar con tu boca esta locura tuya y mía sin nombre. Eso es sueño.

  • Potrero

    El gordo y yo contra todos los que se vengan.

  • Khrematismós

    Si alguien tuvo la suerte (¿suerte? sí, ¿por qué no?) de rendir un examen universitario, o presentar alguna entrega, sabe y experimentó en carne propia lo que intentaré exponer a continuación.

    Único es el momento en el que con un suspiro se dejan las tímidas hojas en la mesa de examen, es una milésima de segundo en el cual el papel desciende por el aire hacia la solidez de la madera, y en ese dejo dejamos partir también las horas de estudio, las pestañas carbonizadas, los ojos derruídos en llanto y sequedad ocular. Es orgásmico, dejame de joder, no puedo encontrarle otra analogía.

    Y no puedo imaginar, si es que alguna vez llega, lo que debe sentirse en ese último examen final, pendenciero escalón de tan larga carrera. Años enteros de vida, millares de hojas, cientos de lapiceras caídas en cumplimiento del deber, kilómetros de escritura, esfuerzo y sudor concentrados en un instante, único, irrepetible. Un orgasmo tántrico después de cuatro, cinco, ocho o diez años de eyaculación intelectual retenida.

    La realización en estado puro.

  • Cortito (XIII)

    Debe ser “yendo”. Lo siento acá.

  • Cortito (XII)

    ¿Es “yendo” o “llendo”? Me agarró la duda.

  • Cortito (XI)

    Que manera de escribir mierda, ya lo sé, no me digas nada. Me estoy yendo, cuando vuelva escribo algo copado. (Podría agregar esto en las Mentiras). Hasta luego.

  • Improvisando

    Cualquiera diría la más vil mentira, engañaría y estafaría por una noche junto a vos. El más grave pecado podría ser cometido con tal de tener el placer de tu compañía, de respirarte cerca.

    Y yo, simple mortal simple, estoy dispuesto a pagar el caro precio de morir en tus ojos, en tus labios, de rozarte el costado en una caricia y sentir tu dulzura en mi mejilla. “No hay peor ciego que el que no quiere ver” dijo alguien alguna vez en algún lugar, y yo seré el peor ciego entonces, porque no quiero ni puedo ver más allá de tus ojos, de tu sonrisa que se interpone en mi camino cada vez que quiero salir a la vida, de la muerte. Necesito exorcizarte.

  • Cortito (X)

    “Puro nervio el fanfarrón, al fin mostró la hilacha”. Eso lo dice La Renga. Para que lo entiendas en tu idioma.

    “…y otra vez, otra vez, otra vez: la misma vieja historia vieja.”

  • Lectura Sanitaria

    – Instrucciones de uso – Aplique en el aire durante 3 a 5 segundos para obtener una delicada y agradable fragancia en todos los ambientes de su hogar. – Precauciones – Lea atentamente el rótulo antes de usar el producto. Muy inflamable. No pulverizar cerca de la llama o fuego. Mantener fuera del alcance de los niños y animales domésticos. No pulverizar en forma directa sobre los ojos y/o mucosas. No perforar el envase. No arrojar al incinerador ni al fuego. No exponer a temperaturas superiores a 50º. Prohibido su rellenado. No guardar en el interior del automóvil. La empresa no se responsabiliza por el uso indebido del producto. – Ingredientes – Alcohol Etílico, Perfume, Propelente (Propano-Butano).

  • Cortito (IX)

    Hoy tuve una revelación: la finalidad del asa de la taza es resguardarse de las posibles quemaduras que pueden generar las altas temperaturas en el líquido que ésta porta. Nunca me había dado cuenta.

