Chau, no va más… Es la ley de la vida devenir Chau, ¡no va más!… Ya gastamos las balas y el fusil. Te enseñé como tiembla la piel cuando nace el amor, y otra vez lo aprendí Pero nadie vivió sin matar, sin cortar una flor, perfumarse y seguir…
Vivir es cambiar Dale paso al progreso que es fatal ¡Chau, no va más! Simplemente, la vida seguirá. ¡Ay, qué bronca sentir todavía el ayer y dejarte partir sin llorar! Si te pude comprar un bebé, acuñar otra vida y cantar ¡Ay, qué bronca saber que me dejo robar un futuro que yo no perdí! Pero nada regresa el ayer, ¡tenés que seguir!
Tomálo con calma… esto es dialéctica pura. ¡Te volverá a pasar tantas veces en la vida! Yo decía… ¿te acordás?: “Empezar a pintar todos los días sobre el paisaje muerto del pasado y lograr cada vez que necesite nueva música nueva, el nuevo piano…” Vos ya podés elegir el piano, crear la música nueva de una nueva vida y vivirla intensamente hasta equivocarte otra vez, y luego volver a empezar y volver a equivocarte, pero siempre vivir… ¡vivir intensamente!, porque ¿sabés qué es vivir?
Vivir es cambiar, en cualquier foto vieja lo verás. Chau, ¡no va más! Dale un tiro al pasado y empezá Si lo nuestro no fue ni ganar ni perder, fue tan solo la vida, nomás
Y el intento de un casi bebé debe siempre volverse a intentar. Sé que es duro matar por la espalda el amor sin tener otra piel donde ir… Pero, ¡dale, la vida está en flor! ¡Tenés que seguir!
Música y letra de los hermanos Expósito Interpretada por Roberto Goyeneche
Hoy te volví a ver, después de tanto tiempo. Y estabas tan linda como siempre, ahí parada entre la multitud. Parece que el tiempo no pasa para vos, al contrario de lo que hace conmigo, bamboleándome de aquí para allá, dejándome cada día más viejo y malhumorado, panzón y con tos de cigarro. Siempre fue muy rara nuestra relación, muchas peleas y discusiones en nuestro haber, lo sé, pero creo que en el fondo siempre te quise. Tal vez hasta te ame sin saberlo. Amar, querer, diferencias nimias para un sentimiento tan profundo.
A veces creo que somos como la Maga y Oliveira, andando sin buscarnos pero para encontrarnos, y encontrando. Sé que muchas veces me enojé sin sentido, te abandoné sola bajo la lluvia sin mediar razones, pero vos sabés que vuelvo. Siempre vuelvo. Estoy condenado al regreso (así lo demuestran los años) a quererte, a desearte, a anhelarte. Y me la banco, sabés, me banco todos esos otros que también te desean, te recorren, te penetran sin pudor alguno, y sé que a vos te gusta, ese ir y venir constante te gusta, el manoseo en las escaleras, la intimidad grupal; y yo me la banco, porque no soy quién para juzgarte o juzgarlos.
Y vuelvo otra vez, como verás no aprendí nada, vuelvo a tus brazos con la esperanza de que esta vez sea en serio, que las cosas funcionen, que lleguemos a buen puerto, vos y yo. Ah, Ciudad querida, en unos días estaré ahí de nuevo, dentro tuyo, acomodándome en tus rectas y acariciando tus formas. Todo va a salir bien, te lo prometo. Me lo prometo.
Quiero volar, lejos de aquí escapar, asumir el riesgo, mirarte y planear una vida contigo cargada de sueños. Antes de nada has de saber que no soy recomendable, no tengo alas para llevarte, pero si faltas, cómo salvarme, aunque siempre habrá alguien quien se parta en dos en cada despedida.
La noche debilita los corazones y yo también dije esas mentiras, no me pidas hoy que las repita. De amarte tanto puede que no te ame bien, por eso si yo fuera tu asesino conmigo nunca tendría clemencia, y me condenaría a muerte, que es condenarme a tu ausencia.
Pero recuerda que un día la vida echará abajo tu puerta, y rendida, acorralada te pedirá cuentas por este fracaso, por haberme mentido. Que yo también comparto los mismos miedos, también busco una cinta para atar el tiempo, también arrastro conmigo una cadena de sueños. Otros cumplirán los planes que trazamos, que no terminamos, haciéndolos suyos. Será que es temprano y no quiero ir al trabajo, será que tu olor nunca llega hasta aquí abajo, serán tus retrasos. Me pregunto cuánto tiempo ha pasado desde los primeros errores, del interrogante en tu mirada. Y ahora que te encuentro, veo que aún arde la llama que encendiste; nunca, nunca es tarde para nacer de nuevo, para amarte, para mirarte a los ojos, y tal vez recordarte que antes de rendirnos fuimos eternos.
Ya ves, a veces me canso de mí y de no tener valor para buscarte y cometer todo delito que este amor exija. Qué va a ser de mí, dudo que en ningún bar me puedan servir todo el alcohol que necesito para olvidar. A esas horas, en las que casi todos engañan a sus amantes, casi siempre encuentro un buen momento para asesinarme.
(basado, por supuesto, en los versos de este poeta) Para escuchar: Qué andarás haciendo
“…no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mi, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa…”
¿Viste cuando ya son las 4 de la mañana y no te podés dormir? ¿Viste cuando la cabeza va de acá para allá pensando y sacando conclusiones que en minutos nada más quedan obsoletas y estúpidas ante nuevas reflexiones y consideraciones? ¿Viste esas noches en que solo se escucha el ruido a madera crujiendo de la cama en la que no parás de dar vueltas? ¿Viste cuando sentís que los últimos días fueron como entrar a un lavarropas gigante, que aún no para de revolearte de arriba a abajo? ¿Viste cuando no sabés si sí o si no? ¿Viste cuando no sabés qué decir o qué guardar? ¿Viste cuando a veces te parece que, pero después nada que ver? ¿Viste cuando no sabés si quedarte con lo seguro o jugarte a lo desconocido? ¿Viste?
Iba a escribir lo que probablemente fuera la cúspide de mi carrera, el relato máximo con el cual quedara mi nombre de una vez y para siempre en la historia de la literatura argentina y mundial, pero tengo mucho sueño. Supongo que podrá esperar.
N. de E.: este texto fue publicado inicialmente en mi blog No Es Porno, que ya no existe salvo acá; va en audio también, la voz es una Inteligencia Artifical de https://elevenlabs.io/ con acento argentino, “Valeria”. 2024.
Habitantes, testigos, moradores, esclavos y transitantes de otra dimensión; noche perpetua en pasillos desolados colmados silenciosos.
Es difícil para la conciencia asimilar de golpe y con solo unas palabras el infinito mismo que se hace presente en estos túneles.
¿Cómo elegir tan solo una porción de ese todo, arrancarla de la colectividad y forjar anécdota de viaje, si justamente ésta nace y se desarrolla en un instante y túnel determinados, inherentes entre sí?
Si estos trenes añejos que recorren las profundidades cargan con un bagaje de músicas, miedos, tristezas, alegrías, despedidas, palabras, silencios, miradas, sonrisas, lágrimas y te quieros que jamás podremos asimilar o comprender o conocer.
Sería tal vez demasiado ambicioso pretender jugar a Dios y seleccionar con frialdad una historia, porque la historia no sería historia sin el conjunto de pensamientos y actividades en las que se vio rodeada desde su inicio.
En recorrido eterno han sido condenados estos vagones, bestias de metal, en recorrido eterno han sido condenadas estas personas, bestias de carne y hueso, en recorrido eterno me encuentro.
En ese ir y venir constante regresás una vez más, para decirme que nunca me vas a dejar, que somos eternos como ese recorrido, que estamos unidos como esos vagones, y me besás con tu boca medio seca y medio húmeda, en ese tramo entre Congreso y Saenz Peña donde el roce de las vías y los rieles se eleva y la luz se apaga y quedamos a oscuras; chispas, sólo chispas. Y cuando la luz vuelve me encuentro solo una vez más, como ese viejo que te entristecía al costado del andén, haciendo combinación de estaciones y alcoholes y penas y olvidos. Viajabas sin destino, recorriendo la ciudad un poco (sólo un poco)
más cerca del núcleo, y no te importaban los sucesos de allá arriba mientras estés vos, decías, y te acurrucabas en el hueco de mi costado, y yo te sentía cálida meciéndote como las manillas blancas, izquierda y derecha y al revés.
Aún hoy me deslizo por esas escaleras que me llevan a lo profundo recordando aquel día lluvioso y gris, como todo en esta ciudad, en que me tironeaste de la manga y saltando entre escalones me hiciste descender, para guarecernos del diluvio.
Todo está vacío, solo el eco de las gotas exteriores que ya no mojan, el olor a humedad; y me secás la cara con tu mano suave, la misma que con firmeza me hizo bajar, y no decís nada y cerrás los ojos y esperás, esperás ese beso que tengo miedo de darte, pero que viene desde algún ínfimo punto de luz ahí en la oscuridad y nos hace eternos; eternos, así dijiste. Avenida de Mayo, combinación con Línea A.
Y a pesar de lo que digo y escribo termino eligiendo una historia, contrariando mis primeras palabras, porque solo tal vez en la contradicción encuentre la destrucción recíproca a la que me veo sometido cada nueva vez que cruzo las puertas de un vagón que respira y está vivo con tu recuerdo siendo transportado por las entrañas de la tierra.
Soy igual a vos. Igual es un decir, por supuesto, vos me entendés. Mejor te digo que somos parecidos. O ni siquiera, somos dos personas. Partamos de lo básico, somos dos personas. Con dos caras, dos cuerpos, dos formas de pensar, dos experiencias, dos dolores, dos verdades distintas.
¿Te pensás que me enorgullezco de lo que soy? ¿O acaso creés que me gusta especular con la gente y andar jugando al galán por ahí, a diestra y siniestra? No sé de dónde sacarás tu verdad, dudo de tu esfuerzo en entenderlo. ¿Y es una mierda, sabés? No el entendimiento, me refiero a tus decisiones. Tu decisión. Esto es una mierda. Esto es injusto. Es injusto.
Yo también sufrí. No soy ajeno al dolor, a la tristeza, como tal vez pensarás. Y dudo que mi dolor se asemeje al tuyo, pero creeme que está ahí, amenazante, me amenaza con volver en cualquier momento. Y yo también lloré y yo también pasé noches desgarrado y sentí ese ardor insoportable, angustia y frustración, y yo también desperté mañanas sin ganas de nada, ni de respirar.
¿No podías considerar que tal vez todo sea una postura? ¿No podías pensar que estoy perdido, piantao piantao, y que podría necesitar una mano, una palabra? No. Supongo que no. Me hacés ver que no. Y es una mierda. Una desilución. Hasta dónde llegará tu ceguera, que te dejás guiar tan solo por palabras.
No quiero lastimar a nadie. Nunca quise lastimar a nadie. Y se me humedecen los ojos como si fuera una nena viendo Bambi, mirá lo que te digo, y otra vez aparece el nudito en la garganta, ahí, molestando, quién diría, a estas horas y la puta que lo remil parió. Y hay que tragar y hacer mueca con la boca para que se vaya, de nuevo a su escondite, que no salga por favor.