  • Sin Título (II)

    Me contaron que encontraste a alguien. Y yo sigo acá, con mi mundito de cartón pintado, medio alegre, medio triste, como siempre. Un pelotazo en la cabeza, un poco aturdido. ¿Cómo será? ¿Hará los mismos chistes que yo? ¿Sonreirás ante sus ocurrencias y se sentirá como alguna vez me sentí? ¿Le dirás las mismas palabras que supiste decirme? ¿Cantarás las mismas canciones? ¿A dónde habrás guardado todos los sueños, los planes y la vida que construimos acostados mirando techos? ¿Habrás quemado mis cartas y rasgado mis fotos? ¿Recordarás esa vez primera en que nos vimos y descubrimos? ¿Besarás como me besabas? ¿Te habrás olvidado de todos los abrazos, de todas las caricias, de todas las noches juntos?

    Lo intenté. A mi manera, pero lo intenté. Espero que estés bien, que seas feliz, tu gran anhelo. Que te merezca, no como yo. La vida siguió nomás, ¿viste? Y vos no me creías. Siempre es posible volver a soñar. El problema es despertarse.

  • El monstruo amigo mío. Eduardo Galeano.

    Yo al principio no lo quería, porque creía que él iba a comerme un pie. Los monstruos son agarradores de mujeres, que se llevan a una mujer en cada hombro, y si son monstruos viejitos, se cansan y tiran a una de las mujeres en la cuneta del camino. Pero este que yo digo, el amigo mío, es un monstruo especial. Nosotros nos entendemos bien, aunque el pobre no sabe hablar y por eso todos le tienen miedo. Este monstruo amigo mío es tan, pero tan grandote, que los gigantes le llegan nada más que hasta el tobillo. Y él nunca agarra mujeres ni nada.

    Él vive en el África. En el cielo no vive, porque si estuviera en el cielo, como Dios, se caería. Es demasiado grande para poder vivir por ahí, por el cielo. Hay otros monstruos más chicos que él y entonces viven en el infinito, cerca de donde queda Plutón; o todavía más lejos, allá en el onfinito o en el piranfinito. Pero este monstruo amigo mío no tiene más remedio que vivir en el África.

    Dos por tres me visita. A él nadie lo ve pero él puede verlos a todos. Además, se puede convertir en cualquier cosa que quiera. A veces es un cangurito que me salta en la barriga cuando me río o es el espejo que me devuelve la cara cuando me parece que la perdí o es una serpiente disfrazada de lombriz que me hace la guardia en la puerta para que nadie venga y me lleve.

    Ahora, hoy, o mañana, el monstruo amigo mío va a aparecer caminando por el mar, convertido en un guerrero que más inmenso no puede ser, y echando fuego por la boca, de un solo soplido va a reventar la cárcel donde lo tienen preso a mi papá y me lo va a traer en la uña del dedo chiquito y me lo va a meter en mi cuarto por la ventana. Yo le voy a decir: “Hola” y él se va a volver al África despacito por el mar. Entonces mi papá va a salir a comprarme caramelos y chocolatines y una nena; y se va a conseguir un caballo de verdad y vamos a salir al galope por la tierra. Yo agarrado de la cola del caballo al galope, lejos. Y cuando mi papá sea chiquito, después, cuando mi papá sea chiquito, yo le voy a contar las historias del monstruo amigo mío que vino del África para que mi papá se duerma cuando llegue la noche.

  • Jugamos

    Jugamos. Sin prisa ni malicia, jugamos. Las fichas están en el tablero, los peones cargan nuestras vivencias que se van trasladando de casilla en casilla. Hay que pensar las jugadas, hay que adelantarse, considerar la movida del otro. A veces dejamos la partida un rato, para clarificar las ideas, lo que no significa rendirse o terminar. Simplemente está ahí, esperando. Esperando por ver quién se anima a dar el siguiente paso, cuál de los dos arriesga un poco más. Vamos de a poco.

    Pero que se agarre el mundo cuando los peones hayan caído y los enroques den resultado. Que tiemblen las tierras y los mares cuando llegue el final de jaque mate. No hay tablas para nadie. Se rasgarán los blancos y los negros y caerán infinitamente por el precipicio, por la grieta que le haremos a esta realidad; solo un momento tal vez, eterno como pocos, suspendido en tus historias y mis pasados, adoquinados para fusionarnos por una vez y para siempre en un beso escondido.

  • Buenos Aires

    La noche. Los gritos. El silencio. La cerveza. Cigarrillos. Bares. Las veredas. La tristeza. El tango. Las putas. El sexo. Los borrachos. Las corridas. Los bondis. El humo. La basura. Las fachadas. Los pungas. Escolaso. La falopa. Los piropos. Las trompadas. Las mujeres. Los boludos. Los encuentros. Los tacheros. Las viejas. Las bocinas. La lluvia. Los llantos. Las risas. Canciones. Los ecos. Los muertos. Los vivos. Bandoneón. Las esquinas. Los kioscos. Los recuerdos. Los choreos. Gris. El escabio. Despedidas. Los pasos. Los susurros. Los dolores. Engaños. Las miradas. Cicatrices. Y vos.

  • Cortito (VIII)

    Nunca podrá ser ya.

  • Eternos

    En ese ir y venir constante regresás una vez más, para decirme que nunca me vas a dejar, que somos eternos como ese recorrido, que estamos unidos como esos vagones, y me besás con tu boca medio seca y medio húmeda, en ese tramo entre Congreso y Saenz Peña donde el roce cadencioso de las vías y los rieles se eleva y la luz se apaga y quedamos a oscuras; luciérnagas, chispas. Y cuando la luz vuelve me descubro de nuevo solo, como ese viejo que te entristecía al costado del andén, haciendo combinación de estaciones y alcoholes y penas y olvidos. Viajabas sin destino, recorriendo la ciudad un poco (sólo un poco) más cerca del núcleo, y no te importaban los sucesos en lo alto mientras estés vos, decías, y te acurrucabas en el hueco de mi costado, y yo te sentía cálida meciéndote como las manillas blancas, izquierda y derecha y al revés.

    Me deslizo por esas escaleras que me llevan al fondo recordando aquel día lluvioso y gris, como todo en esta ciudad, en que me tironeaste de la manga y saltando entre escalones me hiciste descender, para guarecernos del diluvio. Todo está vacío, y el eco de las gotas exteriores ya no moja, olor a humedad; y me secás la cara con tu mano suave, la misma que con firmeza me arrastró, y no decís nada y cerrás los ojos y esperás, esperás ese beso que tengo miedo de darte, pero que viene corriendo desde alguna grieta de luz ahí en la oscuridad y nos hace eternos; eternos, así dijiste. Avenida de Mayo, combinación con Línea A.

    Me recuerdo olvidarte, porque solo tal vez en la contradicción encuentre la destrucción recíproca a la que me veo sometido cada nueva vez que cruzo las puertas de un vagón que respira y está vivo con tu imagen transportada por las entrañas de la tierra.

    Fin del recorrido.

  • El caballero de la armadura oxidada

    “Ponemos barreras para protegernos de quienes creemos que somos. Luego un día quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir…”
    “Permanecer en silencio es algo más que no hablar. Descubrí que, cuando estaba con alguien, mostraba sólo mi mejor imagen. No dejaba caer mis barreras, de manera que ni yo ni la otra persona podíamos ver lo que yo intentaba esconder…”
    “…toda su vida había perdido el tiempo hablando de lo que había hecho y de lo que iba a hacer. Nunca había disfrutado de lo que pasaba en el momento…”
    “…aunque este Universo poseo, nada poseo, pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido.

    por Robert Fisher

    audiocomentarios^^^

  • Mentiras

    Publicado originalmente en noesporno.

    “¿Y qué te puedo cobrar?”

    “Buen día.”

    “No me di cuenta.”

    “No vas a creer lo que me pasó.”

    “Después te llamo.”

    “Para mañana está listo.”

    “Te quiero, pero solo como amigo.”

    “¿Estás más flaca?”

    “Te juro que no lo voy a volver a hacer.”

    “Yo ni en pedo.”

    “Lo dejo cuando quiero.”

    “No estudié nada.”

    “Te borré sin querer.”

    “No me sonó el despertador.”

    “Fue el perro.”

    “Yo, si fuera vos…”

    “Seguí que yo te aviso.”

    “Los declaro marido y mujer.”