No quiero lastimar a nadie, te decía, y eso intento, aunque no lo veas, aunque no lo sepas. Te dejás guiar tan solo por palabras. Lo que no dicen las palabras es que solo soy un pobre tipo que se acostumbrará a tu ausencia.
Pensamientos al azar para el Día de San Valentín, 2004. Hoy es un día festivo inventado por las empresas de tarjetas para que la gente se sienta fatal.
Hoy no fui a trabajar. Tomé un tren a Montauk, no sé por qué, no soy una persona impulsiva. Supongo que hoy me levanté sin ánimo. Debo llevar a arreglar mi coche. Esta playa está condenadamente helada. Montauk en febrero. Brillante, Joel.
Una hoja está arrancada. No recuerdo haberlo hecho. Parece que es mi primera anotación en dos años. La arena tiene más fama de la que merece.Simplemente, son piedras pequeñitas.
Ojalá pudiera conocer a alguien.
La probabilidad de que eso ocurra es limitada, viendo que soy incapaz de mirar a los ojos a una mujer desconocida. Quizá debería regresar con Naomi. Ella era agradable. Ser agradable es algo bueno. Me quería.
¿Por qué me enamoro de toda mujer a la que veo que me muestra la mínima atención?
Eternal Sunshine of the Spotless Mind Charlie Kaufman & Michel Gondry, 2004
Me pregunto dónde habrán quedado todos esos besos que no te animaste a darme, flotando por ahí, entre humos de bondi y diesel, cayendo en vaivén y rozando el asfalto caliente, otras mejillas, otras bocas. A dónde se habrán ido los abrazos, las caricias, que murieron sin siquiera llegar a mi tacto, para hacerme estremecer en medio de la tarde.
Me pregunto en qué estarás pensando, tirada en tu cama cruzando la noche, sintiendo los dedos del viento, pero no los míos, anhelando Buenos Aires con tristeza, intentando recordar la última vez que te miré y me miraste.
Me pregunto cómo puede ser que todo haya terminado, desaparecido como el vapor de un vidrio empañado que te deja al pasar la manga llena de mugre y humedad, y me acuerdo de esa primera vez, tu cuerpo desparramado y tu ropa suave, tu perfume invadiendo mis manos, tu respiración llenando mis oídos y tus besos llenando mi boca y cuánto tiempo perdido y yo también te quiero.
Me pregunto qué hago perdiendo el tiempo preguntando, en vez de pelear respuestas. Y sigo preguntando.
Miedo a perder. Y a ganar. Y ya que estamos, a empatar también. Miedo a amar, a que nos traicionen, a jugarse al pedo, a quedar en rídiculo. Miedo al “no”. Miedo al “sí”. Miedo a que me quieras demasiado. Miedo a quererte demasiado. Miedo a decir lo que pensamos, lo que sentimos, miedo a que al otro no le importe. Miedo a ser lastimado. Miedo a lastimar. A que las cosas no se den como esperábamos. O peor aún, a que las cosas se den exactamente como esperamos.
Miedo de ser mediocre, de no tener talento, de pasar desapercibido por todo y todos. Miedo a fracasar, a no ser nadie. Miedo a que te olvides de mí. Miedo a que nadie me recuerde si la muerte pisa mi huerto. Miedo a vivir con miedo.
Estoy rodeado de miedos. Viven conmigo y los descubro a diario en tus ojos. Y a decir verdad, me inflaron las pelotas. Tal vez éste sea tan solo un iluso exorcismo. Tal vez tenga la (por qué no patética) esperanza de que el hecho de someter estos temores a la desnudez de la palabra haga que queden adheridos en el lienzo virtual y nunca más regresen. La cuestión es que lo estoy intentando. Día a día intento dejar sus condicionamientos, tomando mis decisiones y elecciones por fuera de ellos.
Fantasmas, son sólo eso. Como esas sombras gigantes que se dibujaban en las paredes de mi pieza durante años ya olvidados, dejándome paralizado y aterrorizado. Son sólo eso. Ilusiones, sombras, estructuras, fantasmas. Su existencia tiene sentido solo en mi cabeza, y así como esas sombras de la niñez se desdibujaban cuando la vista se acostumbraba a la oscuridad, los miedos pierden presencia en cuanto son revelados. O al menos eso espero.
Post scriptum: minutos después de haberlo posteado, llegó a mis oídos una melodía que ya había olvidado, y quiero aprovechar para recomendarla. Se trata de “El Miedo” de SanCamaleón. Link.
Quiero dejar el precavido aviso desde ya de que no estoy escribiendo nada en particular. La razón que me trae hoy a depositar un granito más en este vasto arenal que es internet, es estar sentado frente a una notebook. Y tampoco es el hecho estúpido, casi común que probablemente se aprecie a simple vista, sino este hermoso, cómodo y por qué no excitante teclado que tienen estas maquinolas.
Durante dos o tres años tuve la útil materia Mecanografía en la secundaria, y puedo asegurar sin temor a equivocarme que no hay placer como el de escribir en el teclado de una notebook. No sé de qué los hacen ni como, pero a medida que escribo sin sentidos en esta entrada siento en las yemas de mis dedos estas sensuales teclas, como deslizándose solas y dejando fluir mis pensamientos de forma directa. El sonido, ese suave tic que hacen cada vez que las presiono con apenas firmeza roza lo orgásmico.
Y para completar el combo, estoy testeando los temitas de Amansando Fieras, y (ego aparte) la conclusión es definitiva: faaaah que temazos que subo. Es una web que sirve definitivamente para realizar una linda cortina musical cuando no tenés música a mano. En fin, me voy a fritar las milangas. Hasta la próxima.
No hay partido de fútbol sin él. En cualquier potrero, cancha de papi, fútbol nueve o picado podremos encontrarlo. Un ojo ya adiestrado puede encontrar al Gordo Buena Buena con una sola mirada. Si usted no lo logra al primer vistazo no se preocupe, solo bastará quedarse unos minutos arrimado al alambrado para reconocerlo.
El Gordo Buena Buena no tiene una posición fija, por lo que podremos ubicarlo en diferentes variantes, con una leve inclinación a jugar en la defensa. El Gordo es, seamos sinceros, un jugador relativamente hábil. Pero insoportable. Si buceáramos en los recuerdos de este personaje nos encontraríamos con que probablemente en su niñez fuera un buen jugador, atlético, y hasta tal vez admirado por sus aledaños, brillo opacado en la adolescencia por una fuerte tendencia al sobrepeso. Y es aquella fama pasada la que le confiere al Gordo Buena Buena una seguridad y una postura a la hora de jugar difícilmente igualable.
“¡Bueeeena, bueeeeenaa!” acompañada de un par de aplausos, será su frase de cabecera, felicitándonos (tristes mortales pataduras) por un corte exitoso o un despeje claro. Por supuesto, desde su superioridad nos entregará su “buena, buena”, cual si fuéramos lobos marinos haciendo morisquetas recibiendo el pescado de premio. Alargará las “e” en forma directamente proporcional a la dificultad del movimiento en cuestión, y otorgará algún que otro “¡Buenísima!” a una jugada que casi casi llegue a su nivel. Cuestión difícil, claro.
Decíamos anteriormente que el Gordo Buena Buena se ubicaba preferentemente en la defensa, pero esto no quita que por momentos se vea iluminado por su pasado de crack, y se despliegue en el ataque fugaz por una punta, volviendo colorado y casi desmayado después de un pique largo. Todo Gordo Buena Buena sabrá regresar renqueando un poco tras un disparo fallido al arco, o poner cara de dolor al estilo “me cagué la gamba” para justificar sus ocasionales errores. Pedirá perdón al no pasarla para probar suerte con el guardameta, y gritará ofendido cuando no le llegue el esférico en una jugada clara. Por descontado, si el equipo ganara será gracias a su participación, si el resultado fuera adverso será por culpa de los errores ajenos.
El Gordo Buena Buena nunca entenderá que el partido de fútbol es sólo eso, un partido, un simple ejercicio lúdico sin más; seguirá impartiendo indicaciones, órdenes, puteadas y felicitaciones hasta el fin de los tiempos.
Yo, mientras tanto, sigo pegando patadas y pifiando balones, que ese es mi papel en la cancha. Y a mucha honra.
Tamara Arze, que desapareció al año y medio de edad, no fue a parar a manos militares. Está en un pueblo suburbano, en casa de la buena gente que la recogió cuando quedó tirada por ahí. A pedido de la madre, Las Abuelas de Plaza de Mayo emprendieron la búsqueda. Contaban con unas pocas pistas y al cabo de un largo y complicado rastreo, la han encontrado.
Cada mañana Tamara vende querosén en un carro tirado por un caballo, pero no se queja de su suerte; y al principio no quiere ni oír hablar de su madre verdadera. Muy de a poco Las Abuelas le van explicando que ella es hija de Rosa, una obrera boliviana que jamás la abandonó. Que una noche su madre fue capturada a la salida de la fábrica, en Buenos Aires…
Rosa fue torturada, bajo control de un médico que mandaba parar, y violada, y fusilada con balas de fogueo. Pasó ocho años presa, sin proceso ni explicaciones, hasta que el año pasado la expulsaron de la Argentina. Y ahora, en el aeropuerto de Lima, espera. Por encima de los Andes, su hija Tamara viene volando hacia ella.
Tamara viaja acompañada por dos de las abuelas que la encontraron. Devora todo lo que le sirven en el avión, sin dejar una miga de pan ni un grano de azúcar.
Y en Lima, Rosa y Tamara se descubren. Se miran al espejo, juntas, y son idénticas: los mismos ojos, la misma boca, los mismos lunares en los mismos lugares. Cuando llega la noche, Rosa baña a su hija. Y al acostarla le siente un olor lechoso, dulzón; y vuelve a bañarla. Y otra vez la baña y por más jabón que le mete, no hay manera de quitarle ese olor. Es un olor raro…
Y de pronto, Rosa recuerda. Éste es el olor de los bebitos cuando acaban de mamar. Tamara tiene diez años… y esta noche huele a recién nacida.
Quisiera pedir perdón de esta manera cobarde y anónima. Soberbia. Tanto tiempo con la certeza de tener la razón, de saber como eran las cosas; tanto tiempo, el mismo revelador de errores y equivocaciones. El mismo. Increíble ser, convencimientos, seguridades, caminos. Asuntos claros, errores cometidos, disculpas.
Entre tantas palabras, tanto silencio.
Afuera la ciudad explota bajo un manto de fuego y risas y copas. Y yo no puedo dejar de pensar. Hechos, causas, confusiones. Y silencio.
Terrible bestia de hierro, fierro y negro. Símbolo de despedidas dolorosas. Me pregunto cuántas personas se habrán separado con un tren en medio, cuántos andenes habrán sido espectadores mudos de la misma escena, una y otra vez. Y qué cagada convertirse en actor de una de ellas. El tren, tan cotidiano y fugaz a los ojos, se lleva todo de una vez, sin dudarlo. No vacila. Arranca eternamente hacia el horizonte, no mira nunca atrás. Se escapa de mis ojos, cruzando el sol, con vos adentro. Se escapa de mis manos, terco hijo de puta, con vos adentro. No carga personas; carga sueños, esperanzas, ideales, temores.
Penélope lo sabía. El tren no mira nunca atrás. Pobre infeliz. Ahora entiendo lo de tejer sueños en la mente. Tristes a fuerza de esperar.
Desafino cuando canto. Tengo una panza incipiente. Soy narigón y mi dentadura es un desastre. Ni hablar de mi pelo. Chivo mucho las axilas. Meo cada dos segundos. Como con la boca abierta y fumo mucho. Camino arrastrado. Juego mal al fútbol. Veo mal a pesar de tener lentes, y soy medio bizco. Tengo fea voz y modulo como el orto. No combino la (poca) ropa que tengo. No me crece la barba. Y me chupa un huevo.
Me chupa un huevo. Porque disfruto una buena charla como una buena cogida. Respeto a las mujeres. Me preocupo por vos. No especulo con la gente. Digo lo que siento, como lo siento, esté donde esté y sin importar las consecuencias. Me juego por lo que quiero. Dejo el cuerpo en un abrazo y el alma en un beso. Me conmueven las cosas simples. Estoy siempre. Prefiero unos amargos a una cerveza evasiva. El mundo frena cuando escucho una buena canción. Escribo sin importarme si lo hago bien o mal, simplemente escribo, porque me gusta. Te hago reír. Me pierdo en tus ojos. Defiendo a los que quiero. Presto el hombro. Veo lo que otros no ven. Escucho. Respeto. Y te entiendo.
Tengo esperanzas. De que alguna vez esta sociedad enferma valore lo que debería valorarse. De que finalmente lo importante sea lo de adentro… porque, diganme sino: ¿en qué cabeza cabe que no hay una fila de mujeres esperando por golpear mi puerta?
Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido, ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros. Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por “tener ideas ideológicas”, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel. Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos y el dibujo pasa. Didaskó, le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
– ¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hace callar.
– ¡Sshhh!- y en secreto le explica. – ¡Bobo! ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.
Hace 45 minutos por reloj que estoy mirando esa pantalla. Tenía tanto por escribir… no sé que habrá pasado. “Me abataté” diría un compañero de laburo. Y es la verdad, me abataté, mierda. Supongo que a veces pasa, ¿no? Tenemos tantas cosas para decir, tantas cosas por hacer, que terminamos diciendo nada, haciendo nada. Así que eso, bueno, nada.
Nos enseñan a lavarnos las manos antes de comer, y a cepillarnos los dientes después. Que dos más dos son cuatro y el orden de los factores no altera el producto. Que mamá perfecta se queda en casa haciendo los quehaceres del hogar y papá perfecto trabaja en la oficina para que podamos comer. Nos enseñan a ir a misa todos los domingos. Que mentir es malo y masturbarse también. Que existe el cielo y el infierno. Que hay que dar la vida por el prójimo (pero no hables con desconocidos).
Nos enseñan que sin un papelito enmarcado no seremos nadie en la vida. Nos enseñan lo que hay que hacer para triunfar (pero lo importante es competir). Que la felicidad es terminar de pagar la hipoteca y tener un auto. Nos enseñan que el amor dura toda la vida. Nos enseñan cuentos de príncipes azules y princesas. Que las parejas felices dicen “te amo” y “yo también”, y una vez por mes van al supermercado a hacer las compras.
Pero por suerte también aprendemos. Aprendemos que no hay nada como jugar un partido de fútbol en el barro. Que mamá y papá no son perfectos, pero hacen lo que pueden. Aprendemos que tal vez la parroquia no sea la casa de Dios (¿acaso no está en todas partes?). Que quizás no sea tan malo mentir para el bien y ni hablar de masturbarse. Que también tiene importancia lo que hay de la muerte para acá. Que no hace falta exagerar y dar la vida por el otro; hay gestos cotidianos y mucho más pequeños que a veces dejamos pasar.
Aprendemos también que, valga la redundancia, lo importante es aprender, y aceptar que no todo lo sabemos. Que la felicidad es verte sonreír. Aprendemos a amar y a olvidar. Aprendemos de dolores y tristezas, pero también de alegrías y satisfacciones. Aprendemos que algunos cuentos tienen mucho sexo y poco amor. Que las parejas felices no necesitan decirse nada, con solo mirarse a los ojos desaparecen juntos de este mundo.
¿Sabés que hice un poco las paces con Dios? Existe y no se lo niego, pero ya le dije que no más misas ni religiones, de cualquier tipo… y me dijo que todo bien.
Hace unos quince mil millones de años, según dicen los entendidos, un huevo incandescente estalló en medio de la nada y dio nacimiento a los cielos y a las estrellas y a los mundos.
Hace unos cuatro mil o cuatro mil quinientos millones de años, año más, año menos, la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quién convidar el trago.
Hace unos dos millones de años, la mujer y el hombre, casi monos, se irguieron sobre sus patas y alzaron los brazos y se abrazaron y se entraron, y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.
Hace unos cuatrocientos cincuenta mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego, que los ayudó a defenderse del invierno.
Hace unos trescientos mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y creyeron que podían entenderse.
Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras.
Mirá de lo que me acuerdo: Me acuerdo de estar en la esquina de acá a tres cuadras de mi casa hablando con la que después sería mi novia durante dos años y medio, y ella me decía que no vaya a la fiesta de disfraces. Yo con un Frizzé en la mano, recién comprado en los chinos, envuelto en una bolsita. Que no va a pasar nada, que es el cumpleaños de una amiga, que se yo. Me fui caminando hasta la General Paz, fumándome un cigarro. Tenía unos pantalones negros que ahora tienen un buraco en el culo y no los uso más. Una camisa. Sí. No, sin corbata. La corbata me la pusiste vos, de eso me acuerdo. Y no sé, me acuerdo de la porra… creo que yo llegué primero y Raúl después. Después me acuerdo del flaco ese tocando la guitarra. No, ese ni idea. El que tocaba la guitarra era el mismo que el de la porra. En tu pieza. No creo… Jamás fuiste a verme tocar.
Volveo* a chusmear las estadísticas después de mucho tiempo… y va una que siempre quise postear: alguna de las palabras clave con las que la gente llega a este humilde blog a través de los buscadores. Y ellas son:
“todo bien la concha de tu madre”(Todo bien, ¿vos como andás?) “tetas, espectaculares” “porno madre hijo” “porno infantil” “porno de chatas”(esta es genial) “porno 16 años” “mi mujer reputa” “la concha de su madre hijos de puta”(no podés buscar en Google esto) “hija de puta que concha” “disminucion de la libido y porno” (preocupate) “entrevistas de trabajo porno” “estoy asexuado”(definitivamente preocupate) “diario intimo de una colegiala”(como dije alguna vez intento que no lo sea) “cuando se entere mi mujer+colegiala de 15 años” “confesiones gay”(no todavía) “como saber si el trabajo te esta volviendo loco”(un maestro, espero que esté bien)
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele.
Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.
Clara se derrumbó en el asiento individual del colectivo, sin poder contener las lágrimas. Las tiras de cuerina marrón que habían estado bajo el sol (caliente) se le pegaban en la espalda como cintas adhesivas desgarrando su piel. Y lloraba, mientras sujetaba su bolso con ambas manos sobre el cierre, éste a su vez descansando en su regazo. Tenía la mirada perdida, y se sentía perdida, como en medio de un desierto infinito.
De pronto como si fuera una ráfaga de electricidad, aparecieron en su cabeza (la tristeza) imágenes de un tiempo atrás, perdido en su memoria, tal vez vivido, tal vez no, que creía olvidado.
Ve a su madre planchado humildemente, moviendo en constante vaivén una plancha (caliente) humeante de vapor. “No lo entiendo” dice Clara, y reclama explicaciones. Zzssss, zzzsss. La plancha va. Zzssss, zzzsss. La plancha viene. “Mami, no lo entiendo” vuelve a decir la pequeña Clara. Mamá deja la plancha suavemente, mientras esta sigue humeando, como solicitando atención, y sujeta con las manos los extremos de la tabla de planchar. Baja la cabeza. “¿Qué es la tristeza?” se anima a preguntar Clara una vez más, en apenas un susurro, casi inaudible. Ahora recuerda por qué había olvidado. mamá incorporó la cabeza, y mirandola fijamente, con un hilo de voz, “Papá es la tristeza”. Los ojos de su madre, congelados, temblando, derramando lágrimas. (la tristeza) Los ojos cansados y opacos, sin brillo, tal vez muertos. Para Clara en ese entonces el concepto de “papá” era tan endeble como el de tristeza, pero los ojos de su madre, dos lágrimas, y el humo del vapor fueron suficientes como para que no volviera a preguntar.
Volvió a sentir el sol quemando a través de la ventanilla, volvió a sentir el asiento, volvió a sentir la realidad. (la extraño) Todo había terminado. Con manos temblorosas sacó un papelito arrugado de su bolso. Por alguna extraña razón había decido no entregarlo al destinatario. Era una cartita, tierna y sincera, casi adolescente, donde le agradecía a él este año maravilloso que habían pasado. Había dibujado con rasgos infantiles un hombrecito y una mujer, tomados de la mano, sonriendo.
Ella no sonreía. La parejita de papel parecía mofarse de ella, en una mueca que ahora se le antojaba horrible, macabra. Todo había terminado. (la tristeza) Ese día, en lugar de festejar su primer aniversario, todo había terminado. (el dolor) No volvería a verlo nunca más.
Clara volvió una vez más a esa imagen que creía perdida, y esta vez, muchos años después, no necesitó volver a preguntar. Entendió. Los ojos de su madre ahora eran los suyos.
Amares de la vida cotidiana, para inventar el mundo cada día.
Charlamos, comemos, fumamos, caminamos, trabajamos juntos; maneras de hacer el amor sin entrarse, y los cuerpos se van llamando mientras viaja el día hacia la noche.
Escuchamos el paso del último tren. Campanadas de la iglesia. Es medianoche.
Nuestro trencito propio se desliza y vuela, anda que te anda por los aires y los mundos, y después viene la mañana y el aroma anuncia el café sabroso, humoso, recién hecho. Se te sale por la cara una luz limpia y el cuerpo te huele a mojadumbres.
Empieza el día.
Contamos las horas que nos separan de la noche que viene. Entonces nos haremos el amor, el tristecidio.
Pobre de aquel que intente describir y explicar los sentimientos y sensaciones que desencadena un beso. No es esa mi intención aquí, de eso podés estar seguro. Pero vengo de hacer el descargo correspondiente y ahora no puedo sacarme la idea de la cabeza.
Me acuerdo de todos y cada uno de los besos que di en mi vida. Sí, lo sé, no son tantos, estás leyendo las palabras de un perdedor nato. Me refiero a que todos y cada uno de ellos significó algo para mí. Podría mencionar las circunstancias y situaciones en que cada uno sucedió, pero no voy a eso. La cuestión es que mientras escribo me sonrío recordandolos, momentos todos hermosos de mi vida.
Y es que no hay nada más hermoso que besar. Besar con pasión y sintiendo, ojo, no confundamos cualquier tranzita con un Beso con mayúsculas. No sé ustedes, pero (pudor aparte) cada vez que beso, dejo la vida en los labios de ella, sea quien fuere. Me entrego completamente. Me podrían matar mientras beso, que no me daría cuenta. Me alegra no haber desperdiciado ni uno solo de los que di. Y agradezco profundamente cada uno de los que recibí.