    “No sabía que venías.”

    “No voy a hacerte nada que vos no quieras.”

    “Te juro que no era yo.”

    “Arreglamos para salir.”

    “Te queda hermoso.”

    “Sos la mujer más linda del mundo.”

    “Que no se corte.”

    “¿Te pensaste que me había olvidado?”

    “No sos vos, soy yo.”

    “Mañana empiezo.”

    “Te juro que es la primera vez que me pasa.”

    “No es tu culpa.”

    “Justo estaba pensando en vos.”

    “Yo no lo voté.”


    Edición, Noviembre 2024. Si no querés leer los comentarios te recomiendo escucharlos:

  • No es porno

    Che, sabés que estuve leyendo así, un poquito por arriba las últimas cosas que escribí y la verdad es que me parecen una cagada. Pará pará pará, o sea, no digo que sean malos, pero no sé, ¿no lo sentís un poco monótono a esto últimamente? No, dejá, dejá, no me contestes mejor, no importa. No sé, deben ser como épocas ¿no, que le agarran a uno? Puede ser. O no. O es. O qué se yo. La cuestión es esa. Y obviamente, de paso me hago el boludo, robo otro, y descomprimo un toque el clima con esto, escribiendo así nomás. Pero en realidad no es así nomás.

    (P.S.: estoy agregando todo el párrafo que aparece a continuación, que se me había ocurrido pero no salió al momento de escribir.)

    Descomprimir, sí, quiero aflojar un poco el tono almidonado y serio que vengo trayendo. Es un poco como llegar a casa desde alguna gala importante, sacarse la camisa del pantalón y aflojar el nudo de la corbata, lanzar los zapatos a un rincón de una patada, rascarse la entrepierna y hasta tal vez largar eso que estuvo atorado toda la noche. No, no, es un poco como desabotonarse el pantalón después de una buena comilona, esa despresurización del estómago que respira finalmente de la opresión de la costura, ese instante, ese preciso instante en el que el botón se desliza por el ojal y la panza toda piel se libera y sentís como se va extendiendo a sus anchas, y le das una bocanada profunda al aire nuevo, respirando tranquilo. Sí, tal cual así.

    (P.S.: tenía que estar sí o sí.)

    Basta de divagar.

    Ah, este es el post N°100. Pensaba hacer algo más pomposo y elegante para festejarlo, pero en fin, salió así, a las escupidas, un poco como el primero. Quién diría que llegaría. Nos vemos en el 1000.

  • Treinta y dos años. 1976 – 2008

    Dudo que haya palabras. Las fotografías son del Pozo de Banfield. El autor es Andrés Borzi. Nunca más.

  • Clandestina

    Publicado originalmente en noesporno.

    Solo voy con mi pena, sola va mi condena…

    Desconozco tu edad, tu ocupación, no sé tu número o dirección, tampoco sé de esos abrazos que anhelás, o de esas ilusiones que dejaste o te dejaron tirada en el camino.

    Y aún en mi ignorancia, me quedo con tu recuerdo para llevarlo conmigo entre las sábanas, en esta noche fría que no perdona tristezas. Conservo tu sonrisa, entre el humo y las luces, tu sonrisa incrédula ante mis palabras, mis gestos. Me deslizo en sueños con tu mirada, tu mirada triste de alcohol y pena, ojos que me miran de cerca, cerca. Me llevo tus palabras al oído, tus movimientos, tus lecciones de baile, tus manos que me buscan y rechazan al mismo tiempo y acomodan en una caricia el pelo que cae sobre la cara.

    Y me guardo tu nombre, con la certeza de que tal vez nunca vuelva a pronunciarlo, de que nunca vas a leer esto que te escribo, de que fue la primera y última vez que nuestras bocas se saludaron. Y todavía, creéme, todavía siento tus besos, que me arrancaron impunes un pedacito de vida, me sacaron del olvido, apenas un momento eterno en el medio de la noche.

  • Cortito (VII)

    Cuando empezás a soñar con él/ella, es porque estás hasta las manos. Madre mía.