Y para qué seguir, ¿no? Cada uno sabe, y alguna vez lo debe haber sentido, ese no-se-que cuando te besás con alguien especial, así que para qué gastarse.
Hace bastante que no doy un beso. Y mierda que hace falta. Necesito sentir ese intercambio, esa entrega, la ceguera temporal, esa confluencia de absolutamente todos los sentidos de tu cuerpo hacia los labios del otro, sentir que alguien me quiere y poder crear magia juntos, sentir. Solo sentir. Cerrar los ojos y entregarme por completo a tus brazos, y recibirte a la vez en los míos. Cerrar los ojos y comprender lo poco que importa lo demás y que con solo tus labios podría vivir una vida entera. Cerrar los ojos y solo escuchar tu respiración. Mierda que hace falta.
Y es imposible hacerlo con un desconocido. Y no quiero hacerlo con un desconocido. A esto me refería con lo anterior. Ahora salió.
Así que ya sabés. Si me conocés, me cruzás seguido y sos alguien especial para mí, cuidate. No hago distinción de sexo.
No me banco ir a boliches. E ir a un bar, hasta ahí. Aunque me tachen de amargo es la pura verdad. Cada vez que ingreso en algún típico lugar de salida nocturna, me arrepiento al instante de haber entrado. Es más fuerte que yo, y difícil de explicar. De alguna manera, me siento completamente ajeno e incómodo. Como de otro tiempo o planeta.
De alguna manera, al entrar a estos lugares, siento el vacío que muchos sacan a pasear de noche. Cuántas veces habré escuchado “hoy la reventamos”, “vamos a quedar del orto”, “chupamos hasta morir” y otra gran cantidades de variantes de lo mismo. Vacío. No lo entiendo, no le encuentro el chiste, no hay manera. No digo que nunca lo hice, por supuesto, pero una cosa es tener 16 años y que las hormonas estén haciendo una partuza en tu cuerpo, y la adrenalina de lo desconocido y no sé cuántos más bla-blas, pero vamos, llega un momento en que pierde la gracia.
Me acuerdo de las primeras noches de matineé, donde era casi una competencia ver quien comía más (o cuántas minas te rebotaban, en mi caso). Pero insisto, ¿hasta cuándo? ¿A alguien realmente le llena besarse con un desconocido? (que probablemente lo haga mal) O peor aún, besarse con varios desconocidos. O estoy teniendo una importante disminución de mi líbido, o me estoy convirtiendo en un ser asexuado. Dudo de las dos, así que me surge una nueva pregunta:
¿Tan raro soy? Me niego a creer que soy el único que piensa esto, alguien tiene que haber por ahí, alguna mina que se valore al menos un poco, como para no andar regalando besos por ahí, o algún flaco al que no le interese besar un cacho de carne sin importarle lo que hay dentro. Conozco a algunos, pero aún somos los menoss. Alguien más tiene que haber.
Y mirá si será raro esta entrada que me puse a pensar en los besos. Así que ahí va otra entrada, la separo en dos así es más cómodo leerla.
No sé si alguno se percató pero hace unos días agregué este simpático y cómodo servicio ofrecido por Feed Burner, las suscripciones por mail.
Básicamente y como se imaginarán, esto sirve para que sean notificados con un mail de cada post nuevo. Si lo quieren usar/probar, los invito, está ahí nomás, sobre la izquierda.
“Hay tres cosas que puedes hacer en cualquier situación, muchacha -le había dicho su padre una vez-. Puedes decidir hacer una cosa, puedes decidir no hacer nada… y puedes decidir no decidir.”
Tracey Hill era niña en un pueblo de Connecticut, y practicaba entretenimientos propios de su edad, como cualquier otro tierno angelito de Dios en el estado de Connecticut o en cualquier otro lugar de este planeta.
Un día, junto a sus compañeritos de la escuela, Tracey se puso a echar fosfóros encendidos en un hormiguero. Todos disfrutaron mucho de este sano esparcimiento infantil; pero a Tracey la impresionó algo que los demás no vieron o hicieron como que no veían, pero que a ella la paralizó y le dejó, para siempre, una señal en la memoria: ante el fuego, ante el peligro, las hormigas se separaban en parejas, y de a dos, bien juntas, bien pegaditas, esperaban la muerte.
Me pregunto en qué momento de la vida se nos enseña el significado de la palabra tristeza. ¿Quién es el jodido y macabro profesor de esa lección? Sí, lo mismo podría preguntarse uno con cualquier concepto abstracto. Pero hoy es tristeza. Esa es la verdad.
No puedo recordar mi primera vez con la tristeza. No sé si alguien podrá, pero yo intento y no puedo. Pero debe estar ahí escondida, en algún rincón, agazapada. Es la madre. Es la madre de todas las que vinieron, vienen y vendrán. Las alimenta.
La tristeza no discrimina. Podríamos, desde alguna cómoda posición, sostener que hay tristezas que no se comparan con otras. Empiezo a dudarlo. Son todas una mierda. Desde la tristeza más estúpida hasta la más seria.
Y freno acá. Freno acá porque es una mierda lo que escribí, tenía más o menos una idea pero se deformó poco a poco, mientras avanzaba. La puta que lo parió. Lamento defraudarte, si llegaste hasta este punto buscando algo bueno, algún remate sorprendete. Hoy no va a poder ser. Chau.
Una historia de un poquito después… pero que todavía es una historia del antes, del antes…
En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas. – ¿Te han cortado?- preguntó el hombre. – No- dijo ella.- Siempre he sido así. Él la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta. Y dijo: – No comas yuca ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa-. Ella obedeció. Con paciencia tragó los mejunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los dientes para no reírse, cuando él le decía: – No te preocupes. El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en una hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca. Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba: -¡Lo encontré! ¡Lo encontré! Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol. -Es así- dijo el hombre, aproximándose a la mujer. Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos… Y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.
Fierro tiene un videoclub, a dos cuadras de mi casa. Hasta la llegada de los DVD’s y las grandes cadenas, era la visita obligada si te esperaba una tarde de lluvia y nubarrones. A veces, nos cruzaba en la puerta de mi casa, mientras jugábamos a la pelota. Y siempre, cada vez que pasaba, nos pateaba un penal. Si se lo atajábamos, nos regalaba un alquiler. El elegido guardameta era Lucio, por supuesto. Lucio no le tenía miedo a los pelotazos, ni a rasparse, ni a los moretones, por eso atajaba.
Una vez establecidas las condiciones de la apuesta, cada uno tomaba su lugar. Eran como dos cowboys alejándose espalda con espalda, sabiendo que solo uno de los dos saldría airoso del duelo. Fierro tomaba la caprichito, la acercaba hasta casi rozar la baldoza y después de unas caricias la soltaba. Y retrocedía, mirando fijo el improvisado arco, limitado por la fachada del edificio a un lado y el tronco de un árbol al otro.
Lucio no se dejaba intimidar, por supuesto. Ya se había calzado los guantes y abría los brazos como un ave a punto de volar, expectante. Fierro esperaba que el viento amainase (se sabe que las caprichito son bastante volátiles) y, en el momento justo, sacaba un derechazo a rastrón, a colocar. Momentos mágicos si los hay, el arquero se lanzaba en la búsqueda del esférico sin importar lo que hubiera en medio, y volaba, diablos si volaba; quedaba suspendido en el aire por unos segundos, en magnífica coreografía, intentando alcanzar aquel balón cuyo único destino era clavarse en el fondo de la red. Y la tapaba. Por supuesto que lo hacía. Todos corríamos a vitorearlo, era el héroe de la tarde, el elegido.
Fierro seguía su camino, sonriente, sabiendo que le había alegrado, al menos un poco, la tarde a tres pibes que mataban el aburrimiento jugando al fútbol en la vereda. Y sonriente te recibía cuando ibas a cobrar la apuesta.
Hace unos años me enteré que tuvieron una hija, con su mujer. En el parto hubo un problema con la columna del bebé, lo que le provocó una parálisis. A veces veo a la nena en la calle, en una silla de ruedas que parece de juguete, o intentando caminar con unas muletas que parecen escarbadientes.
No calla. A cada momento que intento pensar menos en él, que intento olvidarlo, parece gritarme más y más. Es constante. Y a pesar de la oscuridad total de la noche, lo siento (y sabe que lo siento). Siento que está ahí, mirándome, con esa sonrisa sarcástica que tanto odio.
Sé (y él sabe que yo sé) que puede estar así toda la noche, no piensa parar. Tic, tac, tic, tac. Sabe (y yo sé que él sabe) que mi cabeza es en estos momentos un campo de prueba nuclear, que la actividad no cesa un segundo, que las preguntas me atosigan una tras otra. Y tic, tac, tic, tac.
Me levanto de un salto violento y lo manoteo, mientras caigo en la oscuridad. No para de gritar. Tic, tac, tic, tac. Presiente el final, y por eso da pelea. Forcejeamos, rodamos por el piso. Le desgarro la tapita con furia. Tic, tac, tic, tac. Agoniza. Tantas noches me hiciste sufrir, tantas veces disfrutaste con mis martirios. Te llegó la hora (vaya paradoja). Le arranco su corazón de níquel, mientras siento que su respiración se apaga de a poco. Tic… tac… ti…
Desde esa noche exhibo su cadáver con mórbido placer. Sus agujas putrefactas siempre marcarán la hora de su muerte. Ahora tengo que matar las preguntas. Esa es la parte jodida.
Me llevo un paquete vacío y arrugado de cigarrillos Replubicana y una revista vieja que dejaste aquí. Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas cómicas. También me llevo una hoja de acacia recogida en la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ese fue el día en que empezó la suerte.
Me llevo el gusto del vino en la boca. (“Por todas las cosas buenas” decíamos, “todas las cosas cada vez mejores que nos van a pasar”).
No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo los besos cuando te ibas (no estaba nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido.
No sé que mierda me anda pasando. Nunca quise que esto se convirtiera en el diario íntimo de una colegiala, pero no puedo evitarlo, perdonenme. Decía, no sé que me pasa. Durante estos últimos días he estado introspectivo, reflexivo, sensible… maricón, básicamente. Lo grave del caso es que no sé qué diablos es lo que me llevó a esta situación. No hubo ningún hecho claro como para afirmar el motivo de este volátil estado anímico, ninguna noticia, ninguna tragedia. Todo sigue, no sé si bien, pero al menos como antes.
Y no tan como antes. No paro de pensar en todo, una y otra vez: las decisiones pasadas, las que vendrán, pienso en mi futuro, en mi pasado, en mi presente… y hasta acá, dirán, ¡buenísimo! Bien pibe, dale importancia a esas cosas, ¡ERROR! Me carcomen la cabeza y no puedo dejar de pensar, no hay un segundo donde pueda liberar mis neuronas de mis putas trivialidades que, a esta altura, unas vacaciones podrían tomarse, carajo.
Últimamente también, me quedo hasta tarde, absorbiendo una buena dosis de rayos catódicos. Pensando, por supuesto. Y escuchando música. La cuestión es que el shuffle del Winamp trajo a mis oídos la música del hijo de puta este, Astor Pantaleón Piazzolla. Un terrible hijo de puta, resultó ser Astor. No quiero ser un careta más del tango pero hay que decirlo:
Adiós Nonino no es una canción, es un pedazo de alma hecho partitura.
Cada vez que lo escucho, cierro fuerte los ojos. Los aprieto como cuando de pibe escuchás un ruido en la noche, y lo único que querés es que pase ese momento horrible; los aprieto fuerte, fuerte, para sentir como de a poco las notas-tristeza me invaden, desgarrando. Y aprieto los ojos. Fuerte. Duele, y es triste. Tan triste como la muerte, como el dolor de un amor perdido, como la pérdida de la infancia. Triste. El violín se desangra a cada nota, el bandoneón anda goteando tristezas, y el piano derrama su melancólico llanto. Y aprieto los ojos.
Casi me hace llorar el hijo de puta este, Astor Pantaleón Piazzolla. Un terrible hijo de puta, resultó ser Astor. Podría haberse guardado su tristeza, pero no, no señor. Se cagó en todos y escribió Adiós Nonino. Se cagó en todos. “Esto es tristeza”, dijo, “así duele. Siéntanlo ustedes también”. El muy hijo de puta.
Astor llora conmigo cada vez que lo escucho. Parecemos dos maricones. Le cebo un mate y me cuenta cuánto lo extraña a Nonino, y yo le digo que ya lo sé, que lo entiendo. Él no me cree, por supuesto. Dudo que entienda algún día. Es que fue tan grande su talento que logró plasmar no solo su tristeza, sino todas las tristezas del mundo en una única melodía. Qué digo melodía; un pedazo de alma hecho partitura. Por eso lo entiendo.
Astor, la concha de tu madre, nosotros te extrañamos a vos.
Y sin dudarlo descendió hacia lo más profundo, las mismísimas entrañas de la tierra. Y la lava se agitaba dentro del volcán, y las rocas endurecidas temblaban bajo su paso, bajo su soplo mágico…
El más sublime momento de la noche es volver caminando a casa. La ciudad me rodea, en silencio. En todos mis regresos ejerzo de anfitrión a una ceremonia ancestral, un ritual: extraigo con cuidado (sino cariño) el atado de fasos arrugado del bolsillo y saco el cigarrillo, para terminar en un beso que apenas empieza. No lo prendo, todavía. Acaricio la fina seda que lo contiene, y lo observo. Lo huelo. Siento el aroma profundo del tabaco al igual que el perfume de una mujer al pasar.
Con similar cautela tomo el encendedor y le brindo lumbre. Gime, se retuerce, cruje con el calor. Una bocanada de humo recorre mis pulmones, mientras mis dedos se iluminan bajo una luz anaranjada. Me llena, me completa. Exhalo el humo, que dibuja rostros danzantes que rodean mi cara y la traspasan en el avance. La noche sigue, impávida. La luna, el humo y yo. Nada más. Nadie más. Es en ese regreso eterno en donde por un instante llego a creer que no necesito otra cosa. Miro al cielo, gigante, infinito. Un auto pasa cerca y muy lejos a la vez. No lo siento.
Leo lo anterior y me doy cuenta que no me alcanzan las palabras para describir cuánto disfruto ese momento único, mío. La buena soledad. Ese cigarro eterno me destroza y me hace el amor a la vez: morimos juntos de placer sabiendo que la magia terminará algún día, que todo terminará siendo gris, opaco, sucio…
Y sin embargo, los dos sabemos que volveremos a encontrarnos bajo la próxima luna, y haremos el amor una vez más.
– Pero el Dios de la Biblia no es el único que vive en América. Hay otros. Desde aquellos… muy lejanos tiempos en que…
La mujer y el hombre soñaron que Dios los estaba soñando. Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio.
Los indios makiritare saben que si Dios sueña con comida, fructifica y da de comer. Si Dios sueña con la vida, nace y da nacimiento.
La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios aparecía un gran huevo brillante. Dentro del huevo, ellos cantaban y bailaban y armaban mucho alboroto, porque estaban locos de ganas de nacer. Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y el misterio; y Dios, soñando, los creaba, y cantando decía: “Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán, pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira.”
I would have given you all of my heart But there’s someone who’s torn it apart And she’s taken just all that I had But if you want I’ll try to love again Honey, I’ll try to love again but I know
The first cut is the deepest Baby I know the first cut is the deepest ‘cause when it come to being lucky she’s cursed When it come to loving me she’s the worst
I still want you by my side Just to help me dry the tears that I’ve cried And I’m sure going to give you a try And if you want I’ll try to love again Honey, I’ll try to love again but I know
The first cut is the deepest Baby I know the first cut is the deepest ‘cause when it come to being lucky she’s cursed When it come to loving me she’s the worst
I still want you by my side Just to help me dry the tears that I’ve cried But I’m sure gonna give you a try ‘cause if you want I’ll try to love again Baby I’ll try to love again but I know
The first cut is the deepest Baby I know the first cut is the deepest When it come to being lucky she’s cursed When it come to loving me she’s the worst
El primer corte es el más profundo
Te hubiera dado todo mi corazón pero hay alguien que lo ha destrozado Y ella se ha llevado todo lo que tenía Pero si querés, intentaré amar de nuevo Cariño, intentaré amar de nuevo, pero sé que
El primer corte es el más profundo Nena, yo sé que el primer corte es el más profundo Porque cuando se trata de tener suerte ella es maldita Cuando se trata de amar ella es la peor
Todavía te quiero a mi lado solo ayudame a secar las lágrimas que he llorado Y estoy seguro de darte otra oportunidad Y si querés, intentaré amar de nuevo Cariño, intentaré amar de nuevo, pero sé que
El primer corte es el más profundo Nena, yo sé que el primer corte es el más profundo Porque cuando se trata de tener suerte ella es maldita Cuando se trata de amar ella es la peor
Todavía te quiero a mi lado Solo ayúdame a secar las lágrimas que he llorado Pero estoy seguro de darte otra oportunidad porque si querés, intentaré amar de nuevo Nena, intentaré amar de nuevo, pero sé que
El primer corte es el más profundo Nena, yo sé que el primer corte es el más profundo Cuando se trata de tener suerte ella es maldita Cuando se trata de amar ella es la peor
Pensaba hacerme el profundo y descargame como lo hice aquella vez pero siento que no tiene sentido, y que lo mejor para el momento de mierda que estoy pasando es que quede registrado para siempre como me siento, aunque USTEDES vayan a leerlo.
Cecilia. Así se llama mi novia. Estamos saliendo hace dos años, y nuestra relación, como todas, sufre altibajos. A veces he llegado a sentir que tal vez no nos conectemos en ciertas cosas, gustos culturales y demás boludeces.
Ahora entiendo la razón por la cual se supone que un amigo vale más que una mujer. Pero la entiendo no porque mi mujer me haya fallado, sino al revés. Es la primera vez que me pasa, y les puedo asegurar que se siente como la mierda. Pasadas las amistades “adolescentes”, de esas que se juran fraternidad por siempre y el famoso “que no se corte”, uno, casi por decantación queda con dos o tres amigos. Pero dos o tres amigos que sabés que son de fierro, que nunca te van a fallar. O eso pensás.
Espero sinceramente que nunca te pase, pero en cualquier momento puede llegar. Que un amigo te falle es lo peor que le puede pasar a la integridad y los sentimientos de una persona. Mezcla de bronca, amargura, impotencia y las sensaciones de mierda que quieras adosarle. Los “perdón” que vengan después van a ser como escupidas en la cara.
Y hoy no estoy triste por que me hayan fallado. Donde ellos no estuvieron, ahí estuvo Ceci.
Me siento como la mierda por haber sido tan soberbio de pretender trivialidades de ella en vez de abrir los ojos y darme cuenta que siempre me dio todo. Cecilia, así tan simple como es, tan humilde, tan bondadosa, tan tierna, tan dulce, tan sensible, tan frágil, tan hermosa, lo tiene todo, y yo como un estúpido me quejo porque no puedo hablar con ella de “cosas profundas”. Y una mierda. No sé nada de cosas profundas. Ella es más profunda y más maravillosa que cualquiera de las estupideces que pude aprender en estos 22 años de vida. Ella sabe de verdaderas cosas profundas. Sabe de ternura y de amor. Ceci se dio cuenta de todo. Sin que yo dijera una puta palabra, mientras la abrazaba me dijo suave al oído, como hace siempre, con esa voz tan dulce y tan tierna que me encanta:
– Marce, aunque me digas que no, yo sé que estás triste, y no me gusta que estés así. Pero no tenés que pensar en los que se fueron, tenés que pensar en Raúl y en Claudio, en Pato y en mí, que nos quedamos ahí con vos.
Y me abrazó fuerte. La puta madre, Ceci, si no hubiera sido tan ciego. Gracias por estar conmigo. Y mierda, es lo único que me queda y yo me quejo. Y encima le fallo. Le fallo a quien realmente nunca me ha fallado en la vida y a la que da todo porque me sienta bien, sin esperar nada a cambio.
Hoy, Ceci, me diste otra lección. Siempre pensé que yo podría enseñarte a vos, pero pasa el tiempo y me seguís demostrando todo lo que tengo para aprender. Y me gustaría estar llorando ahí sobre tu pecho, calentito, mientras me abrazás y me hacés caricias para calmarme, y me decís “te amo”, y me hacés chistes para que me ría y me susurrás cosas lindas, pero elegí (mal, como siempre) hacerlo solo mientras me saco toda la mierda escribiendo.
Me chupa un huevo que haya quedado desprolijo, me chupa un huevo que lo lean quienes no quisiera que lo lean y me chupa un huevo todo, menos vos.
Espero no perderte nunca. Perdón por todas las estupideces que dije.
Estoy hecho un maricón. Mágicamente, acabo de terminar de escribir esto y las lágrimas dejaron de caer. La nariz la tengo taponada, pero por lo menos también dejaron de caer los mocos.
– ‘Ta tranca’o. El negrito ‘ta tranca’o” -dijo el hombre.
Él venía de un rancho perdido en los campos y el médico fue, maletín en mano bajo el sol del mediodía el médico anduvo hacia la lejanía, hacia la soledad, donde todo parece cosa del jodido destino. Y llegó, y vió. Después se lo contó a Gloria Galván:
– La mujer estaba en las últimas pero todavía jadeaba y sudaba y tenía los ojos muy abiertos. A mí me faltaba experiencia en cosas así. Yo temblaba, estaba sin un criterio y en eso, cuando corrí la cobija vi un brazo chiquitito asomando entre las piernas abiertas de la mujer.
El médico se dio cuenta de que el hombre había estado tirando. El bracito estaba despellejado y sin vida. Un colgajo sucio de sangre seca. Y el médico pensó: “no hay nada que hacer”. Y sin embargo, quién sabe por qué, lo acarició. Rozó con el dedo índice aquella cosa inherte y al llegar a la manito, súbitamente la manito se cerró y le apretó el dedo con alma y vida.
Entonces el médico pidió que le hirvieran agua y se arremangó la camisa.
Hace unos veinte años, el espejo delató los primeros claros bajo la melena encubridora y hoy me provoca estremecimientos de horror el luminoso reflejo de mi calva en vidrieras y ventanas y ventanillas. Cada pelo que pierdo, cada uno de los últimos cabellos, es un compañero que cae, y que antes de caer ha tenido nombre, o por lo menos número.
Me consuelo recordando la frase de un amigo piadoso: “Si el pelo fuera importante, estaría dentro de la cabeza, y no afuera”. También me consuelo comprobando que en todos estos años se me ha caído mucho pelo, pero ninguna idea, lo que es una alegría si se compara con tanto arrepentido que anda por ahí.
– Empiezo por un consejito: si usted va a escuchar estos andares, estos sentipensares… más vale que sea de noche. De noche los cuento, porque según dicen…
En Haití, no se pueden contar cuentos durante el día. Quien cuenta de día, merece la desgracia: la montaña le arrojará una pedrada a la cabeza, su madre sólo podrá caminar en cuatro patas…
Los cuentos se cuentan en la noche, porque en la noche vive lo sagrado y quien sabe contar, cuenta sabiendo que el nombre es la cosa que el nombre nombra.
Aún no hoy no tuve oportunidad de cruzarme con algo suyo, pero sí me he tropezado con algo espectacular, mágico. Conseguí una serie de cuentos de Eduardo Galeano, que no tiene desperdicio. Son cuentos cortos, de un minuto de duración, pero que al menos a mí me dejaron con la lengua afuera. Hoy les dejo tres al hilo de regalo, después iré posteando de a poquito algunos más.
Hace unos años, algunos más, algunos menos, Internet llegaba a muchos de nosotros. Y allí, frente a nuestros ojos, fue desplegándose un mundo nuevo, mágico, lleno de posibilidades. Sacamos la primer casilla de e-mail, que no pasaba el MB de capacidad, entramos a un diario electrónico, etc, etc. Pero probablemente una de las primeras cosas que todos quisimos hacer e hicimos en el primer contacto con la red de redes, fue chatear.
El que estuvo solo frente a una computadora con internet por primera vez, y no entró a alguna salita de chat para putear y sentirse estrella por un momento, hacerse pasar por mujer o al menos intentar levantar a alguien, miente. Lisa y llanamente.
Los pro de aquella época usaban ICQ, con ese número de ID imposible de recordar. Y recién después vino el MSN Messenger. Y ahí sí, todos enloquecimos. El teléfono dejó de ser prioridad, y conseguir el “msn” se convirtió en el primer paso a dar para entrarle a una mujer; de repente todos empezamos a ponernos en bolas frente al monitor; hablábamos a los gritos con gente desconocida mientras nuestra familia se preguntaba si estábamos bajo el efecto de sendos estupefacientes.
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Pero también vino lo malo. Los emotíconos, señores. Y con los emotíconos vinieron las reacciones exageradas. Ya no bastaba con un “Chau”, un “Hola”, un “Te quiero”. Ahora había que poner “Chau”, un ícono con un muñecote acostándose, otro con un hombrecito saludando, y el último con un beso. Sino el otro se ofendía.
Y ya no bastaba con poner “jaja”. En aquellas primeras épocas, “jaja” era sinónimo de risa. Sin importar que fuera sonrisa, risa a carcajadas, risa irónica. Era “jaja”. Con la llegada de los emotíconos el “jaja” quedó corto, corto en expresividad. Ahora tenés que poner “jaja” si sonreíste, “jajajajajajaja” si te causó gracia, y varias líneas de “JAJAJAJJAJAJAJAJJAA” si te estás cagando de risa. ¿Pero realmente hace falta?.
Lo que es más grave es regalar jaja’s por doquier, sin medirlo. Hace pocos días me descubrí escribiéndole “jajajajaja” a todo el mundo, hasta que ví mi reflejo en el monitor y era la cara de orto más grande que ví en mi vida, mientras seguía repartiendo jaja’s por ahí.
Así que basta. Volveré a mi “jaja” querido, y si no introduzco ninguna línea de texto después del remate, mi querido interlocutor, es porque tu chiste me parece de lo más estúpido que nos ha dado el mundo. Desde ya le pido disculpas por mi sinceridad.
“De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro” Roberto Fontanarrosa 1944-2007
No sé si últimamente me estoy poniendo más sensiblero o qué diablos, pero me pasa cada vez más seguido que me enamoro de mujeres que solo existen en el mágico mundo de los fotogramas. Y no hablo precisamente desde la calentura, sino que realmente estas mujeres me generan una ternura y una empatía muy fuertes, algo que no puedo evitar.
Me dan ganas de abrazarlas, acariciarlas, tenerlas a mi lado. Ni hablar si algún gil de turno las hace llorar. Ahí me pongo loco. Cierro el puño y lo aprieto hasta que queda blanco, rebosando de bronca e impotencia. Estoy limando bastante, lo sé, pero quería compartir esta confesión con ustedes.
Y ojo, no hablo de la actriz, sino del personaje, porque después las descubro en otras películas revolcándose con cualquiera, y se acaba la magia.
Una de esas mujeres es Skylar (Minnie Driver), de la película Goodwill Hunting (En busca del destino).
Skylar es pura dulzura. Es inteligencia, es humor, es contención, honestidad. Cada palabra que su boca emite parece medida milimétricamente. Y además es hermosa.
Más allá de que la película me parece una genialidad (con excelente guión de Matt Damon y Ben Affleck), el papel de esta mujer es de lo mejor que vi. Fue amor a primera vista.
Skylar, me enamoré de vos. No me da vergüenza decirlo.
Y a vos, Will, te lo digo:
Te llego a encontrar un día de estos y te recago bien a trompadas, por haberla hecho llorar, hijo de mil puta.
Skylar: ¿Por qué estás diciendo esto?¿Cuál es tu obsesión con éste dinero? Mi padre murió cuando yo tenía 13 años, y yo heredé el dinero. ¿No piensas que cada día me levanto, y desearía poder devolverlo? Que lo devolvería en un segundo si pudiera estar un día más con él. Pero no puedo, y ésa es mi vida, y la llevo adelante. Entonces no pongas mierda encima mío cuando tú eres el que está asustado. Will: ¿Estoy asustado? ¿De qué estoy asustado? ¿De qué mierda estoy asustado? Skylar: Estás asustado de mí. Te asusta que no te ame. ¿Sabes qué? Yo también tengo miedo. Pero al carajo, quiero intentarlo. Al menos soy honesta contigo.
Ella se hace la distraída. Él junta fuerzas en un vaso. Ella habla con una amiga, y mira de vez en cuando. Él se acerca. Ella hace lugar. Él, se sienta a su lado. Ella se acomoda el pelo. Él habla. Ella asiente. Él se acerca. Ella mira sus labios. Él, pasa una mano por sus hombros. Ella ríe. Él le susurra algo al oído. Ella niega con la cabeza. Él acerca su boca. Ella, gira el cuello y mira hacia otro lado. Él susurra algo más. Ella sonríe. Él toma su mano. Ella lo acaricia. Él acerca su boca, una vez más. Ella cierra los ojos.
Acabo de renunciar, y me siento MUY feliz. Hace mucho que no me sentía de esta manera. Me siento… liiibreeeeeeee como el sol cuando amanece yo soy libreeeeee como el marr.. librreeeeeee como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volaaaar
VAAAAAAAMOSSS NINO CARAJOOOY LA REPUTA MADREEEE SE VA TODO A LA MIERRDAAAAA!!!!!! ESSAAAAAA
Lo más blanco que hay, es la primera vez que vi nieve…
Y sí. Inevitable. Nieve sobre Buenos Aires. Desperté con ese rumor en mis oídos, “dicen que va a nevar”. Andá a cagar. Y nevó, la puta madre. Estuve todo el día como un niño maravillado ante los copos de nieve. Me pregunto como algo tan simple como un fenómeno meteorológico puede generar tanta magia y alegría. Mi viejo llegó a mi casa con una sonrisa de oreja a oreja, y me conmovió de una manera que no puedo explicar, contándome de que manera caía nieve y se acumulaba en el pasto y los árboles, mostrándome orgulloso las fotos que había logrado capturar.
Nieve. Cristales de hielo. Salí a caminar en la noche y mientras encendía un cigarro fui transportado a un gélido Central Park. Doblé la esquina y me encontré fumando en Moscú. De repente estuve dejando mis huellas en callejas de París. Hice escala en Buenos Aires, y ahí me quedé. En la calle, miré hacia un lado y hacia otro, y una vez que comprobé que nadie veía, lo hice. Sí señores, saqué la lengua, feliz y avergonzado a la vez por atrapar un copito de nieve.
Mientras caminaba con las extremidades congeladas me di cuenta. La nieve también es muerte.
Regresé a casa y no volví a salir. Pero todavía resuena en mis oídos la voz de Jaime Roos.
Un comment es mucho más que un comentario. Es fuerza, es aliento, es agradecimiento, es emoción, es sinceridad, es ganas de seguir, de querer mejorarse, todo esto y mucho más.
Y esto que viene suena a discurso repetido, pero me da igual:
Hace casi un año, cuando arranqué con No es porno, jamás en la puta vida se me cruzó por la cabeza que alguien iba a gastar preciados minutos de su vida en algo escrito por mí, y menos aún en dejar un comentario. Y todavía no me acostumbro cuando pasa. Cada comentario que recibo sigue siendo como el primero, me llena de una alegría y satisfacción inmensas, indescriptibles. Abro el mail esperando que Mr. Blogger anuncie algún comentarista nuevo, como un pibe espera al viejo barbudo en Navidad.
Les juro que no le encuentro explicación, será cuestión de que gusto de inflarme el ego, o algo parecido; algún psicólogo de juguete opinará que tengo un complejo de inferioridad y esas boludeces que dicen, pero a mi no me importa.
Gracias a todos los que dejan (o alguna vez dejaron) su regalo en el arbolito, por alegrarme los días.
Y propongo que, por esta vez, todo el que pase deje algo dicho, valen puteadas, puto comilón, lo que fuere. Veremos cuantos se juegan…
Cinthia. Así se llamaba. La verdad es que me gustaba porque tenía un par de tetas espectaculares, pero yo en esa época todavía era un tipo recto, y realmente creía que estaba perdidamente enamorado de ella. Como buen perdedor asumido, nunca pensé hacer nada, hasta que el destino la cruzó con una amiga mía. Le escribí una carta.
Una carta. Me da vergüenza decirlo. Había que tener huevos para escribir una carta. Hoy, te ponés en bolas por el MSN y está todo bien, pero darle a una mina una carta amorosa era la perdición. Me acuerdo de la primera vez que pude hablarle y mirarla a los ojos, y de la primera vez que me sonrió. Era feliz. Fue mi mejor época en la secundaria. Levantarse cada mañana solo para verla caminar durante unos segundos, cuando cruzaba el pasillo de mi aula, era la única motivación que necesitaba.
Era todo tan simple. Con ella, con su existencia, yo era feliz. Ojalá hoy fuera así. Que si trabajás, que cuánto ganás, que tenés que estudiar, que sin título no sos nadie, que querés triunfar en la vida, que dejo a la mierda, que qué carajo voy a hacer en unos años, que porque mierda es todo tan difícil, que quiero volver. Me gustaría que todo vuelva a ser como antes. Simple.
Quiero que fumar un cigarrillo a la vuelta de la escuela vuelva a ser adrenalínico. Quiero que las mujeres vuelvan a ser ese objeto hermoso, lejano, intocable. Quiero volver a sentir que tengo como veinte amigos incondicionales que darían la vida por mí. Quiero poder ratearme cuando las cosas se ponen difíciles.
Estaría bueno, ¿no? Ratearse de la vida, por unos días.
…por si alguien se lo pregunta, nunca pude cumplir mi anhelo de besar a Cinthia. Por suerte. Era medio cabeza.
La moda retro, esos mails en cadena que rememoran viejas épocas, esos blogs que hacen culto a los mismos años, aquello que te gusta recordar cuando te juntás con tus amigotes, todo eso, hecho publicidad por Coca-Cola. Estén atentos que en cualquier momento se viene el plagio en Argentina. Le pongo la firma.
Te dejo este poema hermoso… escuchalo, que vale la pena. Lo interpreta 34 puñaladas.
Hace unos cuantos años en un barrio de chatas, hubo una piba hermosa que me calzó los puntos, con la que por las tardes del brazo ibamos juntos a robar por las quintas jazmines y foscatas
Era un romance puro, sereno, de inocencia Un romance de aquellos que lleva al casamiento Mas por robarle un beso un día surgió un resentimiento Y del resentimiento, para siempre la ausencia
A esta piba del barrio, que no pude hacer mía Que lució su pureza igual que un camafeo Como un taxi nuevito hoy la vi que venía Hoy la vi que yiraba, linda como una alhaja
Que agarró por Corrientes con bandera en flameo Y volvió por Lavalle con la bandera baja.
Ella era una hermosa nami del arroyo Él era un troesma pa’ usar la ganzúa Por eso es que cuando de afanar volvía, ella en la catrera contenta reía, contenta de echarse dorima tan púa
De noche él robaba hasta la alborada De día dormían los dos abrazados Hasta que la yuta, que lo requería, lo alzó de su saca… Y ella se reía, mientras a Devoto iba el desdichado
Tras la negra reja de la celda, el orre a su compañera llorando batía: “¡Por vos me hice chorro! ¡Quereme, paloma!…” Pero, indiferente al dolor del choma, alzando los hombros, ella se reía…
Pasaron los días… Vino la sentencia… Pa’ Tierra del Fuego al punga embarcaban a las seis en punto de una tarde fría… A las siete, ella se apiló otro rufa; a las ocho, andaba con él de garufa y, al sonar las nueve, curda se reía…
Sucedió de repente y sin aviso. Como todas las noches, todas las de invierno, como todas estas frías noches, el tipo sorbía su café parsimoniosamente, frente a la luz que emitía el viejo monitor. Se había convertido en su rutina, eso de surfear tomando un café. Y sin aviso, sucedió. Por primera vez en su vida, se sintió realmente solo. Pero no era de esas soledades fingidas, tan en boga hoy en día. Se sintió solo, miserable.
Sus contactos se desvanecían al rojo, como un séquito funerario despidiendo al muerto que parte. La angustia lo dominó. Estaba de novio, tenía amigos de esos que parecen eternos, pero entendió, de una vez y para siempre, que estaba y estaría solo por el resto de su vida. Por un segundo dejó de moverse. Sus ojos abandonaron la pantalla para dirigirse a la lejanía, a la oscura noche, como si pudiera distinguir la soledad de los otros, como si pudiera compartir al menos por un momento esa horrible soledad que de repente lo abordó. Nadie. El cielo se extendía eterno hasta el horizonte, sin una mínima muestra de vida humana, vegetal o animal.
Fue así también, de repente, que sintió su mejilla humedecerse. Derramó una tras otra. Lágrimas de bronca. Lágrimas de ira, de impotencia; de tantos años de tristeza acumulada, lágrimas de luchas, de peleas perdidas, lágrimas de injusticias, lágrimas de otros, lágrimas de amor, de pérdidas, de sufrimientos; de ese dolor agrio que desgarra el alma; lágrimas de mierda que me hacen sufrir hasta el cansancio, el cansancio de la vida.
Pobre tipo. Siempre me burlé de él, pero hoy, recién hoy, en esta noche, lo entendí. Y lloré con él.
Este año es el quincuagésimo aniversario de Helvética, la ubicua fuente sin serif que algunos han llamado la tipografía oficial del siglo XX. Aunque no conozcas su nombre, probablemente reconozcas su cara. Helvética está en todos lados. Ha sido usada en incontables logos corporativos, incluyendo los de American Airlines, Sears, Target, Toyota, BMW, Tupperware, Nestlé, ConEd, Verizon, North Face, Staples, Panasonic, Evian, Crate and Barrel, y Gap. Podés encontrarla en carteleras, tapas de discos y signos viales, incluyendo toda la señalética del sistema subterráneo de la ciudad de Nueva York. Hasta la IRS (la DGI yanqui) usa la Helvética para sus formularios de impuestos.
Ahora, esta tipografía es sujeto de una pequeña exhibición en el Museo de Arte Moderno en Nueva York, centrada alrededor de un set original de Helvética en tipos de plomo, donados al museo por Lars Müller, diseñador y autor del libro Helvetica: Homage to a Typeface. Y un nuevo documental, Helvetica (2007), dirigido por Gary Hustwit, ha estado agotando entradas en los festivales de cine y las escuelas de arte desde Marzo.
Entonces, ¿por qué esta fuente de más de medio siglo todavía es tan exitosa?
Esta es la pregunta que Hustwit, más conocido por producir el documental de Wilco I Am Trying To Break Your Heart, intenta responder en Helvetica. En la película se realizan entrevistas con diseñadores, tipógrafos y críticos, enlazadas con secuencias montadas del uso de la Helvética.
Aunque hay unos pocos que odian la Helvética entre los entrevistados por Hustwit, la mayoría de los diseñadores exponen la tipografía como limpia, legible, y, más importante, neutral – una fuente que puede comunicar eficientemente una gran variedad de significados y mensajes. Los más entusiastas defensores de la Helvética perciben en su diseño un sentido de inevitabilidad, como si en vez de haber sido inventida hubiera sido descubierta. “Es difícil encontrar una forma de mejorar la Helvética”, dice Matthew Carter, diseñador de las tipografías Verdana y Georgia de Microsoft. “Parece estar perfectamente correcta”.
Estoy cansado de ocultarlo. Y seguro que no soy el único, debe haber varios ahí dando vuelta. Entiendo que sea un tema jodido, del que nadie quiere hablar, del que todos escapan. Está mal visto y aún no entiendo por qué. Cada uno debería ser libre de tomar sus propias decisiones, sin temor al repudio del prójimo. En cuanto decidís contarselo a alguien, te miran con mala cara, como si fueras un bicho raro.
Por eso yo elijo hacerlo público. Que todos los sepan de una vez por todas. Estoy harto. Es una mochila muy pesada para mí. Tengo la esperanza de que nadie me juzgue por esto. En la intimidad, somos libres de hacer lo que queramos, sin molestar al otro. Sé que algunos me entenderán, otros no, y a muchos otros empezaré a resultarle desagradable. Pero aún así, me gustaría que me respeten, como persona, como ser humano.
Como ya dije antes, estoy cansado de ocultarlo. Y no es una enfermedad. Es MI elección.
A veces me devano el cerebro buscando algo original sobre lo que escribir. Mentira, SIEMPRE lo hago. Sin embargo los resultados, como podrán observar hasta el momento, son casi nulos. Pero les juro que lo intento, a lo largo del día intento encontrar una temática divertida, que tenga gancho, que te atrape, que se pueda escribir con claridad o que simplemente te arranque una sonrisa. Pero no lo logro. Lo más triste aún es hablarle a un público que no existe, exceptuando a los dos o tres conocidos que nunca faltan.
De todas maneras, seguiré firme, poniendole huevo a este blog que ni yo mismo leería, y al que no le guste, puede cerrar sin miedo esta ventana.
Interesantísima nota publicada en Radar (Página/12) el día de ayer. Habla de los call centers y este nuevo medio de explotación que crece cada día más. Algunos extractos.
El trabajo en un call center consiste en atender llamados que derivan grandes empresas, ya sea para reclamos, atención al cliente o soporte técnico. Las características que le son propias a este trabajo convierten al call center en un exponente pródigo de la flexibilización, entendida como una idea enorme que comparte la complejidad de los pequeños grandes temas contemporáneos.
Fernando Montes entró a trabajar en TeleTech y enseguida notó que lo generacional también venía por el lado monetario. En TeleTech, Fernando, bajo el pseudónimo de “Kenneth Walker, habitante de Minnesota”, siguió apuntando experiencias: nada de hablar en español entre los compañeros, ser amigable pero hacer llamadas cortas y corregir ese antipático acento british que lo hacía sonar un poquitín arisco frente a texanos quejosos y le restaba puntos en el bono mensual, todas cosas que Kenneth memorizó para el casting de actores y el posterior primer acto de TeleHell, una obra que escribió y presentó en el 2006 sobre esa instancia anómala y bizarra que fue el entrenamiento.
Hasta ahora, fueron surgiendo distintos ejemplos de reclamos y demandas organizadas en call centers. Además de algunos paros o escraches en Capital Federal o Córdoba, en 2005 se conformó Teleperforados, una agrupación de trabajadores de Teleperformance en cuya página (www.teleperforados.com.ar) se puede acceder a noticias gremiales y a distintos videos tomados de situaciones más o menos tétricas dentro de un call center.
Otro de los emprendimientos que surgieron alrededor del mundo de los call centers tiene de nombre una proclama: Colgá la vincha. Hacen una revista, fiestas con cerveza barata y rock nacional, van testimoniando su medio y opinan sobre lo que pasa en el mundo con un poco de humor, megalomanía, arrebatos y absurdo. Es una muestra también de un espíritu de camaradería que no podría no respirarse en un piso con 300 personas de la misma edad, y que también puede tocarse de oído en los colectivos del Bajo en las horas de recambio, cuando los telemarketers no paran de chusmear las anécdotas pasmosas, los aleccionamientos disparatados o los llamados de pelmazos del día.
Venís cabeceando en el 60 hace unos minutos ya. Un día de mierda, de esos que de principio a fin parecen destinados a cagarte la vida. Y encima, llueve. Abrís los ojos y sonreís como un pibe, sin saber por qué, mirando las líneas que forman las gotas de agua contra el vidrio. Y en ese momento la ves. Ella está sacando el boleto. Aunque afuera se acaba el mundo, se ve perfecta, como si nada. Se acerca hacia vos, mientras guarda el cambio, y se te viene todo abajo, menos los huevos, claro.
Y se sienta en el individual de adelante.
Ya estás despierto. La aparición de esta mina te pegó como un ladrillazo en la cabeza. Tenés la vista fija en su nuca. Una cola de caballo lanza el pelo por detrás del respaldo. Lo sentís tan cerca que casi lo tocás. De repente te das cuenta de que es la primera vez en años que mirás a una mina y no a las tetas. La cuestión es que esta mina te está volviendo loco, y ya empezás a maquinar estrategias de acercamiento para cortejarla. “¿Me acerco a la oreja y le tiro un ‘Sos hermosa’?” “¿Le toco el hombro y me tiro a chanta?” Mil y una pelotudeces en tu cabeza. Y vos como un boludo, ahí, mirando una nuca. Un manojo de pelo que te atrae como si fuera un imán, casi que te calienta, dirías.
Es en ese momento que alguien se para entre los dos. Una viejita, con la bolsa de hacer las compras. Y el paraguas del otro lado, que te mojó toda la gamba. En otro momento la putearías, pero se te ocurre una idea mejor. Te parás y le dejás el asiento, con el más amable “sientese, doña” que exhalaste en tu vida. Y ya está. Sos un duque francés, un caballero inglés, un dandy. Sos DIOS. O al menos eso creés. Das unos pasos de banana y te parás ahí, a dos o tres asientos de ella, como para no perderla de vista. Es la nuca más hermosa que viste en tu vida. Te preguntás como no se inmutó ante tamaña obra que acabás de realizar. La mirás a la vieja, que te sonríe amablemente. “Viejaputaylareputaqueteparió”.
Y se te viene encima la parada. Y sos un cagón. Y como buen cagón que sos, no le vas a decir nada. Ni la más puta palabra. Ni siquiera tenés huevos como para mirarla a la cara. Tocás el timbre y bajás. De dios pasaste a querubín de tercera categoría. Das unos pasos tristes mientras el bondi sigue frenado al lado tuyo, esperando el corte del semáforo. Decidís llevarte un recuerdo de ella, aunque sea el último, y estirando el cuello mirás por entre las cabezas. Y ahí está. Te mira.
Ayer salí de mi casa, y nomás hacer cincuenta metros me cruzo con un pendejito. Llegaría a los doce, con suerte. Me llegaba a la cintura. Y de repente, este muchachito, mirando al horizonte, infla el pecho en pose macho-argento-me-la-re-aguanto, y exhala:
-¡EH! ¡MANGA DE PUTOS!
De su garganta emergió un sonido de flautín sopranino, casi afeminado diría, que contrastaba con la postura del joven, queriendo destrozar todo a su paso. Tuve ganas de cagarme de risa en su cara, de gritarle: “¡SALAME!”, de decirle cuán estúpido había quedado, de decirle que la vida está a punto de venirsele encima y gritarle todos los días que es un puto, de avergonzarlo, por creerse el más poronga de la cuadra.
Pero no lo hice. Podría mentir y ponerle más onda a esta entrada diciendo que le partí la mandíbula con un cross de derecha y lo dejé chocolateando en el piso. Pero no lo hice.
Siempre envidié a los buenos cuentistas. La capacidad de algunas personas, literatas o no, de contar una buena historia o un relato atrapante e hipnotizar al escucha parece escaparse de mis manos como un puñado de arena. Y seamos sinceros, ¿quién no disfruta escuchando una buena historia?
Pero no encuentro el ritmo, la cadencia, el espaciado, ni las palabras necesarias. Estaré condenado a escuchar. Que parece otra habilidad que escasea en estos días.
Acabo de ver el pedazo de gol que hizo este pibe en el partido Barcelona vs. Getafe, comparable al otro golazo ejecutado por Diego Maradona en el mundial México ’86 frente a Inglaterra. No soy fanático del fútbol, pero a veces me sublimo ante estas verdaderas obras de arte.
Y esto de obra de arte me hace acordar a un cuentito de Fontanarrosa, “Viejo con árbol” que ya aparecerá por aquí en cuanto lo consiga.
Aquí, el golazo de Lionel Messi y el idem de Maradona.
Conmoverse hoy en día pasa desapercibido. Uno camina por las calles y lo único que ve es desinterés, egoísmo, individualismo. Nos acostumbraron a eso. Nos acostumbraron tanto que ni nos dimos cuenta que habíamos perdido esos rasgos que diferencian al hombre del animal.
Ayer escuché una canción y me conmovió. Vivo escuchando música y llega un punto que de tanta música que escucho, dejo de prestarle atención. Está ahí, es solo una banda de sonido. No sé que fue, pero el reproductor me trajo una melodía que lo detuvo todo. Son esos pequeños momentos que te dan ganas de seguir estando vivo. Y son esos momentos, en los que te das cuenta que a veces lo que parece tan importante resulta ser tan solo vacío, que cada día perdés un poquito más de tu humanidad para convertirte en un pelotudo más. Te sentís pequeño ante tanta grandeza.
Y empecé como loco a buscar el significado del poema. Hasta que desistí. ¿Para qué destripar algo tan hermoso, tan bello, tan perfectamente moldeado? Sería deshumanizar algo de lo poco humano que aún queda. Esa capacidad sublime de abstraerse, aunque solo sea por un ratito, de toda la mierda y poder darse el lujo de conmoverse.
Tarde o temprano todo este imperio se iba a caer a pedazos dejando todos los sacos y las corbatas que murieron luchando en el frente Como guerreros de un nuevo mundo que pide todo y no te da nada a cambio Guerra sin causa es menopausia, es hora de que te des cuenta.
El monstruo gigante no quiere dejar de comer. Pero esperá que venga la pachamama y te ponga en tu lugar.
Que la raíz es más fuerte Que la semilla es verdad Y estábamos antes que tus franquicias arruinen todo este lugar.
Todo lo quiero sentir es un poco de verdad. Algo que me arranque la piel y me toque el corazón. Y no es una milonga más, si no mirá para atrás.
Anestesiados por un sistema que te sonríe y te da una palmada para que comas, para que compres, y al final nadie es dueño de nada. Yo quiero pasto, yo quiero tierra. Quiero sentir que la vida es mucho más que esta mentira que nos vendieron.
Todo lo quiero sentir es un poco de verdad. Algo que me arranque la piel y me toque el corazón. Y no es una milonga más, si no mirá para atrás.
Y mirá, mirá lo que nos quedó Un mundo-amargo-alienado pero tan lleno de comfort. ¿Dónde esta el barrio donde crecí? ¿La esquina donde nos besamos? ¿Dónde están esos años que nos robaron?
Dejame que te diga que te quiero Dejame soñar que algún día todo esto va a estar mejor. Quiero un país que mire hacia adentro, el tiempo y el viento, un ojo inmenso Y no te olvides de lo que pasó.
Corre de aquí, la pachamama te va a arrancar raíz.
Bueno, un amigo necesitaba mi ayuda para un laburo de la facultad. Se suponía que tenía que hacerme una entrevista, pero como no llegaba con la entrega me pidió que la haga yo. Así fue como terminé entrevistándome a mí mismo. Resultado:
Entrevista
E: Presentate, contame un poco sobre vos. M: No sé, no tengo mucho que contar. Creo que mi vida es bastante igual a la tuya, a la de aquel, o a la de cualquier otro. La única probable diferencia es que me llamo Marcelo y tengo 21 años.
E: ¿Trabajás, estudiás? ¿A qué te dedicás? M: Desperdicio mis días trabajando en una empresa de Internet, respondiendo consultas de clientes enfurecidos. No estudio nada por ahora. Y bueno, podríamos decir que a eso me dedico (lamentablemente).
E: ¿Nunca estudiaste o te lo propusiste? M: Sí varias veces, pero nunca terminé.
E: ¿Qué carrera? M: Arranqué cuando era un púber que recién salía de la secundaria con Diseño de Imagen y Sonido. En esa época todavía no laburaba. Hice el CBC en un año, y al otro año arranqué con el primer año de la carrera. En el segundo año ni empecé, se me pasó la inscripción y me anoté para una en el segundo cuatrimestre, que a su debido tiempo abandoné.
E: ¿Y por qué creés que dejaste? M: No sé, supongo que el hecho de haber arrancado con el laburo me desmotivó, no lo sé realmente. La cuestión es que se me fueron las ganas.
E: ¿Nunca más retomaste? M: No, después intenté otras cosas, pero nada funcionó.
E: ¿Y no pensás intentarlo una vez más? M: No está dentro de mis planes. Es decir, no me interesa en absoluto estudiar, pero si quiero un buen laburo para vivir como corresponde, y para tener un buen laburo necesito un título, ergo: tendré que estudiar por obligación. Pero realmente no me interesa.
E: ¿Cómo es tu tiempo libre? M: No tiempo libre. Preferiría llamarlo tiempo muerto. Todo mi tiempo es tiempo muerto, no hago nada productivo. Paso las 24 horas del día sin hacer nada concreto.
E: Me decías recién que lo que querías era un buen trabajo. ¿Cuál sería? M: Buena pregunta. Algún laburo en el que me paguen de 3 lucas para arriba. No, mentira. Me refiero a que me gustaría trabajar en algún lugar en donde se me recompensara como corresponde por mi trabajo. Laburar en un lugar donde vea que mi esfuerzo tiene premio, que avanzo, que crezco. Eso me gustaría. No pido mucho, me parece.
E: ¿Y estás buscando? M: Sí, pero parece que a nadie le gusta la gente que no estudia. Es increíble, ¿no? Todos los días veo a gente menos capacitada que yo en laburos que sólo consiguieron por tener un título. Y yo sigo en la misma.
E: Describite a vos mismo. M: Soy un tipo simple (o que solía serlo). Me considero atípicamente veinteañero, creo que me alejo bastante de lo que probablemente sea el perfil de mi edad, aunque no me considero especial. No sé que más decirte.
E: ¿Algo más que quieras agregar de vos? M: No, creo que eso es suficiente. Me agarraste en un momento de bajón.
La verdad que no sé que poner. Me exprimo el cerebro para encontrar algo gracioso, interesante, o lo suficientemente bueno como para escribir, pero no lo encuentro. Así que tendrá que esperar. En cuanto lo tenga, acá estará.
No sé como, pero un amigo llegó hasta acá. En realidad sí lo sé, habilidosamente camuflé una invitación, casi inconscientemente, aunque mi primer objetivo fuera que ningún cercano conociera este proyecto. Supongo que me generó terror la idea de que absolutamente NADIE visitara el blog.
Yo digo: Pero es una mierda. O sea, no se me ocurre nada bueno.. escribo por escribir Él dice: no es una mierda siempre escribiste bien.. solo te falta sacarte el oxido
Brillante idea la mía, averiguar qué nos dice la Real Academia del óxido.
óxido. (Del gr. ὀξύς, ácido). 1. m. Quím. Compuesto que resulta de combinar oxígeno generalmente con un metal, o a veces con un metaloide. 2. m. Capa, de diversos colores, que se forma en la superficie de los metales por oxidación, como el orín.
A veces me pregunto donde está el sentido. ¿Por qué la gente se toma la molestia de hacer algo así? ¿Por qué me tomé la molestia de hacer algo así? Crear un usuario, realizar las entradas, dedicarle tiempo, ¿y para qué?
Tal vez busque la fama. Pero no esa fama de Andy Warhol, esa fama de reality show. Sino otra cosa. Es la sensación de contacto la que me atrae. Esa oportunidad de conocer, de una vez por todas, lo que opina el otro de vos, de tu creación. No habrá opiniones falsas, solo la verdad directa.
Supongo que por eso lo hago. Supongo que espero siempre que alguien tenga los huevos de decirme: “¡Loco! Lo tuyo es una mierda”. Y convencerme de eso.